Desde el 29 de marzo, las escuelas de la Ciudad de México han puesto en marcha una nueva normativa que prohíbe la venta de comida chatarra y refrescos. Una medida impulsada por la presidenta Claudia Sheinbaum con el objetivo de mejorar la alimentación de los niños y evitar enfermedades crónico-degenerativas. Sin embargo, la respuesta de los estudiantes ha sido muy diferente a la esperada.
FORMA INGENIOSA
En la Alcaldía Gustavo A. Madero, los estudiantes de diversas primarias han encontrado formas ingeniosas de eludir la nueva regla, convirtiéndose en pequeños comerciantes dentro de sus propios salones y en los patios escolares. Alejandro, un alumno de tercero de primaria, es uno de los ejemplos más notorios. A la hora del recreo, saca una lonchera que parece más una caja de negocio: llena de gomitas, Cheetos, papas fritas y refrescos.
“Es para sobrevivir, tengo hambre… de hacer negocios”, explica con una sonrisa en su rostro.
Alejandro no es el único que ha identificado una oportunidad. Ana, otra estudiante de primaria, se ha hecho popular vendiendo sopas Maruchan, las cuales prepara en su termo de dos litros con agua caliente. Felipe, por su parte, se encarga de la venta de jugos y bebidas azucaradas, que siguen siendo muy demandadas por sus compañeros.
EL AUGE DE LOS PEQUEÑOS EMPRENDEDORES
La escena en el recreo se ha transformado en un mercado paralelo. Los alumnos, con mochilas repletas de productos prohibidos, se convierten en vendedores ante la sorpresa y la incredulidad de los maestros. Quienes no pueden hacer mucho para detenerlos.
Patricia García, una de las maestras de la primaria, comenta que “los niños sacan papas, chicharrones, gomitas y jugos de sus mochilas como si nada hubiera pasado”.
La medida de la presidenta Sheinbaum, que fue anunciada en octubre del año pasado, tenía como objetivo mejorar la salud de los estudiantes y reducir el consumo de productos ultraprocesados. Sin embargo, a solo días de su implementación, los maestros ya observan los efectos inesperados: muchos estudiantes, en lugar de comer más frutas o alimentos saludables, están recurriendo a soluciones rápidas como las sopas Maruchan o los refrescos traídos de casa, sin que nadie pueda frenarlos.
LA CAÍDA DE LAS VENTAS DE LA COOPERATIVA ESCOLAR
La cooperativa escolar, que previamente vendía tacos dorados, golosinas y refrescos, también se ha visto afectada por la medida. Doña Leti, encargada de la cooperativa de una de las escuelas, ha tenido que cambiar su menú por opciones como pepinos y frutas picadas. Sin embargo, los estudiantes se muestran indiferentes ante estas alternativas.
“Nada está bueno”, aseguran los niños, prefiriendo las golosinas traídas desde casa por sus compañeros.
Este cambio ha sido un golpe fuerte para los vendedores externos de la primaria. Quienes también han visto sus ventas desplomarse.
Rafael, quien solía vender refrescos y jugos a las afueras de la escuela, asegura que “nos dicen que se les antojan las papas, pero no podemos venderlas”.
El negocio, que antes prosperaba gracias a la demanda de productos chatarra, ahora ha sido afectado por la falta de clientes.
LA RESPUESTA DE LOS PADRES Y LOS COSTOS DE LA COMIDA SALUDABLE
La polémica no termina ahí. Muchos padres de familia, preocupados por el aumento en los costos de los alimentos saludables, se han mostrado críticos con la medida. Paulina, madre de Alejandro, señala que los alimentos como las frutas y verduras se han vuelto más caros.
“El kilo de aguacate está a 90 pesos, los duraznos a 100 y las uvas a 90”, comenta, resaltando que estas opciones son difíciles de comprar para muchas familias.
Además, los reportes del INEGI apuntan a que, aunque la inflación en general ha disminuido, los productos básicos como la fruta siguen siendo inaccesibles para muchas familias.
Finalmente, este desafío plantea un dilema en el que los esfuerzos por promover una mejor alimentación se encuentran con las barreras económicas de las familias, que a menudo no pueden costear una dieta saludable para sus hijos.
EL FUTURO INCIERTO DE LA POLÍTICA ALIMENTARIA EN LAS ESCUELAS
Con la medida en vigor, los maestros se ven en una posición difícil. Muchos han intentado explicar a sus alumnos los motivos detrás de la restricción a la comida chatarra, pero la mayoría de los estudiantes no parecen prestar atención.
Guadalupe, otra maestra, expresa que “les explicamos los riesgos de consumir alimentos ultraprocesados, pero no nos ponen atención”.
Las conversaciones con los padres también han sido complejas. Ya que muchos sostienen que el cambio hacia un régimen alimenticio saludable es más costoso y no se ajusta a sus presupuestos.
Por ahora, los pequeños comerciantes siguen operando en los pasillos y patios de las escuelas, mientras la cooperativa escolar y los vendedores externos esperan que los estudiantes se acostumbren a la nueva oferta alimentaria. Lo cierto es que, aunque la normativa busca cambiar los hábitos de los jóvenes, los esfuerzos por imponer esta política siguen siendo un terreno fértil para la creatividad de los estudiantes y los retos para los educadores.
Con información del Financiero