“¿Se cayó, no? ¿O lo tumbaron?”
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“¿Se cayó, no? ¿O lo tumbaron?”

Como si de un funeral se tratara, cientos siguen pasando para dar el pésame por el laurel muerto


“¿Se cayó, no? ¿O lo tumbaron?” | El Imparcial de Oaxaca
Fotos: Adrián Gaytán / Impacta a visitantes el espacio que dejó el emblemático laurel

De fondo, solo se escuchan las notas de una marimba que suele amenizar los desayunos en un restaurante del zócalo. Es mediodía y el sol cae directo sobre quienes ya no encuentran sombra. Es domingo, pero la Banda de Música del Estado es una de las ausentes. No está siquiera bajo los laureles de la esquina del Marqués del Valles.

Uno a uno, como si de un funeral se tratara, oaxaqueños y turistas siguen pasando junto a la jardinera que días antes tuvo veladoras a su alrededor. Por momentos, parece que dan su pésame y lo recuerdan. En otros, la escena evoca a la de un zoológico. Limitados por las cintas amarillas, solo toman un video o fotografía de lo que ya no está, del enorme espacio que ha quedado vacío.

“Aquí había un laurel”. Como si de un guía se tratara, un turista explica a sus demás acompañantes. El vacío se convierte en la nueva atracción. Y un árbol seco, en lo único que sostiene las cintas de precaución.

“¡Tanta sombra que nos daba!” Dice un adulto mayor venido de Zaachila.

El laurel de la India (Ficus retusa), al que unos calculaban más de 130 años, no está más. Tras su caída la noche del martes 7 de junio, sus restos han sido levantados, así como los de su compañero que tuvo que ser derribado.

Como en las fotografías del austriaco Teobert Mahler, parte de la Plaza de la Constitución luce semidesnuda cerca de las 13:00 horas de un domingo familiar. Los globeros y burbujeros parecen desplazados de su lugar y ahora están junto al asta bandera.

 

Despiden con veladoras a dos gigantes del Zócalo

 

El alma del zócalo, que cobijó y dio sombra a incontables conciertos dominicales, ha desaparecido. No hay más raíces. Ni troncos. Ni de él ni del laurel con que compartía una gran loza de concreto, producto de la remodelación de 2005.

De pronto, el ruido de una motosierra irrumpe al de la marimba. Los trabajadores que durante el viernes y sábado podaron dos laureles de la Alameda están ahora sobre uno tercero con riesgo. El del costado derecho del Palacio de Gobierno si se le mira de frente.

Las risas, las conversaciones y las preguntas por el gran ausente siguen. “De ahí se cayó una rama”, cuenta alguien mientras señala a otro ejemplar afectado. Un grupo de amigos descansa sobre otra de las jardineras, en donde un laurel de menor tamaño al más emblemático también sufrió daños con las lluvias del martes.

“¿Se cayó, no? ¿O lo tumbaron?” La última pregunta parece afirmación en voz de aquel adulto mayor que, con sombrero claro, camisa blanca, lentes de sol y cubrebocas, venía dispuesto para escuchar a la Banda de Música del Estado.

El abandono o descuido que por décadas tuvo el laurel llevaron a su declive. Y los vientos de una copiosa lluvia recordaron que el árbol de los Miércoles de Danzón ya estaba muerto. Las plagas habían acabado con él.

Ahora solo se escucha, como despedida, una “Canción Mixteca” cuya estrofa habla de los lejos que se está del suelo en que se ha nacido. O en el que se ha crecido por más de 130 años, como lo fue para el laurel de la India.


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