Cuando muere una lengua
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Opinión

El hombre y su palabra

Cuando muere una lengua

 


Dice el historiador, escritor y experto en lengua náhuatl, Miguel León-Portilla que “Cuando muere una lengua/ entonces se cierra/ a todos los pueblos del mundo/ una ventana, una puerta/ un asomarse/ de modo distinto/ a cuanto es ser y vida en la tierra”. Hoy, cuando los sistemas o modelos económicos, políticos e ideológicos se deterioran o colapsan, es indispensable contar con concepciones distintas del mundo. Estas diversas formas de interpretación y relación con el entorno las encontramos en las lenguas de los pueblos o naciones indígenas; sí, en el habla de aquellos que han sido marginados por aquel futuro “mejor” al que hemos denominado de distintas formas: progreso, desarrollo, modernidad, etc.

Lenguas indígenas en México y Oaxaca

El Instituto Nacional de Lenguas Indígenas (INALI) señala que en México existen 68 pueblos indígenas que se corresponden con las 68 lenguas que se hablan en el territorio. Según el INEGI en el 2015 había 7.4 millones de personas hablantes de una lengua indígena y representaban 6.52% de la población mexicana de 3 años y más. Del total de hablantes de una lengua, el 84.6% también hablaba español y 12.3% son monolingües. Además, las tres principales lenguas son el Náhuatl, Maya y Tzeltal, cada uno agrupa al 23.4%, 11.6% y 7.5% del total de hablantes de una lengua, respectivamente.

Oaxaca destaca por ser la entidad con mayor proporción de hablantes indígenas, ya que en el 2015 tenía 1.2 millones de personas que hablaban alguna lengua, lo que representaba el 32.2% de la población oaxaqueña de 3 años y más. En la entidad hay cerca de 15 lenguas indígenas, el Censo de Población y Vivienda del 2010 indica que las lenguas con más hablantes son: Zapoteco (371 mil 740), Mixteco (264 mil 047), Mazateco (175 mil 970) y Mixe (117 mil 935).

A pesar de la gran diversidad de lenguas indígenas que existen en nuestro país, día tras días se están extinguiendo. Se ha dicho que en el país cerca del 6.5% de la población habla alguna lengua indígena, tal porcentaje resulta muy bajo comparado con el 65% que había a principios del siglo XIX. Es por eso que la escritora y divulgadora de la diversidad lingüística, Yásnaya A. Gil menciona, en Nosotros sin México: naciones indígenas y autonomía (2018), que los pueblos indígenas (y sus lenguas) “no son pueblos minoritarios sino minorizados”, también comenta que de mantenerse la tendencia actual en unos cien años los hablantes de una lengua indígena van a representar sólo el 0.5% de la población mexicana. Ante tal escenario, es necesario conocer el porqué de la desaparición de las lenguas; así como la disminución del número de hablantes.
¿Es la lengua indígena un obstáculo para un futuro “mejor”?

Como señala Immanuel Wallerstein, en la sociedad no hay otro objetivo que el de alcanzar el desarrollo económico. No se sabe a ciencia cierta cuáles son las vías, pero, cuando se emplea el término se hace referencia al estilo y forma de vida de occidente. Entonces, el desarrollo (progreso, avance, modernidad) suele estar representado por grandes ciudades, el consumo suntuoso, así como una mayor actividad agrícola, industrial y comercial. Para llegar a tal destino no se abandona la figura del Estado-nación, sin embargo, éste expresa la intención de homogenizar la identidad, fijar los elementos representativos de un territorio, dejando de lado las grandes diferencias que ahí existen; para Rodrigo Montoya, en Movimientos indígenas en América del Sur: potencias y límites (1998), “La ideología de estado nación busca una nación, un estado, una cultura, una lengua. Como la realidad es compleja, diversa, multiétnica y plurilingüe, lo fácil es someter y reducir lo múltiple a uno”. El Estado, para alcanzar un futuro “mejor”, busca la uniformidad y no la diversidad.

Lejos de reconocer la importancia de los pueblos indígenas, así como su lengua, el sistema económico y político tampoco ha logrado reducir las diferencias de éstos con los no hablantes de una lengua indígena. De acuerdo con un estudio realizado por la Comisión Nacional para el Desarrollo de los Pueblos Indígenas (CDI) y Naciones Unidas del 2010, la probabilidad de caer en pobreza en hombres y mujeres indígenas es de alrededor de 38%, casi el doble de la que no es indígena (20%), sólo por el hecho de serlo. En la medición de la pobreza realizada por CONEVAL en 2014, el porcentaje de la población indígena en pobreza fue de 73.2%; mientras que en pobreza extrema se encontraba el 31.8% de los indígenas, contrasta con el 7.1% de la población no indígena. Considerando las carencias sociales, la misma institución señala que 79.4% de los indígenas del país sufrían carencia por acceso a seguridad social, frente al 56% de los no indígenas; 61% tenía carencia en servicios básicos de vivienda, superior al 17% de los no indígenas; el porcentaje de población indígena con carencia por acceso a la alimentación fue de 39%, en contraste con el 21.7% de la población que no se considera indígena. Aquel camino hacia el progreso parece que no ha generado los resultados esperados, no ha disminuido las brechas; las condiciones socioeconómicas en general son alarmantes, para los indígenas son aún más graves.

Reflexión final

A pesar de pertenecer a un mismo territorio, llámese país o entidad federativa, existen elementos económicos, políticos, ideológicos y culturales que parecen acercar a las personas que no son del mismo núcleo, mientras que aleja a aquellas que sí lo son. Claramente, la población mixteca de Oaxaca, Guerrero y Puebla, además de la lengua, comparten una forma de ver y tratar al mundo, por ejemplo, para ellos el trabajo en el campo ha sido fundamental para sobrevivir, ahí obtienen las principales semillas como el maíz, el frijol y la calabaza; es por eso, que las personas de mayor edad no logran comprender por qué las nuevas generaciones desdeñan a estas semillas o los alimentos que con ellas se hacen. Por otra parte, resulta evidente que personas de un mismo territorio pueden no compartir nada, por ejemplo, se puede tomar a dos oaxaqueños: uno que sea de un pueblo indígena y otro que pertenezca a la élite económica o política, ¿qué podrían compartir estas dos personas? Tal vez nada, comprenden y realizan prácticas distintas, pero legalmente son parte de un mismo conjunto; el segundo ignora completamente al primero, voltea a verlo cuando necesita explotar su trabajo, sus costumbres o tradiciones.

En este sistema económico, los pueblos indígenas sólo pueden manifestarse en aquellos elementos que son redituables económicamente: danzas, vestimenta y artesanías; es por eso que, para la clase dominante, las lenguas indígenas no son relevantes, no pueden obtenerse ganancias de ellas. Lo anterior también permite intuir que, el rescate y la preservación del habla de los pueblos difícilmente será posible en el modo de producción actual. No se debe esperar que los esfuerzos vengan de quien detenta el poder, de las instituciones o de cierto sector; necesariamente, el compromiso tiene que surgir de los mismos hablantes en conjunto con especialistas de la lengua y de la enseñanza. Actualmente, cuando la cuarta transformación mantiene en general el mismo modelo económico y en particular la política de imponer los mega-proyectos, deben existir esas voces, esos pensamientos, esa forma distinta de ver y actuar, que permita romper los moldes y plantearnos otros horizontes.