Martín Dimitrova expone desde el pasado 27 de febrero “Una de las dos partes de mi” en la Casa de la Cultura Oaxaqueña, cuna de muchos artistas, de la misma manera que fue para este maestro de artes plásticas, ahora culmina una historia sobre obras negras para dar paso a un nuevo comienzo que seguramente estaremos viendo en los próximos meses en muchos espacios y galerías de Oaxaca.
Martín a consolidado una historia llena de altibajos, sin sabores, pero de éxito y lo plasma en cada una de las obras que se exponen en la galería Rufino Tamayo, en este gran espacio que alberga el arte en todo su esplendor y que es el centro de las miradas cada que una exposición se inaugura.
Edgar Saavedra, quien realizó el texto de sala, escribió sobre ella: desde el erotismo hasta la tragedia librada cinco minutos antes de la muerte; desde el aire cotidiano de un pensamiento que se bifurca en dos culturas (ambas en el tuétano) hasta la consolidación que puede lograr el hijo pródigo; desde los nervios a flor de piel casi a un punto de estallar, hasta la redención de la jornada, ese remanso como un aire fresco, terapéutico de la pintura y sus olores poderosos, caleidoscopio de mil y un colores para no morir en el intento y hacerle un cuento a la muerte… y podemos seguir: fragmentos de un hombre en siete cuadros negros de un simbolismo e historia que deja perplejo al avestruz en la sala (use discernimiento el espectador).

Negro como el café, como la noche de Dante ante la ausencia de Beatriz, negro de almas perdidas como el día que murió Pedro Páramo transformándose en piedra. Negro como la noche inmensa y verdinegra de Oaxaca y Octavio caminando como un loco hacia un cuarto, siempre un cuarto, negro como la noche boca arriba de Cortázar.
Martín convertido en Axolotl, no en un mártir, sino en Ulises. Mira, vienen otras tormentas, sirenas, nubes oscuras, luego la calma disfrazada de ojo, de un gran ojo pletórico de paz y mentira. Pero el tiempo pasará, pronto, a velocidad crucero de la calma, pasará.
Pintar no es hasta morir, pintar es amar siempre, un oficio insuflado por el creador a la criatura. Pintar es un asidero para mirar con el corazón hacia dentro, hasta las fibras más profundas, luego, silencio. Por último. ¿Por qué blanco? El negro, en algún momento, woke, quizás, dejó de ser negro para convertirse en una ofensa simbólica necesaria.
El blanco, en cambio, sigue siendo blanco sin mayores complicaciones, aunque la maldad se vista “de cuello blanco”; en fin. Dialéctica aparte, en un contexto artístico-matérico, Martín había diseñado hace algunos años una exposición donde expondría solo cuadros negros a excepción de uno, que sería blanco. La idea se ha tomado un largo respiro. No lo sabemos. El cuándo se ejecutará, no hace falta aquí porque su transparencia está implícita o impregnada en cada una de las pinturas expuestas, como se ha dicho letras arriba. En esta serie la historia de vida está narrada en episodios trascendentales, o dicho de manera más simple, humanos. Siempre humanos.