Trump: El vecino rasurado
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Trump: El vecino rasurado

 


Refrán antiguo, del bajo latín, tiene miles de años, aquí en México usamos la versión “Si rasuran al vecino, por tu barba a remojar”, traído por los españoles, hombres barbados descendientes de romanos, godos, visigodos y mezclados con otros barbudos y velludos como judíos y árabes. Pero en el continente que conquistaron, colonizaron y expandieron, se toparon con grupos de naturales ¡Lampiños! Sí, los hombres del Altiplano (mexicas y anexos) y de la península de Yucatán eran (y son) lampiños, así como las tribus nómadas del norte. Aquí nació un refrán, producto del mestizaje: el muy sabio “No te fíes de indio barbón ni de gachupín lampiño”, que define con certeza el fenotipo de razas distintas y bien diferenciadas, pero especialmente la cautela que se debe guardar ante personas engañosas o falsarias.

Donald Trump, hombre blanco, barbado y de pelo amarillo, que ya fue rasurado políticamente en su país, parece invitar a México a hacer lo propio, cosa que caería dentro de la justicia natural y quizás divina, dadas muchas similitudes y coincidencias que sobra mencionar.

En asuntos políticos y diplomáticos se vale hacer analogías. Los hombres que se dedican a la política pueden catalogarse como barbudos mentales y deben por tanto, guardar los cuidados, porque de una u otra forma puede ocurrirles lo que reza otro refrán castizo: “más pronto cae un hablador que un cojo”, caso de Donald Trump, hoy en la mira del análisis político debido a que conmocionó a la nación demócrata por excelencia, los Estados Unidos de América que, a contrapelo de sus ancestros y colonizadores ingleses (sin constitución escrita), escribieron en Filadelfia una constitución modelo en 1787, de sólo siete artículos y 27 enmiendas, suscrita por sus padres Fundadores, y que ha regido su vida institucional.

Trump, desde su tormentosa campaña en 2016, se dedicó con insistencia a atacar a México, al afirmar que sólo entraban a su país mexicanos delincuentes y viciosos. Nos ofendió al anunciar la construcción de un muro fronterizo que México debía pagar, so pena de sanciones arancelarias. Dos presidentes mexicanos le dieron trato deferente: Enrique Peña Nieto recibió en Los Pinos al agresivo candidato republicano, con protocolo de jefe de Estado sin serlo. El actual presidente ha mantenido una amigable y estrecha relación y su único viaje internacional ha sido a la capital Washington D.C., para supuestamente echar a andar el TMEC, algo inexacto, pero la verdadera agenda se desconoce salvo que sirvió como golpe de apoyo electoral a Trump, que pretendía reelegirse.

La empatía con Trump desde diciembre de 2018, significaba también un apoyo político y diplomático al actual gobierno mexicano, ansioso de absorber un poder sin límites y quizás hasta una prolongación transexenal, algo prohibido en nuestra Constitución, pero que fue intención, según se dice, de Miguel Alemán y de Carlos Salinas; que Álvaro Obregón, en contubernio con Calles, sí logró una reelección, evitada providencialmente en el restaurante La Bombilla, del pueblo de San Ángel en julio de 1928. Irónico, pero León Toral salvó el principio maderista de “No Reelección”.

Trump puede aún ser sujeto de juicio político que lo inhabilitaría para ocupar cargos públicos. También se conjetura aplicar la enmienda XXV, pero ya no hay tiempo. Sin embargo, con su incitación a la rebelión el 6 de enero al tomar una turba el Capitolio, selló su futuro. Es improbable que la invocación de 70 millones de votos garantice la creación de un nuevo partido o su candidatura en 2024: debe enfrentar al Internal Revenue Service (el SAT de allá) y otras faltas graves.

Lo ocurrido con ese presidente gringo y su errática gestión, es un buen ejemplo de lo que no debe hacerse. México está a tiempo de rectificar esa ruta populista, absolutista, intolerante, intransigente, regresiva, polarizante, tiránica y despótica que ha emprendido. Tal parece que los abrazos son para los delincuentes, los balazos contra imaginarios “adversarios” neoliberales y conservadores. Sin duda, 30 millones de votos son prueba de un error mayúsculo.