“En mi vida tengo muchas cosas hermosas, pero la más bella y valiosa es mi familia De la Cruz Campa” ¡Felicidades por su tercer aniversario!
Sucede a menudo que no estamos contentos al sufrir la falta de reciprocidad de parte de nuestros amigos, a quienes por supuesto contamos entre nuestras amistades y que en alguna forma nos provocan problemas e infelicidad. Lo primero que podemos apuntar sobre esta cuestión, y sin la menor intención de incomodar a nadie es que: en la vida no podemos escoger a nuestros familiares consanguíneos, pero sí podemos seleccionar a nuestras amistades.
Así las cosas, queda muy claro que la calidad de nuestras amistades es cuestión de libre albedrío, y por lo tanto, de nosotros depende que nuestras amistades nos sean constructivas o desintegrantes. Nosotros decidimos tener amistades que llenen nuestras expectativas, o nos resignamos a soportar aquellas que nos causan problemas y nos roban la paz en nuestra existencia. Así de sencillo, porque es cuestión de sentido común.
Como reflexiones añadidas apuntaremos que la auténtica amistad contiene importantes atributos también de sentido común. Por ejemplo, la verdadera amistad se conoce por el respeto mutuo entre los individuos. Es solidaria y desinteresada; es decir, nos obliga a dar lo mejor de nosotros sin esperar nada a cambio. La amistad no es una transacción comercial, es el amor en la convivencia con nuestros seres queridos.
Hace poquito más de dos mil años, un ilustre artesano de Galilea enseñó el amor al prójimo como una norma para la sana convivencia entre los hombres. Su enseñanza es tan verdadera que a más de dos mil años de distancia, esa propuesta es valedera y seguramente seguirá dando excelentes frutos entre los hombres de buena voluntad.
Ese mismo sabio carpintero de Galilea, dijo que los seres humanos cosechamos lo que sembramos. Sentencia ésta tan a la medida para calibrar la calidad de nuestros actos respecto a nuestras amistades. Porque no podemos esperar lo mejor de nuestras amistades, si no somos capaces de dar desinteresadamente lo mejor de nosotros. La experiencia nos dice que en las amistades exitosas y bienaventuradas, siempre destaca el amor. Lo expresó el mismo maestro: Amaos los unos a los otros. Es el único mandamiento que dejó de herencia suprema a la humanidad.
Es cierto también que nadie puede dar lo que no tiene. De tal manera que antes de exigir lo mejor de nuestras amistades, examinemos que tan mejor es lo que damos en nuestros actos que suponemos amistosos. Es probable que al hacer un sincero examen sobre las cosas buenas que damos, nos hallemos desagradables sorpresas. La autocrítica en estos asuntos es indispensable.
Pero no generemos sentimientos tontos de culpabilidad en caso de que descubramos que no hemos dado lo mejor a nuestras amistades. Lo constructivo y rescatable es cambiar de actitud, y en lo sucesivo poner la mayor dosis de amor en nuestras relaciones con los demás, aún con aquellas personas que por ahora no tengamos en la lista de nuestras amistades. Este es el camino a la verdadera amistad y el desprendimiento que dará plena riqueza a nuestra vida.
No olvidemos nunca que somos entidades sociales, y que por lo tanto, no podemos prescindir de las relaciones con nuestros semejantes. Si nos apreciamos sociales por naturaleza, aceptemos que las amistades juegan un papel de primer orden en nuestra existencia. Esta condición de convivencia con nuestros semejantes obliga al individuo inteligente a realizar un esfuerzo escrupuloso para escoger a sus amistades.
Además, no pasemos nunca por alto la ley de afinidad que opera en todos los reinos de la naturaleza. En el caso del reino animal y concretamente entre los hombres, la afinidad natural se manifiesta con mayor generosidad. La afinidad social atrae a los de la misma categoría moral. Pero es altamente selectiva; unifica a la luz con la luz y a la oscuridad con la oscuridad.
Para ver cara a cara esta verdad, no necesitamos ni siquiera un maestro externo, bien nos basta con examinar nuestra conciencia que siempre está presta a guiarnos con sabiduría. Nuevamente se impone el sentido común.
Esto es importante. Y ¡Hay que decirlo!
“Nunca subestimen el poder de la palabra escrita”
Es mi opinión. Y nada más…
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