Campañas sin vergüenza (II)
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Campañas sin vergüenza (II)

 


Hoy es el primer debate entre los candidatos a la presidencia de la República. El escenario es de lujo, me atrevo a decir que inmerecido para un evento político caracterizado por la pequeñez de los postulantes, la desorientación de uno de ellos, la autosuficiencia altanera de otro, el ensueño de alguna y una sorda lucha entre dos por el segundo lugar.

El Palacio de Minería, obra arquitectónica magnífica debida al genio de Manuel Tolsá, ahí donde Alexander von Humboldt intercambió conocimientos con los sabios mexicanos, muchos de los cuales aportaron luces a la gran obra del científico alemán; sí, el Real Colegio de Minas, donde se educó Lucas Alamán, devenido con el tiempo en la Escuela Nacional de Ingenieros y luego Facultad de Ingeniería de la Universidad Nacional, donde cada año hay una feria del libro, ahí mismo, ese recinto de pasado glorioso abrirá sus puertas para una de las primeras definiciones de esta campaña sin pudor hacia el mando superior del país.

Comentamos ya que el candidato puntero ha afianzado más de 12 años de machacosa campaña llena de engaños, disparates y frases demagógicas. Pero habrá que ver al considerado candidato del oficialismo, José Antonio Meade, hombre de buena educación, de “buena cuna”, con amplio registro académico, que ha ocupado 5 veces titularidad de secretarías de despacho sin que se haya registrado hecho notable en los cortos períodos de gestión: en Hacienda no le rasca los talones a personajes como Eduardo Suárez, Luis Montes de Oca o Antonio Ortiz Mena, ministros que consolidaron períodos de madurez financiera y económica para México. En Relaciones Exteriores sin pretender siquiera alcances de Jaime Torres Bodet, Manuel Tello o de Luis Padilla Nervo, que mantuvieron la diplomacia mexicana en muy alto nivel. En Desarrollo Social puede decirse que los precedentes son pocos: una dependencia formada para que Luis Donaldo Colosio fuera candidato y ha servido para el reparto de recursos a fondo perdido, parte de la maquinaria oficial para obtención del voto, nada más ajeno a Meade. Y de Energía poco puede decirse, ya que está en formación y sus resultados se verán hasta completar las rondas de subasta de los yacimientos de petróleo y el tránsito hacia energías limpias.

El ser egresado de dos prestigiadas instituciones, economista por el ITAM y licenciado en Derecho por la Universidad Nacional, más su doctorado en Yale, lo colocan como el mejor preparado académicamente. Si observamos los registros académicos de Meado con los de López Obrador, no hay siquiera punto de referencia: brillante uno, fosilizado el otro y sin brillantez. Es un currículum académico abultado y da mucho lustre a un candidato, por eso ha sido empleado por dos presidentes de partidos distintos. Meade es un hombre de gabinete, no de atracción masiva de o de multitudes que le rindan pleitesía. Lamentablemente le falta contundencia en el discurso, se nota temeroso al exponer sus conocimientos—que son vastos—y su personalidad está muy alejada del liderazgo político. No hay duda que podría hacer un honroso papel, pero le tocó entrar a un casino con cartas marcadas, tahúres sin escrúpulos y por ello ha tenido (y tendrá) que jugar al estilo de sus contrincantes.

Al plegarse a esas reglas tan mal definidas por el INE, ha caído en la agresión directa y velada a uno de sus oponentes, favoreciendo indirectamente a otro de ellos. También la estrategia de sus colaboradores es pésima. Un joven Aurelio Nuño que no hay forma de pararlo cuando parlotea o un aspirante a fiscal penal como Javier Lozano, poco le hay ayudado, considerando que la carga más pesada para Meade es que representa al PRI, al PRI de un sexenio fallido en imagen, deteriorada a partir de una casa pintada de blanco y a los indicios y evidencias de corrupción elevada entre miembros de ese partido.

En fin. Hoy el sesgo de las campañas debe cambiar. No son vasos comunicantes, pero los marcadores electorales pueden variar en las encuestas de días siguientes. Ya lo veremos.