Diplomacia tabernera
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Diplomacia tabernera

 


Se decía que la política exterior era una de las mejores prácticas del Estado mexicano, que nos manteníamos al margen de los intereses de las grandes potencias y de conflictos ajenos. Se adoptaba la Doctrina Estrada, no intervención en asuntos externos y hacer mutis en estos casos: salir del escenario y no ponerse a favor ni en contra de una parte u otra, sin romper relaciones diplomáticas.

Lo cierto es que, a nuestro país, cuando le conviene o cuando quiere quedar bien ante algún segmento, se inclina a favor o en contra de regímenes espurios o surgidos de revoluciones, golpes de Estado o por simple simpatía ideológica. 

Ejemplos bastan. En 1936, cuando inició la Guerra Civil Española, el gobierno de Lázaro Cárdenas no sólo condenó el levantamiento franquista, sino que envió “voluntarios” mexicanos que pelearon por causas y motivos ajenos a nuestros intereses e idiosincrasia. Las brigadas internacionales eran de corte estalinista y participaron en las masacres del bando republicano. Finalmente se rompió con España y se acogió refugiados (hoy llamados exiliados), que en mucho dieron lustre a la cultura y al trabajo. México se inmiscuyó, sin duda.

En 1956, agazapados en México, Fidel y Raúl Castro, el “Che” Guevara y otros 80 activistas se preparaban para tomar el poder en Cuba. Entrenados por ex militares españoles republicanos, partieron a Cuba, con evidente ayuda del gobierno mexicano y lograron, con apoyo también de los Estados Unidos, derrocar a Fulgencio Batista en 1959. Fidel dijo no interesarse en el poder, sino transformar a Cuba democráticamente, pero en 1961 declaró que su revolución era comunista y expropió bienes y empresas extranjeros. La OEA condenó y expulso a Cuba. México, con López Mateos, mantuvo la relación y se han dado a Cuba importantes ayudas financieras que nunca ha saldado.

En 1970, triunfó en Chile Salvador Allende, socialista que por erráticas políticas populistas provocó el caos económico en su país y en 1973 fue derrocado cruentamente por Augusto Pinochet, uno de los más despiadados dictadores del continente. Pero Luis Echeverría prodigó a Allende y a Chile, simpatía y apoyos; recibimos refugiados. Nos involucramos.

En 1979, el gobierno de López Portillo apoyó abiertamente la guerrilla sandinista encabezada por Daniel Ortega. Eran nueve comandantes y al embajador mexicano Gómez Villanueva se le llamó “el décimo comandante”, por el apoyo abierto al derrocamiento de Anastasio Somoza. Hoy en día, Ortega es un brutal dictador, junto con su esposa. Desprecian las libertades y la democracia; encarceló a otros aspirantes y ha merecido el repudio mundial excepto de países totalitarios…y de México.

Ortega tomaba posesión por quinta vez el pasado 10 de enero. El canciller Ebrard anunció un día antes, que se enviaría un representante; luego se desdijo. Esa mañana, el presidente López Obrador dijo que “no sabía” que Ortega retomaba el poder y que sería imprudente no enviar un representante, así que intentaba saber la hora para poder mandar a alguien, por aire o tierra, porque no podía dejar a su admirado tiranuelo sin el saludo patriótico de México. En lo interno, Ebrard quedaba descalificado vergonzosamente en plena carrera presidencial 2024, todo durante la reunión anual de embajadores y cónsules.

Para completar la escena, a Venezuela se designa a un activista municipal oaxaqueño, que nada tiene de diplomático ni conoce la política exterior, despreciando con ello la trayectoria diplomática mexicana, que hoy queda en la cañería política.

Hay más: España, a la que se exige pedir perdón, no otorgó el plácet para aceptar como embajador al exgobernador priista Quirino Ordaz, propuesto por López Obrador. El gobierno federal mostró su hondo desconocimiento legal y reglas de la diplomacia, que supuestamente nos había dado mucho prestigio. Estamos como en mesa de cantina.