La historia de Maximiliano
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La historia de Maximiliano

Maximiliano y Carlota llegaron al puerto de Veracruz en la famosa fragata Novara, el 28 de mayo de 1864, entre el júbilo y algarabía de los conservadores, pero no del pueblo jarocho que mostró indiferencia


La historia de Maximiliano | El Imparcial de Oaxaca

Por: Emmanuel Alejandro

El archiduque y emperador Maximiliano nació en Viena, Austria, fue el segundo hijo del archiduque Francisco Carlos de Austria y su esposa Sofía Guillermina, Princesa de Baviera

Maximiliano fue el segundo de los tres hermanos del emperador Francisco José de Austria (quien ocupa el tercer lugar, en orden de duración en el trono, en los reinos de Europa). Por tanto, su posición al nacer fue la de tercero en la línea de sucesión a la corona imperial de Austria-Hungría, derechos a los que renunció al aceptar el trono de México en 1864.

La educación de Maximiliano fue la clásica educación de un archiduque de Austria, se aseguró una rigurosa formación militar, por ser austriaco y húngaro hablaba alemán y húngaro, pero aprendió numerosos idiomas (francés, italiano, inglés, polaco y checo) y al venir a México, también aprendió las lenguas de su nuevo país: náhuatl y español. El 27 de julio de 1857, el archiduque Maximiliano de Austria contrajo matrimonio con la princesa Carlota Amalia de Bélgica, hija del monarca más rico de Europa.

Maximiliano y Carlota llegaron al puerto de Veracruz en la famosa fragata Novara, el 28 de mayo de 1864, entre el júbilo y algarabía de los conservadores, pero no del pueblo jarocho que mostró indiferencia, lo que originó que ante la pobre recepción de su imperio, Carlota Amalia derramara lágrimas de frustración y de pena. Pero a la llegada a otras ciudades, las recepciones fueron muy jubilosas y de gran algarabía, lo cual se expresó especialmente en Puebla y en la Ciudad de México.

 

La travesía a la Ciudad de México le ofreció un panorama distinto: un país herido por la guerra y profundamente dividido en sus convicciones. En un corto período de tiempo, Maximiliano se enamoró de los hermosos paisajes de su nuevo país y de su gente pues se dice que paseaba a veces a pié y a veces a caballo portando un sombrero y ropa humilde para pasar desapercibido y poder conocer a la gente del campo. Mientras las tropas francesas continuaban peleando en territorio mexicano, Maximiliano comenzó a construir museos y trató de conservar la cultura mexicana, al mismo tiempo la emperatriz Carlota comenzó a organizar fiestas para la beneficencia mexicana a fin de obtener fondos para las casas pobres y para la construcción de hospitales.

Después de que uno de sus generales mexicanos lo traicionara, los liberales condenaron a muerte a Maximiliano. Fue ejecutado en el Cerro de las Campanas de la ciudad de Querétaro, el 19 de junio de 1867, junto con los generales conservadores Miguel Miramón y Tomás Mejía. Se dice que ese día Maximiliano se levantó en la madrugada y su ayudante Tüdos le ayudó por última vez a vestirse. Usó una camisa blanca, chaleco, pantalón oscuro y una levita larga. Después de confesarse con el canónigo Manuel Soria y Breña, pasó a escuchar misa a la capilla del convento con los otros prisioneros. A las 6:30 de la mañana, el coronel Miguel Palacios, se presentó en el pasillo con una fuerte escolta de sus hombres. “Estoy listo”, señaló el archiduque austriaco con buen temple.
En la calle, tres carruajes que habían sido alquilados los esperaban. Parten rumbo al Cerro de la Campanas.
Los coches llegaron al lugar antes de las 7 de la mañana, “Es un bello día para morir”, dijo Maximiliano. Con paso firme, los tres sentenciados se colocaron frente a un tosco muro de adobe, a manera de despedida, Maximiliano dió un fuerte abrazo a sus generales y pidió a Miramón que se colocara en medio: “General, un valiente merece tener honores de soberano a la hora de la muerte, permítame que le ceda mi lugar”. Acto seguido, el general Miramón se colocó en el centro. Después Maximiliano abrazó al general Mejía diciéndole : “General, lo que no se recompensa en la tierra, lo hará en el cielo”.

Maximiliano, que había suplicado no se le lastimase la cara, separó su rubia barba con ambas manos echándola hacia los hombros, y mostró su pecho. No sucumbió en el acto, porque ya caído pronunció estas palabras: Hombre, hombre. Entonces se adelantó un soldado de nombre Aureliano Blanchet para dispararle el tiro de gracia, directo al corazón, con el cual exhaló el último aliento.
Una vez fusilado, el cuerpo de Maximiliano fue mal embalsamado en Querétaro, posteriormente se repatrió a la Ciudad de México. Allí sus restos fueron nuevamente embalsamados en la Capilla del Mártir, del Convento de San Andrés (entonces ubicado en el actual Palacio de la Secretaría de Comunicaciones y Obras Públicas) de la Ciudad de México, y exhibidos como un acto inhumano del triunfo liberal. Actualmente, una placa en el edificio recuerda este hecho.