La burla y la victimización
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Opinión

Editorial

La burla y la victimización

 


En estos tiempos, los mexicanos hemos vivido escenarios inéditos. Por un lado, la infalible fiebre sucesoria, que ha creado en el imaginario más hartazgo que simpatía. Por la otra, la violencia desenfrenada que nos muestra cada día, la naturaleza exacta de un país sometido por el crimen y la crueldad. Y al final, la certeza de que nos seguiremos ahogando en sangre, en la impunidad y la sevicia, ante un régimen que no sólo ha optado por encogerse de hombros ante este clima de terror, sino culpar a los demás o burlarse de la realidad. El caso de los cinco jóvenes desaparecidos en Lagos de Moreno, Jalisco y la aparición de cadáveres desmembrados, embalados y congelados en hieleras en Poza Riza, Veracruz, nos ha ubicado más allá del Infierno de Dante o de las tribulaciones del Marqués de Sade. Es producto de un Estado fallido, de una política errática de seguridad y de aquellos que justifican este teatro criminal con discursos vanos, chismorreos y sandeces. O como dijera Octavio Paz: “con ese Estado benefactor que nos ampara o nos apalea, según el humor del príncipe o el capricho de la hora”.

Seguimos sin entender cuál es el proyecto de nación, al que el voto mayoritario del pueblo mexicano le apostó en 2018; de cuál transformación se sigue hablando a casi 5 años y con más de 160 mil muertos, miles de desaparecidos y entidades bajo fuego. Alain Touraine, sociólogo francés afirma que: “lo fundamental no es tomar el poder, sino recrear a la sociedad, reinventar la política, evitar el conflicto y superar el colapso social”, todo bajo el imperio de la ley. De los hechos que comentamos deben servir de espejo a Oaxaca. El mito de que somos una de las entidades más seguras del país, ya es un disco rayado. No estamos ni más allá ni más acá del bien y del mal. Estamos inmersos en un mapa criminal, que nos ha ubicado en algunas semanas en segundo lugar en homicidios dolosos en el país. Compete a las autoridades evitar con medidas de prevención, que esas mediciones oficiales no impacten negativamente en nuestra precaria economía, la gobernabilidad y la paz social.

Se requieren interlocutores y funcionarios eficientes y con un amplio compromiso social. Que no justifiquen su incapacidad e inexperiencia echándole la culpa al de atrás o a los medios de comunicación, sino que traten de superar sus calenturas político-electorales cumpliendo en el cargo. Que el proyecto político del actual régimen, en materia de seguridad, no sea sólo de percepciones dominantes, tan efímeras como los intereses que las manipulan.

 

Ciclovía: ¿Para qué?

 

La capital oaxaqueña, ya hemos comentado en otros espacios, adolece de muchos problemas. Uno de ellos es, justamente, la vialidad. Un trasporte urbano desgastado, anacrónico y, en cierta medida, obsoleto. Vicios arraigados como la doble fila; la ausencia de una cultura vial; la saturación de vehículos de motor y la invasión cotidiana –si se puede llamar así- de pequeñas unidades que entran y salen por miles cada hora. Pero tanto autoridades estatales como locales se han desentendido del asunto. Ello no es nada nuevo. Ha habido temor de tocar los intereses políticos que, desde hace mucho, están detrás del transporte concesionado. Un pulpo camionero, sindicatos y confederaciones y las infalibles organizaciones sociales. Han hecho de todo ello, un coto de poder intocable. Lo anterior, concatenado, ha contribuido al infierno vial que se vive a diario en diversos rumbos de la capital.

¡Ah!, pero la ciudad cuenta con ciclo vía –o bici-ruta, así le llamaron-. Varias calles y avenidas cuentan con carriles confinados, que nadie respeta; que jamás les han dado mantenimiento y hasta de incertidumbre legal, pues no se sabe si es competencia estatal o municipal. Con respeto a las pocas personas que la usan por deporte, necesidad o trabajo, la citada ciclovía se percibe como un parche mal pegado, que lo único que representa son mayores problemas para la vialidad. Partiendo de la premisa de que todos los gobiernos tienen a funcionarios con ocurrencias, algunas geniales, otras destinadas al fracaso, pero hábiles para pegarlas al gobernante en turno, es posible que la referida bici-ruta haya sido un buen propósito. Pero basta ver cuántos ciclistas usan la de Reforma, que ya casi desapareció; la de Avenida Universidad, Independencia, Amapolas o Emilio Carranza, para darse cuenta que los únicos que por ahí transitan quitados de la pena del infierno vial, son los motociclistas.

En una ciudad con algunas calles en el Centro Histórico ya devenidas peatonales; con carencia de espacios para estacionarse en la vía pública -a todas horas del día no se encontrará un solo hueco, en todos los rumbos de la capital-. Además de la falta de estacionamientos públicos privados, en donde cada uno cobra lo que le place, pues no hay regulación oficial, ¿no sería factible que las autoridades se inclinen más por crear una cultura de respeto al ciclista que tener la ciclo vía como un monumento a una buena idea que no ha cumplido su objetivo?