Lo que sí pasó en la marcha del 28 de septiembre
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Sin cuentos chinos

Lo que sí pasó en la marcha del 28 de septiembre

 


Te voy a contar una historia. Esta es la historia de cientos de mujeres que salieron a pelear por su libertad, y que, por paradójico que parezca, terminaron siendo presas. Esta es la historia de cómo ante una sociedad que clamaba entender lo que en verdad había ocurrido, los medios prefirieron ser fieles a sus intereses y sazonarlos de morbo y ángulos desafortunados. Pero también -y sobre todo-  esta es la historia de Ginger Jabbour, una mujer de 23 años que estuvo ahí, viviendo en carne propia lo que muchas primeras planas intentaron decir y no se atrevieron: el gobierno capitalino reprimió y violó los derechos de todas las mujeres que salieron a marchar, mientras ellas peleaban por hacer válido uno. 

Ginger decidió asistir a esta marcha para exigir la legalización del aborto, y contribuir a que, para variar, la mujer tenga derecho a decidir. No era la primera vez que marchaba, pero sí la primera vez que lo haría ‘sola’. Al final ella y otra compañera de la universidad decidieron que aunque no se conocían, se podían acompañar, y así lo hicieron. “Caminábamos por las calles con el pañuelo verde, y coincidíamos en que ese acto en sí, ya era revolucionario” narró Ginger.

Más tarde, se encontraron con un grupo de mayor tamaño, mismo que le tendió la mano con una firme promesa: “entre nosotras nos cuidamos”. 

A eso de las 2:15 de la tarde comenzaron a marchar y, en una tónica similar al 8 de marzo, los bailes y consignas a todo pulmón no faltaron. 

Todo pintaba para ser un día que fungiría como pieza esencial en la construcción de una sociedad más digna para las mujeres de este país, pero no fue así. “De pronto dejamos de avanzar. Cuando nos dimos cuenta estábamos rodeadas de policías. Si nosotras éramos alrededor de 200, las policías nos triplicaban el número”. Desconcertadas, las gotas de marea verde que ese día inundaban las calles de la capital, se descubrieron acorraladas a solo dos cuadras de haber emprendido su camino. 

“¡Esto es un secuestro!” se escuchó al tiempo que un grupo de mujeres empujó a las policías para que abrieran paso, pero gas lacrimógeno y extintores fue lo que recibieron como respuesta. 

Los minutos pasaban y el ambiente se tensaba cada vez más. El encapsulamiento comenzó a detonar ansiedad y ataques de asma en algunas de ellas, pero las uniformadas se ensordecieron ante los gritos desesperados de quienes pedían inhaladores o bien, que las dejaran salir para ser atendidas. 

Cuando el reloj indicó que habían pasado casi dos horas de estar aprisionadas y gaseadas al menor intento de al menor intento de salir,  las mujeres de pañuelo verde optaron por mantener la calma y alzar el puño con el fin de demostrar que sus intenciones eran pacíficas. Pero fue inútil. Entonces se sentaron y entonaron cánticos con el mismo objetivo, pero también fue inútil. 

La desesperación, la sed y el ardor provocado por el gas, aumentaba en las filas. Luego de ver lo que (verdaderamente) ocurría a través de las cuentas en redes sociales de quienes ahí se encontraban, colectivas y algunas conocidas llegaron en un intento de desestabilizar a las autoridades y rescatar a las mujeres. Sin embargo, sus esfuerzos tampoco fueron efectivos, las policías que formaban la valla que retenía la marcha, también respondieron con gas, y violencia, y más gas. 

“Después de casi 3 horas de tenernos así, dejaron que avanzáramos un poco, pero siempre encapsuladas”. El grupo llegó hasta Bellas Artes en lo que fue un reflejo de la realidad que las llevó a salir en primer lugar: las mujeres intentando avanzar y el Estado, siempre deteniendo, siempre reprimiendo. 

No obstante, Ginger encontró en este turbio momento una oportunidad de descubrir qué había detrás de quienes las llevaban gaseando y conteniendo ferozmente por tres horas ya. “Le pregunté a algunas policías lo que pensaban del asunto. Una me dijo que llevaban 36 horas acuarteladas, sin comer, sin recibir paga alguno por horas extra”. Asimismo, otra de las uniformadas enfatizó que ellas no se encontraban ahí por gusto, sino porque las obligaban a hacerlo. Era eso o decirle adiós a su trabajo. “Si me corren, ¿de qué van a comer mis hijos?” le dijeron a la joven comunicóloga. 

Para Ginger, escuchar esas palabras implicó darse cuenta que en México las mujeres solo importan cuando sus gobernantes están en campaña, o dicho en sus palabras, “fue una metáfora de las mujeres en este país; mujeres que luchan y gritan a un Estado que las odia y que hace todo lo posible por retratarlas de locas, ridículas o animales que deben de ser controlados”. 

Te voy a contar una historia. Esta es la historia de un país que fue capaz de desplegar un operativo sin precedentes para detener una marcha, pero que no es ni ha sido capaz de hacerlo para cuidar a Jessica, Ingrid, Carmen, Alondra, Nadia, Naomi y a todas las mujeres que ayer estaban, hoy ya no están y a todas aquellas que probablemente mañana, ya no estarán. 

Colorín colorado, este cuento no se ha acabado, de hecho, apenas comienza.