El mundo de las dietas es un pozo casi infinito de distintos métodos que prometen milagros de dudosa credibilidad. A ellas se asocia, además, el temido efecto rebote: recuperar más peso aún del que se ha perdido cuando se abandona ese patrón alimenticio.
De un tiempo a esta parte, crecen en redes sociales corrientes de divulgación que abogan por una alimentación saludable y equilibrada sostenida en el tiempo. Saber escoger lo mejor para nosotros mismos sin seguir unas pautas fijas y herméticas. Alejarnos de las prohibiciones es una de sus máximas, pues esto conduce a un mayor descontrol y a sentir ansiedad por la comida. También pretenden desterrar la clasificación de alimentos como buenos o malos.
Todos estos son algunos de los valores que caracterizan a la alimentación intuitiva. Si bien este concepto fue creado en 1995 por las dietistas Evelyn Tribole y Elyse Resch, su popularidad ha crecido recientemente y cada vez son más quienes se suman a esta corriente por sus muchas ventajas a la hora de establecer, de una vez por todas, una relación sana con la comida.
Qué es la alimentación intuitiva
Su propio nombre nos da las pistas de en qué consiste la alimentación intuitiva: alimentarnos desde la intuición. Se basa fundamentalmente en escuchar a nuestro cuerpo y conectar con nuestras sensaciones de hambre, para alimentarnos con base en esas necesidades.
Defiende que nos alejemos de dietas estrictas, de patrones preestablecidos y de conductas que vamos aprendiendo con la edad y que perjudican nuestra interpretación del hambre y nuestros hábitos nutricionales. Por ejemplo, destierra la obligatoriedad de comer a ciertas horas por costumbre, así como la necesidad de limitar las cantidades pesando la comida, o acabarnos todo el plato porque creemos que es lo correcto, aunque no tengamos más hambre.
Lo que busca la alimentación intuitiva es que aprendamos a poner en práctica la consciencia plena de nuestras propias sensaciones, haciendo caso a las señales que nos emite el cuerpo y comer para satisfacerlas. Esto también hace referencia a darnos cuenta de cuándo estamos saciados, para dejar de comer hasta volver a tener hambre en lugar de hacerlo por impulso, costumbre, ansiedad o aburrimiento.
