A falta de relaciones internacionales, el mundo se deshumaniza
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Opinión

A falta de relaciones internacionales, el mundo se deshumaniza

 


(VIII parte)
Sin lugar a dudas, amable lector, el atentado más cruel contra la misma especie ha sido, y sigue siendo, la inhumana esclavitud, esa criminal forma de someter a un semejante a trabajos forzados y contra sus elementales derechos humanos. Lamentablemente, aunque ya no con la misma barbaridad como antaño, la esclavitud, sin embargo, de alguna forma persiste todavía en casi todo el mundo. El hombre contra el hombre es, y ha sido, -seguirá siendo- la misma historia de siempre. El sometimiento de la mujer a la voluntad del hombre, por ejemplo, es otro de los más crueles delitos de género que aún prevalece en la “moderna sociedad”, y que, en vez de disminuir, se acrecienta cada vez más. La sujeción de la mujer al arbitrio del hombre, aunque disfrazada de “sociedad conyugal”-vía matrimonio-contrato laboral o simple trato o relación sentimental, sigue siendo una forma de esclavitud que sujetan grilletes invisibles, pero crueles… El texto continúa así:
“…Volví a encontrarme con el profesor Reuter, quien aprobó mi proyecto y otra vez me dijo que no podía ayudarme gran cosa, así que cuando tuviera concluida la tesis volviera con él. Dediqué varios meses a la investigación y con la escasa documentación jurídica que obtuve, y con una gran dosis de imaginación, apoyada en lecturas científicas, pude ir desarrollando mi hipótesis. La estrategia de enfoque de la tesis fue bastante simple: primero me pregunté qué posibilidades económicas y comerciales, así como militares ofrecía el uso del espacio exterior, considerando los desarrollos tecnológicos previsibles, y qué problemas podrían surgir por ese uso; después apliqué a esos problemas los principios y las reglas del derecho internacional público existente. Cuando encontraba situaciones inéditas o no veía normas que fueran aplicables, proponía las que me parecían más convenientes; es decir, pasaba de la “ex lege lata”, o sea, del derecho tal como existía a las propuestas “de lege ferenda”; es decir, como creía yo que debían ser. Si se comparan las propuestas que hice entonces con los tratados internacionales concluidos en los años siguientes, se puede ver que no andaba tan errado. Esa es mi venganza contra los que en aquella época se burlaron de mi tesis, que fue objeto de chistes pesados.
Terminada la redacción, volví sobre ella varias veces, de tal modo que pasé varios meses sin decidirme a concluirla. Finalmente la entregué al Profesor Reuter, que hizo varias correcciones y observaciones y con su visto bueno me presenté, a mediados de abril de 1959, en la Facultad de Derecho, donde me dieron unos días de plazo para poderla presentar. Si no lo hacía en esos días, debía esperar hasta octubre. El problema es que me pidieron siete copias encuadernadas y no encontré dónde quisieran hacerlo tan rápidamente. Decidí hacerlo yo mismo, y para ello compré todo lo que necesitaba, incluyendo un destornillador con el que iba a perforar las hojas para poder cocerlas, antes de pegar la tapas. Pasé dos días con ese trabajo, incluyendo toda una noche. Cuando terminé, me sangraban las palmas de las manos, lastimadas por el destornillador, que era muy cortante por donde lo agarraba. Fui a entregarlo a la Facultad de Derecho y cuando volví a la Casa de Italia, al ir a subir por las escaleras tuve un desmayo transitorio. Los últimos días había funcionado a base de adrenalina y al desaparecer el estímulo que me mantenía alerta me derrumbé. Ya sólo me quedaba esperar el aviso para el sostenimiento de la tesis, cuyo tribunal estaría presidido por el Profesor Paul Reuter, y además Mme Suzanne Bastid, y el Profesor Pinto.
Para poder dedicarme íntegramente a mis estudios y la investigación de mi tesis doctoral, había decidido dejar de trabajar, pero las limitaciones legales para la transferencia de moneda española al extranjero, nos obligaron a buscar una solución práctica. Mi padre la encontró en la persona se un paisano, de Santa Mariña de Auguas Santas, un pueblito cercano a Allariz, que vivía en París. Él me entregaba el dinero y mi padre le daba el equivalente a su familia en Galicia. Se llamaba Heriberto Fernández y fue un gran amigo. A través de él viví la experiencia extraordinaria de la amistad con un grupo de republicanos españoles sobrevivientes de los campos de concentración. Heriberto era un anarquista, de esos que lo obligan a uno a creer en los seres humanos. Esencialmente bueno, inteligente, equilibrado; jamás lo oí quejarse de quienes le habían hecho tanto daño.
Mi activismo político no había pasado desapercibido a las autoridades franquistas ni a las francesas, Un día, supongo que, a petición de la embajada española, fui citado por la policía, y me comunicaron que a partir de entonces deberían presentarme con ellos una vez a la semana. Debo reconocer que fueron muy corteses conmigo y cada vez que iba, el comisario me invitaba a tomar café y tenía largas conversaciones conmigo; nunca de temas políticos. Tuve la impresión de que le daba vergüenza el encargo que le habían hecho. No puedo recordar en qué momento dejé de presentarme con ellos, ni si dejé de ir por haber salido del país o si ellos me levantaron esa obligación.
Todo el resto del año 1958 y la primera mitad de 1959 distribuí mi tiempo entre la investigación y redacción de la tesis y mis actividades políticas. Como expliqué atrás, en abril o mayo de 1959 la tesis estaba lista para el acto del sostenimiento, y entonces fue cuando se inicia la serie de hechos que cambiaron el rumbo de mi vida”. Continuará…

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