El déficit de autocuidado desde el feminismo
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Opinión

El déficit de autocuidado desde el feminismo

 


La feminista, enfermera y doctora honoris causa en ciencias Dorotea Orem, a fines de la década de los años sesenta definió como autocuidado: “una conducta que aparece en situaciones concretas de la vida, y que el individuo dirige hacia sí mismo o hacia el entorno para regular los factores que afectan a su propio desarrollo y actividad en beneficio de la vida, salud y bienestar”. Y no sólo eso. Orem desarrolló toda una teoría sobre el Déficit de Autocuidado en la que expone que, en ciertas situaciones, la necesidad o demanda de autocuidado de una persona puede exceder su capacidad para responder, por lo que esta persona puede requerir ayuda médica profesional y/o de sus redes de apoyo.
Con los años, la teoría feminista ha abundado más en este concepto de manera integral reconociendo el autocuidado como una necesidad física, mental y emocional de las personas, particularmente de las mujeres, a quienes el orden patriarcal mandata que deben cuidar, mantener el bienestar y salud de su familia, antes de cuidarse a sí mismas. Ofrecer sus cuidados físicos y emocionales, con el costo de descuidarse a sí mismas. Por ello, la mirada feminista del autocuidado es también una invitación gloriosamente subversiva para reconstruir y sanar esquemas mentales, reapropiarnos de nuestro cuerpo y de nuestra sexualidad entera, y hacernos cargo de nuestro presente y de nuestras emociones, ante las incesantes demandas de los sistemas patriarcal y capitalista. También es un llamado ineludible a repartir las tareas de cuidados y quehaceres de la casa entre mujeres y hombres, así como una redistribución, según la concepción de la feminista Nancy Fraser, del trabajo y la riqueza, y una la necesidad de un sistema de servicios públicos orientados al cuidado.
En la sociedad contemporánea, existen diferentes causas por las que las personas pueden presentar este déficit de autocuidado, desde la dificultad para mirar y reconocer como prioritarias las propias necesidades, desconocimiento de técnicas para atenderlas, pero sobre todo el tiempo y los recursos cuando se requiere ayuda profesional. De ahí la importancia de que, mientras se construye un Sistema Nacional de Cuidados, los centros de trabajo tomen en cuenta las necesidades de autocuidado de las personas, particularmente de las mujeres que históricamente han tenido un déficit de autocuidados, no sólo para el bienestar de éstas, sino incluso también en aras de la productividad.
Teniendo esto en cuenta, esta semana tuvimos el conversatorio “Autocuidado para ti, que acompañas casos de violencia de género”, porque hay ciertas profesiones de atención, como es el caso de las compañeras de instituciones públicas como de asociaciones civiles que atienden a mujeres víctimas de violencia, en la que el autocuidado resulta ser una acción no solo necesaria, sino indispensable, contra el desgaste físico y psicológico para lidiar con el estrés y ansiedad. Como dijo la especialista psicóloga Rosario Sánchez Pacheco, “son tocadas las vidas y emociones de las personas que atienden casos de violencia, pues al escuchar la historia de otras mujeres, en las que están vulnerables y afectadas por la violencia, es difícil separar la vida profesional de la personal. La comprensión del dolor físico y emocional de ellas, también merman la energía, estabilidad física y emocional de las profesionistas que las atienden, pudiendo desarrollar el llamado síndrome de burnout y otras manifestaciones negativas.
De ahí la importancia de dar a conocer que el autocuidado es el primer escalón en el mantenimiento de la calidad de vida, sea cual sea nuestra actividad laboral, ya que bien puede aplicar al desgaste generado por las diferentes ocupaciones que tienen las personas, desde las labores domésticas y de cuidado de las madres, hasta otras labores o profesiones que se realicen fuera de casa.
la especialista feminista y psicóloga oaxaqueña Lorena Brena, compartió algunas estrategias para fomentar el autocuidado como: a) El poder de lo simbólico: limitar simbólicamente la atención de la violencia en nuestra vida es decir, dejar a un lado todo lo relación con tu lugar de trabajo al entrar a tu casa, b) El poder del enfoque: cuando ves llegar a la persona que te va a compartir su historia de violencia, cambia el enfoque, no enfocarnos solo en el acto de violencia, sino empoderar a las víctimas con adjetivos y frases positivas. c) El poder del grupo o comunidad: forjar grupos de acompañamiento, círculos de amistades, círculos sanadores de mujeres o tejer redes de apoyo.
Sea cual sea su contexto, les invito a tenerlo en cuenta y a ponerlo en práctica, ya que en palabras de Audre Lorde, “el autocuidado no es auto indulgencia, es auto preservación y un acto de batalla política”, en un mundo que constantemente insiste en la auto-negación.