Destruyendo riqueza
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Destruyendo riqueza

 


Venezuela es el país con mayores reservas petrolíferas del mundo, superiores a Arabia Saudita y a Canadá. La cantidad de 300 mil 900 millones de barriles de crudo es una cifra inimaginable. Venezuela podría ser una potencia económica de primer mundo, pero está sumida en la pobreza, en la desesperanza, sin posibilidades de acceder a su enorme potencial. Es el resultado del populismo que implantaron Chávez y Nicolás Maduro. El gobierno venezolano tiene la adhesión masiva de las clases populares, pero han ahuyentado los capitales. Hoy en día, Venezuela es la décima economía de América Latina, antes de Chávez era la cuarta. El PIB per cápita bajó, de 2012 que era de 11,287 dólares, a 2,742 en 2019. El Producto Interno Bruto ha descendido en 2017 a menos 14%, en 2018 a menos 18% y en 2019 a menos 25%. La inflación en 2019 supera los 2 millones por ciento. Un espantoso desastre.

Cuba, en 1958, era una de las tres ricas economías de América Latina, superando a Brasil y México. Vino la revolución esperanzadora de Fidel Castro en 1959 y los cubanos le creyeron. El resultado ha sido que la riqueza en Cuba se acabó y la pobreza se extendió terriblemente. Hoy es uno de los países más pobres del mundo. El socialismo hundió a Cuba en la marginación.

Ambas naciones han sido víctimas de falsos redentores. Los resultados están a la vista. Cuba y Venezuela son expulsores de población, que busca mejores condiciones de vida y escapar de la pobreza en que los regímenes populistas y pseudosocialistas han hundido a las otrora prósperas naciones de Latinoamérica.

México siguió un modelo económico liberal, más consecuente con las doctrinas de Adam Smith (La riqueza de las naciones) y de David Ricardo (Principios de economía política y tributación), que preconizaban el libre movimiento de la oferta y la demanda, los beneficios del comercio exterior y las ventajas comparativas, fundamento de la prosperidad inglesa, holandesa y luego de toda Europa y de los Estados Unidos de América.

Marx no se opuso exactamente a las doctrinas de Smith y Ricardo, pero crítico la acumulación de capital y la plusvalía. Doscientos años después de los economistas británicos, la doctrina de Marx fue abatida irremediablemente.

Hoy en día, México, la segunda economía latinoamericana, mezcla de riqueza y pobreza, de prosperidad y atraso, está a punto de perder lo alcanzado en muchos años: un crecimiento positivo, un saldo favorable de su comercio exterior y las posibilidades de ascenso y mejora de las clases menos favorecidas. Aún la economía informal contribuye en gran medida la solución de los problemas de empleo y de ingreso.

Pero en México, ejerciendo su potestad democrática, facilitó en 2018 el triunfo de un proyecto político que se está revelando regresivo. El gobierno actual pretende que todo lo que se hizo antes de su arribo, el denostado “neoliberalismo”, es responsable de males existentes o inventados. Tiene un diagnóstico de la pobreza, pero no tiene la prescripción o receta para remediar los males nacionales, tan ancestrales como nuestra historia misma. Ya son más de ocho meses de “cuarta transformación”, pero lo único que se ve es una reducción excesiva del gasto y de la inversión pública, generando ahorros que se estancan en las arcas públicas, sin más destino que subsidiar la ociosidad a través de programas sociales que no estimulan el empleo ni la iniciativa personal. Se distribuyen recursos con el objetivo de consolidar un plan político que puede resultar como los escenarios cubano o venezolano.

Se ha estigmatizado al comercio exterior, a la inversión privada local y extranjera; se han echado abajo proyectos altamente productivos; no se ha logrado un acercamiento con la clase inversora: hay desconfianza. Los capitales pueden huir y los contribuyentes verán que sus impuestos van a parar a los incondicionales de un cuestionable proyecto político.

México está en riesgo de ser una economía como Venezuela y Cuba: una élite poderosa gobernando y una base social dependiente del subsidio mensual para la subsistencia mínima, sin posibilidades de acceso a la superación económica. Se está castrando la iniciativa personal.