Adiós, guayabera mía
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Opinión

Carpe Diem

Adiós, guayabera mía

 


No puedo evitarlo, este gobierno me recuerda tanto al de Luis Echeverría que ya deseo que se reedite una versión corregida y aumentada de aquella sátira teatral protagoniza por Chucho Salinas y Héctor Lechuga en 1976, cuando el sexenio nefasto iba en picada, con tremenda devaluación y fuertes rumores de golpe de Estado.

Lo viví siendo un niño, pero todavía recuerdo algunos hechos de aquel gobierno trágico.

Para Echeverría como para AMLO la necesidad de hablar es patológica, como lo afirmó Daniel Cosío Villegas. Aquellos informes kilométricos del presidente, en la antigua Cámara de Diputados construida por Porfirio Díaz y hoy rebajada a Asamblea de la CDMX, fue el escenario de algunos de sus extenuantes discursos, con su ritmo y entonación característica y tan usado por los cómicos para burlarse de él. Hoy se llaman mañaneras y también son demagogia pura.

Era el “Día del Presidente”, el uno de septiembre, una fecha en que la televisión nos mostraba el lado humano del gobernante. La Tv acudía a Los Pinos y mostraba a la familia presidencial en completa armonía, bien vestidos, peinados y portados, tan cercanos al pueblo que hasta desayunaban chilaquiles y café, como cualquier mortal. Hoy, todos los días son días del señor, que no solo desayuna chilaquiles, también toma agua de horchata a la orilla de la carretera o come garnachas en alguna fonda.

Todavía en la primera mitad de los años 70, al escuchar el himno nacional nos poníamos de pie frente al televisor y saludábamos a la bandera al verla pasar. Las fechas cívicas eran solemnes, casi religiosas. El día uno de septiembre era de descanso obligatorio para que tuviéramos la oportunidad de escuchar la radio o ver la tele porque, como las viejas prácticas lo dictaban, todas las estaciones debían encadenarse para transmitir el evento durante horas y horas. Gracias a Don Luis, el civismo pasó a cuarto término y se perdieron muchos valores éticos que hoy la 4T quiere aplicarnos, excepto para la familia presidencial.

La salida del recinto y su traslado al besa manos en palacio era monumental. Usaba un carro descubierto, custodiado por cadetes del Colegio Militar a caballo y bañado por una lluvia multicolor de toneladas de confeti que, desde las azoteas, se lanzaba al presidente. Lo que quedaba en las calles era basura, tanto por las toneladas del confeti como por las de demagogia de aquel populista.

A la alta investidura presidencial se le rendían más que honores, pleitesía. En dos ocasiones fui llevado, siendo estudiante de primaria, al aeropuerto para recibirlo. En camiones de la Choferes del Sur nos llevaban por cientos, de varias escuelas, nos formaban y nos instruían para aplaudirle a su paso y agitar las manos en alto para saludarlo.

Y no solo recibí al señor Echeverría. En mayo de 1975 estuvo en Oaxaca el Sha de Irán, Mohammad Reza Pahleví y, como una especie de distinción hacia nuestra escuela y otras varias, fuimos seleccionados para ir al aeropuerto a recibirlo. Nos formaron a los lados de la escalerilla y nos dieron banderitas de ambos países para agitarlas como signo de bienvenida. Apenas cuatro años después, ese famoso personaje era derrocado y exiliado de su país.

No hace mucho, en visita de AMLO en Oaxaca, también fue recibido “espontáneamente” por niños de una banda musical. No sé si preguntaron a los niños o sus papás si estaban de acuerdo, pero al igual que yo en los años de Echeverría, estuvimos de relleno en la coreografía populista.

Aquel manejaba la economía de Los Pinos, éste la maneja desde su palacio virreinal. Aquel provocó una tremenda crisis a partir del último tercio de su gobierno, éste la provocó en el primero.  Se parecen demasiado y, al igual que en aquellos años, nadie se atrevía a contradecirlo.

Y el puritanismo también. Aquel tomaba agua de Jamaica hasta en las cenas de Estado, AMLO predica abiertamente con palabras y versículos de la biblia. Si, se parecen mucho hasta en las guayaberas.

A los cómicos como Palillo o el Loco Valdés se les perseguía y multaba por hacer mofa del presidente. Hoy se presiona, se burla, se corre o se les cierran espacios a los periodistas y voces críticas, además de lincharlos a través de las redes sociales.

Lo importante no es ganar sino competir, fue la justificación ante el fracaso mexicano en las olimpiadas de 1972. Hoy es lo mismo, lo importante es la mediocridad.

La mayoría no lo recuerda, por eso votó para volver a un pasado sin gloria y cuyas pésimas políticas de gobierno, continuadas por José López Portillo durante seis años más, le costaron al país 30 años de crisis continuas.

Y prepárense, con el pretexto de Joe Biden en la presidencia de USA está por reactivarse la política del nacionalismo revolucionario para defender a la 4T del imperialismo yanqui. Feliz Navidad, amigos.

@nestoryuri