Agradecimiento al Hospital de Alta Especialidad
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Agradecimiento al Hospital de Alta Especialidad

 


El agradecimiento es una actitud de reconocimiento por algo que se ha recibido, un beneficio, un gesto o un favor; recordar el acto de generosidad de otra persona; apreciar lo que otros hacen por nosotros.
La gratitud es un sentimiento que se experimenta cuando se recibe apoyo en una circunstancia difícil, lo que lleva a corresponder con una acción de gratitud.
Frente a frente; viendo a los ojos y tomando las manos de las enfermeras, de las doctoras, trabajadoras sociales y encargadas de la limpieza, les doy las gracias; mientras viva guardaré en mi mente y en mi corazón sus atenciones. Ahora las veo diferente, con admiración, con la confianza de que estoy en las mejores manos.
Cuando bebemos nuestras lágrimas los hombres decimos lloramos y cuando lloramos nos inunda una paz interior y vemos la vida de manera diferente, somos otros, somos unos hombres renovados.
Hace exactamente una semana la vida me dio la oportunidad de conocer por dentro una Clínica Hospital – más que conocer, aprender – ver una cara oculta de los servicios de salud de la Federación en Oaxaca. Extraordinarios; al servicio del pueblo – pueblo, realizados sin pregonarlos pero que allí están sin limitaciones, sin escatimar recursos materiales y humanos, únicamente los necesarios e indispensables por supuesto, sin decir que no se puede. Aplaudo esta labor silenciosa.
A estas clínicas llegan enfermos de las ocho regiones; pero lo extraordinario es que ya están en sus comunidades o cerca de ellas y en todas, el servicio médico de calidad es el mismo, sin discriminación y sin distinguir a nadie por su religión, afiliación política, edad o sexo. Confíen en que serán bien atendidos y si por alguna razón ajena a la voluntad, las cosas no salen como desean, no será, lo aseguro con convicción, por falta de conocimientos o atención.
Aclaro que no soy médico, pero ingresé con una peritonitis anunciada a voz en grito por el dolor que sentía; la evito la atención inmediata que recibí y sólo quedó en apendicitis. Ahora puedo decir que la apendicitis quedó en maestra por lo que me enseñó de la vida, de la muerte, del dolor, de la fidelidad, de la fe. Fue un curso intensivo de tres días y tal vez sean los mejor vividos de mi vida y que cambiaron mi vida para poder compartirlo.
Eran las 0:20 horas del domingo. Cuando entré al quirófano me di cuenta de que todo había sido tan rápido que no me había despedido de nadie y por un instante me quedé con la mente en blanco; iba tranquilo, confiado y con mucho dolor, llegué a la conclusión de que si no me había despedido era porque todo iba a salir bien, además me había dado cuenta que el equipo de médicos se comunicaban muy bien entre ellos; un anestesiólogo, una enfermera y dos médicos.
Alguien desde su nube me dijo que en todas las operaciones quirúrgicas siempre es el mismo número de personas. Sí, pero en mis sesenta y nueve años, para mi esta es la primera y aprendí. No lo vuelvo a hacer.
Me colocaron en posición fetal para inyectarme la anestesia parcial que me durmió las piernas de inmediato. Hice ejercicios de respiración profunda y de concentración para tratar de mover algún dedo, nada, cero. El anestesiólogo me pidió que le dijera si sentía y me pincho con una aguja; nada, medio cuerpo totalmente dormido. A las 3:20 salí del quirófano.
El camillero me llevó a un área con ocho salas – me causó gracia cuando llamaron a una enfermera y contestó: “estoy en la sala dos” y únicamente era mi cama –, es decir ocho camas con ocho enfermos en preparación para cirugía o en recuperación post cirugía.
Me despedí de mano de cada uno, viéndolos fijamente a los ojos; es seguro que no nos volveremos a ver; regresaran a sus comunidades llenos de esperanza con una nueva visión de la vida, de la familia. Confiados en el sistema de salud federal que está cerca de ellos y con la certeza de que nunca más estarán solos.
Sus familiares los verán con otros ojos y los recibirán con los brazos extendidos para abrazarlos y apretarlos contra su corazón y tal vez derramando lágrimas de alegría por volverlos a ver de regreso a casa.
Ahora son nuevos padres, nuevos hijos, nuevos esposos, nuevos hermanos; nuevas esperanzas y nuevas realidades; son otros hombres. Son los hombres agradecidos, atendidos por unas manos milagrosas: las de las enfermeras.
Para los que no tenemos Seguro Social o I.S.S.S.T.E., el Seguro Popular para los oaxaqueños es una realidad. En el lado opuesto de la Administración Pública, está la realidad que vive Oaxaca desde hace treinta y seis años.
Es sano saber que existen antecedentes históricos de servidores públicos que reintegraron lo robado, se vendieron sus bienes y por el faltante fueron a la cárcel. Esto dice José Antonio Gay, Historia de Oaxaca, 1992, México, editorial Porrúa:
Siendo Alcalde mayor Juan Peláez de Berrio fue sometido a un juicio de residencia por nepotismo, cohecho y porque hacía muchos agravios a los vecinos. Se vendieron todos sus bienes para reintegrar lo que había tomado, hasta dónde alcanzó, y por el faltante fue sentenciado a prisión. Murió en la cárcel cumpliendo la sentencia de la Real Audiencia.
Nuño de Guzmán, igualmente, fue sentenciado y murió encarcelado en Madrid, España, en el castillo de Torrejón de Velasco en 1544. Vicente Riva Palacio (1832 – 1896) lo describe como: el aborrecible gobernador del Pánuco y quizás el hombre más perverso de cuantos habían pisado la Nueva España, (México a Través de los Siglos, vol. II. Barcelona: Espasa, 1991). En tanto que Fray Bartolomé de las Casas lo calificó de gran tirano.
Además, los bienes de Matienzo y Delgadillo se vendieron para reintegrar lo que habían tomado y por el faltante fueron a la cárcel; después regresaron a Castilla, en donde murieron dos años más tarde, con muy mala fama.

Desde Santa María Oaxaca
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