Pablo Soler Frost: “Un muro enfrente es un obstáculo más”
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Arte y Cultura

Pablo Soler Frost: “Un muro enfrente es un obstáculo más”

Con la reedición de su ensayo Oriente de los insectos mexicanos y la publicación de Grietas, el autor mexicano repasa las ideas de las fronteras, de los muros y de los daños al planeta


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En su perfil de Twitter, el ensayista y narrador Pablo Soler Frost (Ciudad de México, 1965) escribe sobre sus intereses, comparte cuentas a seguir o externa su preocupación por el medio ambiente. A veces, con reflexiones sobre lo que ocurre al otro lado del océano. Otras, con lo que le gustaría ver en la ciudad de Oaxaca, en donde estuvo recientemente para presentar una reedición de su ensayo Oriente de los insectos mexicanos (Zopilote Rey, 2019).

El autor de Grietas, acerca de las murallas (Turner, 2019) profundiza en esas reflexiones, en una entrevista en la que habla de muros, de murallas y de fronteras. También, sobre la esperanza que percibe luego de haber vaticinado un no futuro.

Ha escrito en Twitter que “Venecia es sólo la punta del glaciar derretido, (que) ya no vivimos en el mundo de antes”, ¿qué vislumbra y cómo lo piensa con la reedición de un ensayo que habla de la importancia de los insectos en el ambiente?
—En los siguientes 10 años vamos a vivir una emergencia climática extraordinaria que va a traer un sufrimiento humano atroz como no conocemos. Hay muchos indicadores que están apuntando hacia esa posibilidad: el hecho de que el Ártico se esté derritiendo, que es el lugar más caliente de la Tierra, en términos relativos, los incendios en Siberia, del Amazonas, de Angola, el hecho de que al parecer no nos damos cuenta que destruir una brizna de pasto es destruirnos a nosotros mismos.

El autor de El reloj de Moctezuma: 365 días de México dice que no le gustaría imaginar un mundo en el que no haya insectos ni pájaros. Por eso apela a acciones “realmente grandes”, pues “como gente normal es muy poco lo que podemos hacer, tal vez reducir nuestro consumo”.

¿Quiénes tendrían que actuar para mitigar o frenar los daños al planeta?
—Las grandes corporaciones, los ejércitos, los gobiernos, la industria del automóvil, que debería de extinguirse. Simple y sencillamente, no deberían existir automóviles particulares. Una prueba de nuestro desprecio por la naturaleza es que pavimentamos todo a favor del uso de un automóvil, cuando países que se han tomado en serio la llegada del siglo XXI están desaconsejando el uso de automóviles, ponen impuestos sobre los automóviles para entrar al centro de las ciudades o incentivan el transporte público para que sea eficiente, limpio, seguro, etcétera. Yo me imaginaba una Oaxaca con tranvías, en lugar de los inmensos camiones que truenan las calles. No es una locura, no es algo de un profeta descalzo y loco que vaya por la calles. Es algo que podría ser; dinero hay, lo que no hay son voluntades.

En su ensayo sobre los insectos, Soler Frost recuerda que en su niñez vivió un contexto distinto, en el que no reparó sobre el agotamiento de los recursos y sólo unos cuantos eran conscientes de lo que se avecinaba. Ahora sabe que si el nivel de los mares aumenta, quienes perderán y sufrirán más son las personas con menos recursos económicos. “A los ricos no les va a pasar nada”, apunta. También, que casos como las inundaciones en Venecia son “un recordatorio de que si no actúan los gobiernos, que no tienen ganas de actuar, nos vamos a morir”.

¿Le diría algo a ese niño de su libro (El oriente de los insectos mexicanos) respecto a esos problemas en el ambiente?
—¿Qué le diría?…
¿Le advertiría de esta situación?
—No. Le diría que hubiera estudiado biología.

¿Por qué?
—Para tener los datos más a la mano, para no ser un escritor que… digo, me gusta abrevar en otras disciplinas, pero si hubiera estudiado biología podría haber sido paleontólogo o dibujante científico, o un entomólogo; y estaría más adentrado en los problemas que nos aquejan.

¿Qué piensa sobre la reedición de su ensayo y la publicación de uno nuevo, Grietas, y que ambos invitan a pensar en temas muy actuales?
—Estoy muy feliz de que me hayan publicado en Oaxaca. Yo creo que es una de las ciudades con mayor cultura y mayor futuro del país, aunque estábamos hablando hace un momento del no futuro.

¿En qué sentido Oaxaca tiene futuro?
—En el sentido cultural. Oaxaca es un gran repositorio de cultura en todos los sentidos, desde arte contemporáneo hasta arte tradicional. La primera vez que vine a Oaxaca, era una ciudad mal comunicada, mucho más pobre de lo que es ahora, no estaba restaurado (el exconvento de) San Pablo, por ejemplo. Era una ciudad muy distinta a la de ahora, pero con eso no quiero decir que haya mejorado por causa de los gobiernos, mejoró porque los habitantes mejoraron, porque la gente estuvo comunicada, se movió. Y sin duda está la influencia del maestro Toledo y de otros muchos que intentaron sembrar aquí en lugar de irse a otros lados.

¿Cómo era el mundo de antes, el que menciona en su libro Oriente?
—Más dispendioso que este. Era uno que pensaba que todavía había fronteras por conquistar y en el cual a nadie le preocupaba tener más coches y más casas. En el de los 70, 80, sólo la gente más revolucionaria o que más amaba la naturaleza estaba consciente porque los demás no teníamos noción de que nos estábamos acabando los recursos. Hoy en día, en cambio, pensar que los recursos no se están acabando es simplemente irresponsable. Uno siempre piensa que el mundo de la infancia es mejor que el de la adultez, pero yo prefiero ser un escritor del siglo XXI que del XX.

En cuanto a las fronteras, ¿por qué ya no hay más por conquistar?
—Ya no existen. Esa idea de que hay “territorios por conquistar”, no existe. Por ejemplo, el hecho de que una de los economías más poderosas del mundo no sea capaz de apagar esos incendios en California (demuestra que ni siquiera los Estados Unidos ni Rusia tienen idea de las fronteras. No hay para dónde hacerse. Las fronteras se hicieron para mandar ahí a la gente díscola, a la rebelde, la que no encajaban en los sistemas ya construidos.
Pero en cambio se habla de muros.

—Por supuesto, y lo están construyendo a pesar de que está atravesando un parque nacional de ellos (de los estadounidenses).
Antes de esta construcción material, ¿no existía ya un muro?

—Sí, pero era más poroso. Incluso esa va a tener puertas, pero eran muros más porosos. El desierto funcionaba como un muro porque uno podía morirse de sed si no encontraba el camino; miles de migrantes han muerto así. Pero siempre había esa cosa tan humana que es la esperanza: a lo mejor lo logro, a lo mejor llego. Un muro enfrente es un obstáculo más. Y de todas maneras, todo está siendo construido en territorio que pertenecía a naciones indígenas, en territorio que perteneció a la corona española, que perteneció a la República Mexicana. Es decir, es un despojo tras despojo, tras despojo. Encima, el muro es una afrenta a la cooperación internacional, a la idea de que estamos unidos en el mismo planeta.

Para el autor de Grietas, acerca de murallas, con la escasez de recursos y la desesperación de la gente, se construirán murallas para “guardar lo conseguido” legal o ilegalmente. Y “los muros que se han construido en los últimos 10 años van a ser apenas una muestra de los que se van a construir en los siguientes 10”.