La Samaritana de estudiantes universitarios
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La Samaritana de estudiantes universitarios

 


Un beso es un saludo o una despedida. Sellado con un beso es llevar una marca para siempre. Nuestro tiempo es el mejor porque es el que vivimos, es el que queremos recordar; fue cuando te conocí y supe que el amor es para siempre.

Cuando revivimos la mejor versión de nosotros, la que nos mantiene vivos, sabemos que nos queda menos tiempo de vida y nos aferramos a ella, reviviendo recuerdos de estudiantes universitarios.

Seguimos siendo los paladines del ideal y nuestro brazo sigue estando presto para luchar por causas nobles, por un derecho, por un amor.
El Viernes de Samaritana en el edificio central de la Universidad “Benito Juárez” de Oaxaca, culminaba con una tardeada que era esperada por todos los estudiantes de las escuelas de Comercio, Derecho, Medicina, Enfermería, Ciencias Químicas, Arquitectura, Preparatoria y Bellas Artes, que en 1960–67 integraban la Universidad.

La Samaritana llegaba con sus grandes ollas de barro colorado, adornadas con flores de buganbilia. Doña Casilda Flores Morales venía año con año con sus aguas frescas de horchata con tuna a la que agregaba trocitos de melón y nuez; chilacayota; chía con limón rayado; horchata, tuna, limón rayado; rosas, guanábana y tamarindo.

La parte musical estaba a cargo de Los Beethoven´s, que, de 4:00 a 8:00 p.m., alternaban con Manuel Bustamante Gris, o con la Marimba del estado, o con El Grupho; tocaban de manera alternada media hora cada uno. Los Beethoven´s tocaban Rock and Roll, temas de películas, boleros y a gogo.
Las compañeras que iban sin permiso, llegaban a escondidas; traían la ropa para el baile en una bolsa. Se metían al baño a cambiarse y salían listas a ocupar su lugar.

La verdad es que, por la severidad de nuestros padres, en ese tiempo, todos asistíamos sin permiso, con el compromiso implícito, de estar, hombres y mujeres, en nuestras casas, a más tardar, a las ocho y cuarto de la noche.

Había respeto y temor hacía nuestros padres; el temor incrementaba el respeto.

Era la edad en que te formabas una imagen ideal de la persona amada, sin establecer con ella ningún tipo de relación real, ni siquiera te atrevías a hablarles; menos a declararles tu amor, y por supuesto, hasta la fecha no saben de lo que se perdieron y de la que te salvaste.
Al inicio nadie bailaba. Era el momento de acechar, de esperar, de observar, de armarse de valor para declararle tu amor a la chica de tus sueños o de escoger pareja con la vista, para bailar y para conocerla.

Supongo que esto lo sabían Los Beethoven´s, porque primero tocaban música instrumental. Se escuchaba Caravana, Guantanamera, la Chica de Ipanema, el Mar y otras instrumentales suaves.

Invariablemente, rompía el baile Ramallets, Juan Román López Rojas, estudiante de Ciencias Químicas; excelente bailarín que contagiaba su entusiasmo, alegría y vitalidad. Con su pareja, se colocaba en el centro de la pista y eran los únicos que bailaban, una o dos piezas.
En otro tiempo rompía el baile Alfonso Díaz Aldeco y en otro Manuel Iglesias Meza; los dos estudiantes de Derecho.

Enseguida se generalizaba el baile, que por supuesto, era exclusivo para los universitarios, es decir, ningún extraño podía entrar. A los que se atrevían, cortésmente se les pedía que abandonaran el recinto.

Los que no sabían bailar, con mucho entusiasmo recibían sus lecciones iniciales en la planta alta; las maestras, eran compañeras avezadas en el arte de la danza, que con paciencia infinita y sabiduría, enseñaban: uno, dos, tres; izquierda, repetimos, uno, dos, tres. Y como consejo final, con autoridad, te indicaban: ponte talco para que no te suden las manos.

Como examen, los primeros pasos en esta nueva disciplina los dabas con tu maestra; sentías que una descarga eléctrica recorría todo tu cuerpo; respirabas con dificultad y un poco antes de perder la razón, involuntariamente, casi por accidente, y como no queriendo, se encontraban tus labios con los de ella, que bebiendo tu último aliento te acababa de hundir en este momento crítico y delicioso.

Este era el sacrificio que debías de hacer para aprobar dignamente estos cursos intensivos.

La música subía de tono. La timidez había sido vencida; las parejas se habían identificado. El ambiente llegaba a su punto culminante.
Bailábamos en círculo, Rock and Roll, Twist, o a Gogo, como poseídos o muertos de risa, echándole porra a Baroja al que cariñosamente, y a su espalda, claro, le decíamos ChubyChequer o simplemente Chuby.

Eran tan sencillas nuestras diversiones, y tan sanas, que esta palabra sola nos hacía reventar de risa.

Chuby Baroja, al bailar, se doblaba para atrás hasta casi tocar el piso, mejor dicho, sí lo tocaba, primero con una mano y luego con la otra, ese era el chiste. Ni en el cine vi bailar a ChubyChequer; pero el recuerdo de Baroja bailando es inolvidable.

Avanzada la tarde, tocaban melodías lentas, para bailar pegadito con las compañeras que, ilusionadas, esperaban escuchar la primer declaración de amor formal y el primer beso de amor.

A veces se daba el caso de que, durante la tardeada, una misma chica recibía dos o tres declaraciones. Una en la primer pieza y otra en la tercera o había recibido una en la mañana y luego otra en la tarde; o el amigo listo que se declaraba y se le adelantaba a otro, que resultaba ser el que realmente estaba enamorado; había casos de hermanos que se le declaraban a la misma chica o de hermanas que recibían la declaración del mismo pretendiente. Todos recibían una sabía respuesta: lo voy a pensar.

La música terminaba con un popurrí de música mexicana; corriditas de esas sabrosas que hasta te dolía la ingle y la cadera, o con música tropical.
Eran tan fuertes las emociones de las tardes de Samaritana, que hay compañeras que al escuchar una canción de moda en esa época, recuerdan hasta cómo iban vestidas.