Besados por el diablo
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Escaparate Político

Besados por el diablo

 


La ciudad capital, un desastre, sin una sola obra nueva, ni siquiera un bache tapado a cuatro meses de Oswaldo García al frente del “mal llamado” gobierno municipal. En Santa Lucía del Camino, Dante Montaño ganó por Morena pero el poder lo ejercen los caciques del PT, Benjamín Robles y su esposa, ambos diputados. Han hecho de este edil su marioneta.

En Juchitán, no dejaron siquiera hablar en paz al alcalde Emilio Montero para dar la bienvenida al presidente de la República. En Miahuatlán, el edil Genaro Hernández actúa empecinado en los negocios con “moches” con el “Señor de las ligas” René Bejarano. En Salina Cruz, al edil Juan Carlos Atecas lo repudiaron con un bloqueo al paso del presidente López Obrador ¿Qué ocurre?

Que en su torpedeado camino a la presidencia tuvo que hacer alianzas con lo más rapaz de la política aldeana y el efecto López Obrador los elevó al poder. Al llegar a la presidencia, AMLO llamó a buscar el “renacimiento moral” de México. Eso sería muy bueno, pero ¿con quién?

Estamos sabidos que con estos colaboradores su partido, el Morena, empieza a pagar los platos rotos por la improvisación, la avidez por el dinero fácil y la frivolidad de estos munícipes. Con su desviada actitud en sus respectivos Ayuntamientos, van contra los ofrecimientos de AMLO que en campaña se alzó como ejemplo de patriotismo, civilidad y honestidad. A sus adversarios del PRI los presentaba, y los sigue presentando, como símbolo de todos los vicios que hoy repiten estos morenistas, pero potencialmente.

Los caídos

La Semana Santa fue trágica para dos políticos chapulineros de altos vuelos. El priista Ulises Ruiz Ortíz y el morenista Salomón Jara. A los dos los besó el diablo y cayeron.

Hablemos del partido Morena.

Como decía el prolífico Carlos Monsiváis: “o ya no entendemos lo que está pasando o ya pasó lo que estábamos entendiendo”.

Así solía decir el autor de Días de Guardar, sobre su incomprensión ante las novedades de la vida pública. Viene a colación porque de tanta especulación sobre los motivos de Salomón Jara para no votar por la Reforma Educativa, tan anhelada en su partido, nadie entiende aún que fue lo que realmente pasó.

Que si se fue a cenar y se le pasaron las copas, que una de sus hijas se accidentó “pero está bien”; que se vio muy presionado por los grupos “ultra” del cártel 22 con los que tiene compromisos tenebrosos desde el 2006, etc.
Lo real es que, sin el voto Jara, la creatura (la RE) tan ansiada por Andrés Manuel, no fue aprobada en el Senado.

Después del penoso affaire, el senador de marras anda agobiado por dos cosas:
Primero, por la reacción del presidente AMLO. Conociéndolo como un político de mecha corta, Jara ya sintió el primer jalón de orejas. Lo bajaron de la Comisión Permanente. Este es un duro revés a sus afanes futuristas.

Segundo, su sello de político tribal se ahonda. Ser senador es un privilegio que debe sustentarse en la palabra de Honor y en un juramento o «Protesto» como le llaman, pero que este y otros políticos, de todos los partidos, han olvidado estas virtudes para cometer abusos de poder sin fin como el saqueo impune del presupuesto del congreso local que aprovecha como “caja chica” utilizando a la “marioneta” en que ha convertido a la presidenta de la Jucopo.

Ni hablar. Dicen que en la política se puede regresar de todo menos del ridículo. Y eso es lo que le sucede a Jara con todo y que es Senador por segunda ocasión.

Golpe certero

Así fue el que asestó Arturo Peimbert y su banda ‘appista’, al exgobernador priista Ulises Ruiz Ortiz con su intentona de llevar a la Corte Penal Internacional de La Haya, el caso de la represión policiaca que Ulises ordenó contra los sediciosos de la APPO en el 2006.

Fue un golpe político certero, sin duda, pero también fue una gran faramalla porque, en la opinión de algunos juristas, la demanda está fuera de tiempo.

Solo sirvió para revivir el protagonismo de los APPOS, para que Peimbert diera la última tarascada al presupuesto de la invisible DDHO y pasear en Holanda. También sirvió para frenar la necedad de un político que, como Ulises Ruiz, insiste en “ver la paja en el ojo de otros priistas y no la viga en el suyo”.

Dicen que, si el caso de las víctimas de la supuesta represión del 2006 no se presentó en la CIDH, seis meses después de lo ocurrido, es imposible que el caso sea aceptado en la Haya, trece años después.

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