Alberto Ibáñez: “Una buena foto a veces no dice nada”
Oaxaca
La Capital Los Municipios
El Imparcial del Istmo El Imparcial de la Costa El Imparcial de la Cuenca
Nacional Internacional Súper Deportivo Especiales Economía Estilo Arte y Cultura En Escena Salud Ecología Ciencia Tecnología Viral Policiaca Opinión

Arte y Cultura

Alberto Ibáñez: “Una buena foto a veces no dice nada”

La muestra de El Negro abarca varios temas e intereses. Y habla también de la inclinación y permanencia del autor por lo análogo


  • Alberto Ibáñez:  “Una buena foto a veces no dice nada”
  • Alberto Ibáñez:  “Una buena foto a veces no dice nada”
  • Alberto Ibáñez:  “Una buena foto a veces no dice nada”
  • Alberto Ibáñez:  “Una buena foto a veces no dice nada”
  • Alberto Ibáñez:  “Una buena foto a veces no dice nada”
  • Alberto Ibáñez:  “Una buena foto a veces no dice nada”
FOTOS: CORTESÍA

Alberto Ibáñez, El Negro, estudiaba antropología social cuando se decidió por la fotografía. Lo que comenzó como un registro de sus proyectos terminó por llevarlo y mantenerlo en una trayectoria que abarca tres décadas, de las que hace unos meses hizo una selección que ahora comparte en la ciudad de Oaxaca. Sus retratos, paisajes, imágenes urbanas o las derivadas de conflictos sociales y políticos se exponen en el Centro Fotográfico Manuel Álvarez Bravo (CFMAB). Gran parte del centenar de piezas está en blanco y negro, y unas pocas a color. México, Cuba, Etiopía, India, Ruanda, entre otros, son los países en los que tomó las imágenes que une bajo la idea de que Del mundo somos.

La muestra de El Negro, como le comenzaron a llamar en la preparatoria, abarca varios temas e intereses. Y habla también de la inclinación y permanencia del autor nacido en Oaxaca (1961) por lo análogo. “Todavía no he dado el paso a lo digital”, ha confesado el fotógrafo que lo mismo ha estado en Chiapas que en Ruanda o en su propio estado, fotografiando las sonrisas de menores huérfanos o retratando al subcomandante Marcos.

¿Cómo observa esta trayectoria y qué implica el que ahora esté reunida en una exposición?
—Fue revisar todos los archivos, ver unas mil imágenes o más para hacer una selección de 300, de las que llegamos a unas 100. Fue revisar todas las épocas de mi trayectoria, de mi vida, desde que empecé a hacer fotografía.
¿Cómo empieza en la fotografía?
—Yo estudiaba antropología social en la ENAH y a partir de ahí tomé una cámara para tomar retratos para sustentar mi proyecto. A partir de ese momento cambié la antropología por la fotografía, aunque tuve un accidente y estuve en recuperación, luego retomé la fotografía. En ese momento era el 88 y se vivía el movimiento Cardenista, parecía que íbamos a tener un cambio, que sucede 30 años después, en 2018.
¿Lo percibe como un cambio?
—Ha sido poco a poco. Hemos tenido retrocesos como los de los 12 años panistas y luego el último del pasado sexenio. Pero creo que sí, estamos en un momento de cambio.
Son tres décadas en la fotografía y aunque dejó la carrera en antropología, ¿considera que esta se separó totalmente de su mirada o está presente?
—Sí. En mi foto hay bastante influencia antropológica, pero desde que empiezo me inclino por el retrato. Ahora veo diferencias en las etapas, inclusive hay diferencias entre las fotos que tomé en México y las que hice después, cuando fui a otros países. No sé si perfeccionada, pero sí más limpia o más concentrada en lo que quería hacer, con el retrato y el paisaje más definidos. Aunque tampoco me clavo en un solo tema.
El vivir en el extranjero, atestiguar momentos claves en la historia reciente, ¿cómo influyó en su trabajo?
—Creo que mi etapa en Francia me definió a contar historias. En México no hay tanto esa escuela de aprender a organizar tu trabajo. Aquí trabajas como freelance y a lo mejor te exigen una buena foto, y cualquiera puede lograrla, pero una buena foto a veces no significa nada.
¿Qué tiene que haber en la foto?
—Esto: contar historias. A un medio puedes llevar 20 excelentes fotografías, pero ¿qué haces con ellas?, ¿qué quieres que te publique si no me cuentas nada?
Contar historias ha marcado el trabajo de Ibáñez, quien bajo esta premisa considera su obra como documental. Y a partir de esa mirada comparte con otras personas lo que vio en Ruanda, en donde retrató a los niños huérfanos del genocidio de 1994 (en el que fueron asesinadas entre 500 mil y un millón de personas de la población Tutsi, casi el 70 por ciento de ella). El Negro llegó unos cinco o seis años después de aquel episodio a ese país, con algunos de los niños que ya habían sido adoptados en el extranjero, pero que en una visita fueron retenidos por el gobierno.
En el país en donde surge su serie de los niños huérfanos del genocidio, ¿cómo fue abordar este episodio?
—Hay muchos fotógrafos que cuentan estas historias después del genocidio. Yo lo fotografié cinco o seis años después del genocidio (…) El gobierno ruandés había hecho una petición a la ONU (Organización de las Naciones Unidas) porque se pensó en que se les podía ayudar de otra manera, con albergues en donde estudiaran, pero no había esos albergues. Yo creo que vi dos en todo Ruanda; y los niños vivían en las calles, consumían cualquier tipo de inhalantes y no había ninguna ayuda para ellos. Por eso me interesó contar esa historia y hacer esa serie.
¿Qué tanto influyen las técnicas y procesos análogos en esa intención por contar historias?
—En lo digital, lo que veo es que han de hacer unos 500 disparos y trabajar en análogo tienes un rollo de 36 versiones y cuidas de otra manera tu disparo. A lo mejor la bronca en lo digital es seleccionar de 600 imágenes unas cinco fotos.
Usted dice que no ha dado el paso a lo digital, ¿pero ha trabajado con alguna cámara de este tipo?
—Sí, lo que pasa es que no me interesa la fotografía digital, no guardo los archivos.
La mayoría, si no es que la totalidad del trabajo de Ibáñez es análogo. A veces, dice, digitaliza negativos. Para su exposición en el CFMAB retoma las técnicas y recursos que han marcado su trabajo, entre ellas las impresiones de platino paladio, la plata gelatina, heliografía y la piezografía. Sus imágenes, subraya, parten del interés personal y muy pocas son por peticiones, pues en estas generalmente no logra un buen resultado.
Junto a los retratos y las series relacionadas con las guerras o conflictos sociales, hay diversidad de temas, ¿cómo decide qué temas abordar?
—Depende del momento y de donde esté. Cuando estoy en Oaxaca, el campo de la fotografía que me interesa es un poco recudido, por eso exploro temas como el erotismo.
Aunque la fotografía es su vida, Alberto también se da un descanso. Pueden pasar uno o dos meses sin que fotografíe, pero luego le viene la depresión y el extrañamiento por lo que le gusta.
¿Qué hace en sus pausas?
—Vivir.
¿Qué es ese vivir?
—No sé; leer u organizar el archivo. En eso me tardo, en hacer una selección de fotos. Ahorita tengo unas 3 mil o 4 mil negativos sin digitalizar.