Una democracia auténtica no se mide por el número de votos obtenidos en las urnas, sino por la existencia de límites claros al poder. Cuando desaparecen los contrapesos, lo que queda no es el gobierno de la mayoría, sino la voluntad de unos cuantos impuesta como verdad absoluta. “El poder absoluto corrompe absolutamente”, todo poder necesita limites, sea el poder que sea, o provenga del partido que provenga. Hoy, México enfrenta el riesgo real de que esa concentración de poder derive en un deterioro profundo de las libertades, de los derechos ciudadanos y de la seguridad jurídica.
La aprobación de leyes que criminalizan la opinión, como la llamada “ley censura” en Puebla, o las recientes disposiciones que buscan restringir la libertad de expresión en el ámbito federal, como la “Ley Federal de Telecomunicaciones” son signos inequívocos de una democracia debilitada. Cuando el disenso se silencia en nombre de una supuesta paz social, lo que se protege no es la estabilidad, sino la hegemonía. Un país libre no necesita mordazas, sino ciudadanos informados y gobiernos que rindan cuentas.
Preocupa cuando un ciudadano es obligado a pedir disculpas públicas a un senador, que se caracteriza por proferir impunemente insultos, por simplemente increparlo; o el caso del INE que acusa de violencia política de género a una ama de casa por expresar una opinión en redes, en contra de una candidata en la elección de este año. Además, actos por parte de gobiernos estatales en contra de periodistas como Denise Dresser, Raymundo Riva Palacio y Héctor de Mauléon que pretenden censurar la crítica y restringir el debate público. Paradójicamente el pasado 7 de junio se conmemoró el Día de la Libertad de Expresión, hoy amenazada.
A esto se suma una preocupante tendencia a ignorar los límites legales y constitucionales en nombre de una supuesta voluntad popular. El uso discrecional de instrumentos como la expropiación —a menudo sin el debido proceso ni una justificación de utilidad pública real— atenta contra el derecho fundamental a la propiedad privada. Lejos de ser medidas de justicia social, muchas de estas acciones parecen más bien castigos selectivos contra quienes no se alinean con el poder. El director del Infonavit, presentó una iniciativa que permite y legitima el despojo en viviendas de ese instituto.
Las recientes actuaciones del árbitro electoral tampoco son alentadoras. Al normalizar procesos viciados, desiguales y controlados desde el poder, no sólo se mina la credibilidad de las instituciones, sino que se erosiona el principio mismo de legitimidad democrática. No hay elección libre si las reglas no son claras, si la cancha está inclinada, o si el ciudadano no puede confiar en que su voto será respetado.
Sin equilibrios en el ámbito electoral, como en los viejos tiempos del presidencialismo, el régimen en turno controlará los procesos electorales siendo estos solo una simulación. Regresarán las viejas prácticas del “dedazo” y el “tapado”. Primero el resultado y después la elección. La pasada elección con sus acordeones fue solo un ensayo de lo que viene. Perdimos lo que costo décadas construir.
En una democracia sana, los contrapesos al poder no son un lujo, sino una necesidad vital. En México, la concentración de decisiones en una sola fuerza política o figura pone en riesgo las libertades, debilita las instituciones y abre la puerta al autoritarismo disfrazado de voluntad popular. La pluralidad de voces en los poderes públicos, los organismos autónomos, la sociedad civil y los medios es lo que permite contener excesos, corregir errores y asegurar que el poder no se ejerza contra el ciudadano, sino en su beneficio. Sin contrapesos, la democracia se vuelve forma sin fondo.
Una sociedad sana requiere un poder dividido, equilibrado y controlado. Los gobiernos pasan, pero las instituciones deben permanecer fuertes, independientes y al servicio de todos. El respeto a la dignidad de la persona, a la libertad de conciencia, al derecho de propiedad y a la libre asociación no son lujos ideológicos, sino cimientos de cualquier república que aspire a ser verdaderamente libre y justa.
Quienes creemos en estos valores no podemos quedarnos callados mientras se legisla contra la libertad, se atropellan derechos y se manipula la voluntad ciudadana. La historia ha demostrado que los pueblos que renuncian a sus contrapesos, tarde o temprano, pierden también su libertad.
@aguilargvictorm