La tarde ardiente del martes fue cubierta por un gris que se antojaba solemne, como si hasta el cielo estuviera en duelo. Los rayos de sol luchaban por atravesar las nubes que avanzaban lentamente sobre el templo de Santo Tomás Apóstol, en el barrio de Xochimilco.
La llegada del cuerpo de Vianney Toledo, una enfermera que se dedicó a su profesión con pasión y entrega, no sólo reunió a amigos, familiares y colegas; congregó el dolor de una comunidad que llora la pérdida de una mujer cuya vida fue truncada brutalmente.
Cuatro hombres cargaban su féretro; el caminar del grupo era pesado, acompañado por el sonido de llantos y suspiros ahogados. La familia de Vianney, en un estado de dolor profundo, caminaba detrás del féretro que accedía al atrio del templo y después flanqueaba el arco del templo.
Destacaba la madre, agotada, demacrada por noches de espera y dolor, llevando el retrato de su hija cerca del pecho, como un escudo. El luto familiar era evidente en cada mirada, en cada gesto y en la presencia de un silencio que gritaba ausencia. Faltaba una, faltaba Vianney.

Al llegar al altar, la tía de Vianney, en representación de la familia, expresó ante los medios la exigencia de justicia. “Que esto sirva para crear un precedente en nuestro estado”, declaró con firmeza. Sus palabras eran un eco de la petición familiar, que desde un inicio pidió respeto a la memoria de Vianney, evitando detalles que pudieran revictimizarla, pero con la clara exigencia de que su muerte fuera reconocida como feminicidio y no como una desaparición forzada. Sabían que el camino para obtener justicia podría ser arduo, y que sólo un proceso justo y transparente daría paz a la memoria de Vianney y protegería a otras mujeres.
El sonido del campanario anunciaba el inicio de la misa, y el eco de las campanadas parecía ser una plegaria silenciosa que envolvía a los presentes. El párroco rogó y pidió por la paz eterna de Vianney, mientras los asistentes llenaban el templo y extendían la ceremonia hacia la explanada. Todos querían darle ese último adiós. Se escuchaban susurros de consuelo, miradas que compartían el recuerdo de una mujer bondadosa, una madre, amiga y compañera que había dedicado su vida a la enfermería y a cuidar de los demás.
La misa concluyó, y el féretro, tallado con la imagen de la Virgen de Guadalupe, fue llevado en la carroza fúnebre hasta el Hospital ISSSTE, donde ella había trabajado.

Allí, sus compañeros, vestidos de blanco, esperaban en la explanada. La atmósfera estaba cargada de emoción, y cuando el féretro arribó el cielo se atrevió; unas gotas de lluvia cayeron como lágrimas, como si el cielo compartiera la tristeza de quienes la querían. En el interior del hospital, sus compañeros organizaron un altar en su honor. En un último pase de lista, su nombre resonó, acompañado por oraciones y lágrimas.
La ceremonia en el hospital fue un homenaje a su labor, una labor que ella cumplió con esmero y dedicación. Los presentes recordaron cómo cada día Vianney atendía a sus pacientes con la bondad y entrega que caracterizan el juramento de Florence Nightingale, la “dama de la lámpara”, una figura de inspiración para las enfermeras.
Ahora, era su turno de ser la luz, la inspiración y la voz que visibilizara la necesidad urgente de proteger a las mujeres, de exigir justicia en un estado que, como muchos otros, enfrenta una crisis de violencia de género.

La marcha fúnebre continuó hacia el Panteón Jardín, en el norte de la ciudad. Allí, su madre, familia y amigos se reunieron para darle el descanso eterno. Las palabras se fueron apagando entre lágrimas y gestos de apoyo. La última palada de tierra, lanzada con una mezcla de dolor y alivio, selló el compromiso de quienes se quedaban: no descansarían hasta obtener justicia para Vianney.
A pesar de que el cuerpo de Vianney ahora descansa, su memoria seguirá presente en la vida de quienes la amaron. Cada visita al panteón será una muestra de amor y gratitud hacia quien en vida fue luz y esperanza. Hoy Vianney vuela alto, pero su legado se queda, recordándonos la importancia de la justicia, de la paz y de la lucha por la vida de todas las mujeres. Hasta siempre, Vianney.