¿Año de dones?
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¿Año de dones?

 


Se decía antaño “año de nones, año de dones”, en un imaginario popular que dejó de existir hace mucho. El año que va concluyendo, 2019, no ha sido precisamente de “dones”. En lo político vivimos bajo un espejismo democrático, sellado por la idea de que el absolutismo y el culto personal al mandatario son suficientes para recomponer una economía que poco dio: su crecimiento fue nulo y se empiezan a cerrar oportunidades a los emprendedores, grandes y pequeños, acosados por la fiscalización y el temor constante al despojo, disfrazado de legislaciones, confiscatorias todas en beneficio de nadie, pero con la presunción de que con subastas populares se resolverán problemas sociales, pretendiendo que el mejor postor sea el gestor del gasto público.

En las actividades de colectivos y grupos que se apropian de criterios oficialistas y que, siendo minoritarios tienen gran peso e influencia en temerosas decisiones políticas, ha surgido un apabullante movimiento feminista que reclama derechos, derechos que en la actualidad y en realidad nadie niega, pero que son motivo para que inexplicablemente se recurra a la violencia y vandalismo, suponiendo que con ello se logran metas que la equidad democrática ha ido facilitando en todo el mundo. Esa violencia y virulencia en manifestaciones callejeras se asemeja más a un machismo radical y pleno de frustraciones, que a un feminismo asertivo y favorecedor del diálogo.

La politiquería que reina en los congresos y gobiernos federal y estatales, impulsa obsesivamente la “equidad de género” pretendiendo que ésta consiste en repartir por igual a hombres y mujeres, sin que importe capacidad, conocimientos o preparación profesional. Un mundo equitativo es aquel que recompensa méritos independientemente del género: se trata de tener a los mejores. Se ha llegado al grado de que, en los exámenes de instituciones, en el reparto 50 por ciento para cada sexo, se acepta que las mujeres tengan menor calificación en los exámenes que los hombres, lo cual ya es una manera de discriminar. En materia científica o técnica debe seleccionarse a lo mejor, no repartos demagógicos. Se agregan terminologías confusas y absurdas como “perspectiva de género”, con argumentos pretendidamente sociológicos que sólo han servido para exacerbar odios y resentimientos.

De manera inexplicable, en México y en muchos países, se “lucha” rabiosamente por el aborto, como si ese procedimiento fuera sano en lo físico, en lo mental y en lo moral. En vez de preconizar el uso de métodos para evitar la concepción, tan abundantes y a la mano, parece que se estimularan embarazos “no deseados” para luego reclamar a la sociedad la validación de un acto quirúrgico que conlleva afectaciones severas y costos elevados al erario. El aborto tampoco es el mejor método de control demográfico; por sí mismo es una forma agresiva e invasiva de la salud, persistiendo siempre el lado ético, que en muchas conciencias sigue siendo una privación violenta de vida a seres en gestación, desde el momento de la cópula.

Entre los grupos que irrumpen con violencia e imponen paso a paso sus intenciones, están el llamado LGBTI y hasta el LGBTTIQA (más lo que se agregue), que fomenta la “selección libre” sexo no sólo entre adultos, sino desde la infancia, con lo cual hay una abierta y retadora perversión de la naturaleza, a las leyes biológicas y de los propios principios de familias y de creencias. Se trata de un fenómeno mundial hiperactivo cuyo fin es imponer la “ideología de género” y destruir el modelo familiar. Como en el aborto, facilitar cirugías para conversión en hombres o mujeres, transgrede a la naturaleza y somete a personas a experimentos propios del pasado, en que se abusaba con animales y humanos. Este movimiento no es pacífico, ni acepta opinión adversa: tachan de “intolerantes” a sus críticos, pero ellos practican un proselitismo agresivo e intransigente, pretendiendo modificar total y radicalmente hábitos y costumbres sociales.

En materia religiosa, el sectarismo fomentado desde el gobierno, empieza ya a dividir y polarizar más al país, aunado a un laicismo antirreligioso, nada neutral.

Al fin del año, no se puede cantar paz ni amor, sino observar un proceso de transformación (de primera o de cuarta), que sólo trastoca la convivencia. Hay un desafío, tomémoslo.