Protocolos olvidados
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Opinión

Editorial

Protocolos olvidados

 


Según las autoridades sanitarias tanto federales como estatales, el virus del Covid-19, sigue entre nosotros. De nueva cuenta han empezado las mediciones de contagios y decesos. Lo peor de ello es que ya no hay vacunas para hacerle frente a este grave mal. Desde hace meses en Oaxaca, el ex gobernador Alejandro Murat decretó que el uso del cubre-bocas sería opcional en lugares cerrados y podía evitarse en lugares abiertos. Sin embargo, es un hecho que los contagios siguen en México y otras partes del mundo, con una sexta ola que, por lo dicho por los especialistas es letal. En supermercados y plazas comerciales; mercados y sitios concurridos ya no se exige ni el cubre-bocas, ni siquiera hay gel anti-bacterial o desinfectante para los carritos. Esto es, las medidas sanitarias que fueron elementales para evitar el mal, durante las primeras arremetidas del Covid-19, parecen haber pasado a la historia.

Está en marcha la campaña de vacunación contra la influenza estacional, pero se olvidó la del mal que en Oaxaca ha dejado más de 6 mil muertos. Y hay semanas en que los casos de contagios suman 200 o más. Las campañas publicitarias de prevención han desaparecido y ya no se exige la aplicación de las medidas de prevención, pese a que en la temporada invernal se agudizan los males respiratorios y las famosas IRAs, Infecciones Respiratorias Agudas, como las gripes, bronquitis, amén de neumonías y otras. A juicio de muchos, el gobierno de Jara Cruz debe decretar una vez más, como en otras entidades del país, el uso obligatorio del cubre-bocas y la aplicación de los protocolos de prevención. Es decir, revertir el relajamiento de dichas medidas y salvar más vidas con su aplicación y obligatoriedad.

Lo que vivimos en las épocas de mayor fuerza del famoso virus del SARS-CoV2, como la muerte solitaria de los enfermos, la saturación de hospitales, el cierre de cementerios y la obligada cremación, así como la escasez y especulación de medicinas y oxígeno, entre otros muchos males colaterales, debe estar vivo en la memoria colectiva de los mexicanos y oaxaqueños. Nada cuesta pues seguir aplicándose los protocolos y con ello salvar la vida propia y la de nuestros familiares o personas ajenas que se cruzan con los enfermos ya contagiados. No se trata de un artificio: los visitantes y los propios dejaron de aplicarse los citados protocolos desde hace mucho y muy orondos caminan por las calles o entran a lugares concurridos sin temor ni precaución alguna.

 

Salvar el Centro Histórico

 

Después del desalojo del comercio en la vía pública del Zócalo de la capital, además de la liberación de los pasillos del Palacio de Gobierno que, durante 12 años ocuparon de manera ilegal un grupo de indígenas triquis, amparándose en medidas cautelares que les había otorgado la Comisión Interamericana de los Derechos Humanos (CIDH), el problema para nuestro sufrido Centro Histórico no ha terminado. Por un lado, manejadas con dolo y una ambición pecuniaria infame, un grupo de mujeres triquis, lideradas por Reyna Martínez y Lorena Merino, que fueron quienes siempre se beneficiaron con el comercio en los citados pasillos, instalaron una supuesta huelga de hambre. Repiten el mismo argumento que en su momento le presentaron al ex gobernador Gabino Cué, en diciembre de 2010: quieren seguridad para retornar a su comunidad de origen, San Juan Copala, distrito de Juxtlahuaca.

Ha trascendido en redes sociales que exigen al gobierno de Salomón Jara, un pago de 500 mil pesos por cada uno de los triquis que vivieron en el sitio aludido durante 12 años. Además, han planteado la posibilidad de seguir con su tianguis artesanal en las calles aledañas al Palacio de Gobierno. Es obvia su resistencia a retornar a su comunidad. Insisten a trancas y barrancas en seguir dando una pésima imagen a la capital. Ya se acostumbraron. No hay que olvidar que es una etnia trashumante, que nunca está en un solo lugar. Por otro lado, tampoco el problema de las organizaciones que controlan el comercio en la vía pública está resuelto. En lugar de permanecer en inmediaciones del Zócalo, buscaron un mejor lugar: las calles aledañas al conjunto conventual de Santo Domingo de Guzmán.

Este hecho ha encendido las luces de alerta entre la comunidad de frailes dominicos que resguardan uno de nuestros monumentos históricos más emblemáticos, pues los puestos y comerciantes impiden el acceso al templo y ex convento, al obstaculizar escaleras y pasos peatonales. Los religiosos han hecho llamados al gobierno federal, estatal y a la misma Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (UNESCO), a fin de evitar esta aberrante invasión y salvar nuestro Centro Histórico. Ello implica que, es muy prematuro echar las campanas al vuelo para festinar el desalojo y el regreso del corazón de la ciudad a su ancestral señorío. Sólo se cumplió una etapa. Hay demasiadas resistencias para tener un Centro Histórico digno.