Las ruinas del Istmo
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Opinión

El hombre y su palabra

Las ruinas del Istmo

 


El 7 de septiembre de 2017 es una fecha que marcó la vida de los oaxaqueños. Nuestra amiga la noche, aquella que día tras día nos ofrece la calma y el descanso necesario, se tornaría distinta, tal vez, indescriptible. Fue a las 23:49 horas cuando la tierra se estremeció, aquellos segundos se volvieron de una angustia interminable, en la mente atravesaron un sin fin de ideas y de cuestionamientos. Después, cuando el suelo reposó, nos vimos los unos a los otros con la esperanza de que nos teníamos y que podríamos reconstruir los daños materiales; sin embargo, lo vivido en la capital del estado no se compara con lo ocurrido en la región del Istmo. Allá, muchos no volvieron a encontrar aquellas miradas de alivio, otros se quedaron sin la vivienda que levantaron con años y años de esfuerzo. El escritor José Emilio Pacheco, en su poema Las ruinas de México, describe perfectamente como aquello que nos proveía seguridad, de repente, se altera drásticamente: La casa que era defensa contra la noche y el frío, / la violencia y la intemperie, / el desamor, el hambre y la sed / se transforma en cadalso y tumba.
El terremoto de magnitud 8.2 grados Richter, con epicentro en Pijijiapan, Chiapas, dejó en Oaxaca cerca de 80 muertos, más de 600 lesionados y daños materiales en 65 mil viviendas, 180 centros de salud y hospitales, 2 mil escuelas y 11 mercados. Las cifras se vuelven más potentes cuando tenemos en cuenta que en nuestro estado prevalece la pobreza y marginación, por lo tanto, podemos decir que los desastres naturales llegan para complicar más la difícil vida.
Por otra parte, no se debe dejar de mencionar cómo en los días siguientes a la catástrofe se llevó a la práctica la Guelaguetza, la ayuda mutua, proveniente de otros estados de la república y del exterior, desde aportaciones en especie, dinero o trabajo. Todos apoyamos para aliviar, aunque sea un poco, aquella realidad. Esas muestras de solidaridad tuvieron que enfrentarse con el oportunismo de otras personas, a las cuales la tragedia no logró quitarles sus deseos por aprovecharse de cuánto pudieran. En los medios de comunicación no pudimos enterar de cómo algunas autoridades concentraban los víveres, mientras la población se estaba quedando sin lo indispensable para vivir. Pero esa nefasta actitud no terminó unos días después del temblor, se mantuvo incluso una vez iniciada la reconstrucción, por ejemplo, está documentado cómo las autoridades municipales se aprovecharon del censo de reconstrucción de viviendas para enlistar a sus familiares, sin que éstos hayan sido realmente afectados. No sólo hubo quienes recibieron su tarjeta de reconstrucción sin necesitarla, también estuvieron aquellos que se dijeron ser expertos en el ramo de la construcción y ofreciendo sus servicios, dejaron abandonadas las viviendas en reconstrucción y huyeron con el dinero. El aprovechamiento de los recursos no es exclusivo del ámbito local, recientemente, el subsecretario de Ordenamiento Territorial de la Secretaría de Desarrollo Agrario, Territorial y Urbano (Sedatu), David Cervantes, informó que en la administración anterior se etiquetaron 80 millones de pesos para la atención de los damnificados, pero hasta ahora no se sabe qué fin tuvieron esos recursos.
Además de las viviendas, también las actividades económicas se vieron perjudicas por el sismo, pueden mencionarse los casos de campesinos, ganaderos y pescadores, quienes por su propia cuenta han tenido que levantarse. En muchos casos no existen programas para reactivar la economía, en otros, se solicitan requisitos en un periodo muy breve o no hay una difusión eficaz de los proyectos.
Sería imposible describir en estas líneas todas las afectaciones ocasionadas por el sismo del 7 de septiembre, pero al menos quisiera recordar que aún hay mucho trabajo por hacer en la región del Istmo. Los tres órdenes de gobierno deben agilizar y garantizar la reconstrucción de las viviendas, no es posible que la gente siga viviendo en casas improvisadas. Por otro lado, deben generarse programas y proyectos para reactivar la economía, tratando de beneficiar al mayor número de personas posibles y facilitando los tramites. Debemos reconocer que la reconstrucción no ha sido a la velocidad que las circunstancias exigen, pero que sirvan los errores del pasado para mejorar la atención y seguimiento de la población afectada.

Estudiante de economía, Uabjo
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