“Matadlos a todos…” (incluye instituciones)
Oaxaca
La Capital Los Municipios
El Imparcial del Istmo El Imparcial de la Costa El Imparcial de la Cuenca
Nacional Internacional Súper Deportivo Especiales Economía Estilo Arte y Cultura En Escena Salud Ecología Ciencia Tecnología Viral Policiaca Opinión

Opinión

Hoja por hoja

“Matadlos a todos…” (incluye instituciones)

 


Durante la Cruzada Albigense, en 1209,  activada  por el papa Inocencio III (el mismo que reconoció y autorizó a San Francisco de Asís fundar su orden), se narra de manera un tanto legendaria (no hay pruebas históricas), que al sitiar la fortaleza de Béziers, al sur de Francia, donde se había refugiado cátaros (señalados como herejes), pero también católicos, un comandante preguntó al abad Arnaldo Amalric, cómo diferenciar a los malos de los buenos, a lo que éste último dijo “Matadlos a todos, Dios conoce a los suyos”; entonces se ejecutó una despiadada matanza de hombres, mujeres, niños y ancianos, sin diferenciar nada. Para abad, Dios, en su juicio, separaría a sus hijos y los llevaría al gozo celestial eterno.

Ese hecho no fue único, ha sido repetido a lo largo de la historia en la misma Francia durante la Revolución de 1789 y hasta en nuestro México, durante la revolución y en la Cristiada. Tal vez en 1968, en Tlatelolco, el criterio del ejército mexicano fue el de aniquilar a todos y que la justicia de Díaz Ordaz se encargaría de separar a los suyos.

Hoy en día, aquí mismo, en el México mestizo, de raíces indígenas, pero también castellanas, andaluzas, gallegas, catalanas, asturianas, vascuences, y quizás hasta visigodas y celtas; se resumen pueblos muy antiguos, civilizaciones y culturas, que el Virreinato consolidó con su enorme obra de civilización occidental, hoy en riesgo.

Curiosamente, desde que el Palacio de los Virreyes fue ocupado no sólo como residencia presidencial, sino como centro del poder absoluto, se dictan y determinan a diario, por las mañanas, disposiciones condenatorias y anatemas contra todo lo que indique diferencia, por leve que ésta sea: no hay ningún tipo de consideración profesional y menos actos de compasión o piedad. La toma de Béziers, parece un ejemplo a seguir para un nuevo abad que sentencia a muerte a todo aquello, bueno o malo, en un ímpetu destructivo no visto antes en México, porque si bien la dispersión revolucionaria de 1910-1917 dañó a las instituciones, tuvo el atino de recomponerlas después y crear nuevas que, a pesar de corruptelas e inconsecuencias ideológicas, forjó un país con solidez de Estado.

Hasta fines de 2018, en México había instituciones legalmente constituidas, todas con fines de beneficio social; asimismo, las leyes permitían el ejercicio de la libre empresa, del libre empleo, de la libertad de reunión, de pensamiento y de crítica. Estaba en curso una magna obra aeroportuaria que traería consigo los beneficios del comercio mundial, del turismo y de aumentar nuestro grado de competitividad en la región. Se contaba con empresas mexicanas productoras de medicamentos distribuidos satisfactoriamente; madres de familia contaban con estancias para sus hijos, el Seguro Popular daba una gran cobertura y gratuidad aún en medicina de tercer nivel (el más avanzado), los fideicomisos públicos cumplían cabalmente sus fines y por su régimen fiduciario sujetos a vigilancia permanente; la edición de revistas y periódicos no estaba sujeta a persecución y, a pesar de todo, los gobernantes (al menos desde Echeverría y López Portillo), no se afanaban en polarizar y dividir al país; tampoco lanzaban agresiones directas ni diatribas contra la opinión adversa. Corrupción había, sin duda, y muy grande, eso debió haberse combatico.

A cambio, el régimen ha dispuesto, como Béziers, la aniquilación de todo vestigio, bueno y malo, que no se deba a la suprema voluntad del poder. Si en alguna institución u organismo había corrupción, lo propio no era destruirlo y desaparecerlo, sino extirpar el pillaje y reforzar a las agencias gubernamentales. No hay quien se salve: editores, escritores, historiadores, articulistas, médicos, revistas, periódicos, organizaciones políticas y hasta las ferias de libros son ahora objeto de denostación, ataque, ofensa y un torrente de adjetivos condenatorios para amedrentar a la población, para ahuyentar la inversión creadora de empleos e inventar distractores como eso de “rifar” una aeronave que nadie compra.

Penosa y vergonzosa situación. Tal pareciera que se busca el aislamiento mundial, como le ocurrió a Cuba, a Venezuela o Nicaragua. Hoy ni siquiera se reconoce un triunfo democrático en Estados Unidos. Parece que Castro y Chávez sabían con quién contaban en México.