La nueva adiáfora electoral
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Opinión

La nueva adiáfora electoral

 


Por Jorge T. Peto

“La adiáfora implica una actitud de indiferencia a lo que acontece en el mundo, un entumecimiento moral. En una vida cuyas guerras están dictados por guerras de audiencias e ingresos de taquilla, donde la gente está absorta en las últimas tendencias de aparatos tecnológicos y formas de cotilleo; en nuestra vida apresurada en la cual rara vez hay tiempo para detenernos y prestar atención a temas de importancia, corremos el grave riesgo de perder nuestra sensibilidad ante los problemas de los demás. Solo las celebridades y las estrellas mediáticas pueden esperar ser tenidas en cuenta en una sociedad extenuada por la información sensacionalista y sin valor” (Z. Bauman)
No tenemos que esforzarnos para dar por hecho que el sistema político mexicano es “sui generis”. La principal característica del subsistema electoral es la Trampa. Es políticamente un subsistema de “amarres” “incongruencias” “deslealtades” “cinismo” “vicios” y demás “cualidades” no escritas, que se han convertido en requisitos indispensables para “llegar cueste lo que cueste” y “salir en la foto”, lejos, muy lejos de toda virtud pública (Virtudes públicas de V. Camps)

El movimiento con membrete de partido político que hoy gobierna este País es en el que más vemos que entran y salen, se dividen y se subdividen para reagruparse en los partiditos satélites o en la gran avenida del periférico electoral. La falta de una estricta aplicación de la normatividad en la revisión de los documentos básicos, de sus fundamentos, estatutos y principios sobre la base de convicciones ideológicas hacen de los partidos, de sus miembros y afiliados un reducto de oportunistas que ven en ellos una eficaz razón social o sociedad anónima, para conseguir sus fines egoístas y la oportunidad de ganar una “reputación” social derivada de alguna postulación sea como sea en el partido que sea o lo que el Instituto Electoral, muy “chambista” como es, valide, por ejemplo, en el caso de los independientes.
Los intereses que están en juego, por supuesto que no son los del Pueblo, sino los de las candidatas y de los candidatos del mercenarismo y, en muchos casos, de sus patrocinadores. En esta lógica mercantilista, el electorado ya no puede ejercer el sufragio libre ni participar deliberadamente para elegir a sus mandatarios, estos nacen ya mandantes, es decir, son, de origen todopoderosos, pues la voluntad general, la soberanía popular o partidista se han pasado ya por el arco del triunfo.

La consecuencia lógica de todo esto, se ve desde los primeros días de los que así se allegan al Poder. Sin duda las “grandes reformas” que se “amarran” desde un Pacto Cupular (¿o copular?) donde los ciudadanos ya no cuentan ni existen. Y en esa misma tónica, los partidos tampoco existen ya como tales, son, si acaso, asociaciones mercantiles de irresponsabilidad ilimitada, que lo mismo se coaligan como el péndulo sube y baja, oscilando de un lado al otro y viceversa; van con toda desfachatez de la derecha hasta la izquierda y de vuelta, pasando por los puntos intermedios, híbridos, sin la posibilidad de creación alguna, de producir algo nuevo, se quedan en la repetición, que no reproducción, de lo mismo.

Bien apunta Juan Ramón Capella en su fabulo texto Los ciudadanos siervos (Edit. Trotta, Madrid, 1993) “El metarrelato en que se basan las instituciones políticas contemporáneas hace agua como las instituciones mismas, pero no podemos contemplar el naufragio desde la orilla. La suposición de los pasajeros de primera clase, que creen que el desastre no puede alcanzar a la cubierta principal, parece estúpida: ha llegado el momento de hacer balsas…la actividad política está mutando violentamente –- acaso como lo hacía desde los siglos XVII y XVIII – y la vida social se aproxima a la barbarie”. La violencia ha sido el sello de esta contienda.

Hoy, dice nuestro invitado, “los ciudadanos no deciden ya las políticas que presiden su vida. El valor o pérdida de valor de sus ahorros, las condiciones en que serán tratados como ancianos o las que reunirá su lecho de muerte, sus ingresos, el alcance de sus pensiones de jubilación, la viabilidad de las empresas en las que trabajan, la calidad de los servicios de la ciudad que habitan, el funcionamiento del correo, las comunicaciones y los transportes estatales, la enseñanza que reciben sus hijos, los impuestos que soportan y su destino…todo ello es producto de decisiones en las que no cuentan, sobre las que no pesan, adoptadas por poderes inasequibles y a menudo inubicables. Que golpean con la inevitabilidad de una fuerza de la naturaleza: y los ciudadanos votan. Pero su voto no determina ningún “programa de gobierno”. Determina si acaso, cuando el estado de ánimo colectivo se condensa periódicamente en rechazo, que uno de los equipos o clanes de profesionales de la política quede en minoría, apaciente su turno de vacas flacas, se desgarre y recomponga en la oposición”. El legislativo, salvo honrosas excepciones no representa al pueblo, lo ignora y vota en las plenas leyes que ha comprometido a los intereses de sus amos. Leeremos, en adelante, más acerca de estos ciudadanos siervos, que no son los que Morelos quería para su México “independiente” sino esa masa de mujeres y hombres leales a sus partidos y cuya misma dinámica los hace verse ya en peligro de extinción -valga la expresión- Estamos, y mientras tanto, que haya paz. Comentarios, menciones y mentadas a [email protected] Twitter @JTPETO