Ceremonia de El Grito
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Opinión

Editorial

Ceremonia de El Grito

 


La historia de México registra el 15 de septiembre de 1810, prácticamente como el inicio de la guerra o revolución de Independencia, encabezada por el cura de la parroquia de Dolores Hidalgo, Guanajuato, Miguel Hidalgo y Costilla. Entre los antecedentes de este pasaje histórico destaca la invasión napoleónica a España que despertó en la población de criollos, hijos de españoles nacidos en México, las motivaciones de independencia respecto a la Corona y la lucha para hacer del país una nación soberana, capaz de gobernarse por sí misma, dejando la tutela del gobierno de los peninsulares. Sin embargo, todo ello tuvo grandes resistencias, era como renunciar a sus privilegios y riquezas que habían amasado con la explotación de minas, fundos agrarios y el trabajo forzado de millones de indígenas.

Evitar que el movimiento independentista fuera descubierto y aplastado con violencia, movió a sus dirigentes a moverse con discreción y a través de conspiraciones. Una de ellas tenía como plan un levantamiento armado desde diciembre de 1809, pero tras una delación, los operadores del plan fueron detenidos. La otra fue la conspiración de Querétaro, organizada por personajes como los militares Ignacio Allende y Mariano Abasolo, que tenían reuniones clandestinas en la casa del corregidor José Miguel Domínguez, esposo de doña Josefa Ortiz. Esta conspiración, que pretendía constituir una junta que gobernara en nombre del depuesto rey español, Fernando VII, fue descubierta, lo que precipitó el movimiento independentista. La guerra por la independencia fue pues, desde un principio, una lucha por la conservación de los privilegios de los peninsulares y la pretensión de arrebatárselos por parte de los criollos.

Correspondió al cura Hidalgo, conocido como Padre de la Patria, la noche del 15 de septiembre de 1810, llamar a los mexicanos a emanciparse del yugo español, con lo que habría de iniciar la toma de ciudades, pueblos, haciendas, formadas en su mayoría por indígenas y mestizos, quienes, armados de lanzas, palos y machetes, enfrentaron con valentía al ejército realistas. Al llamado y la arenga a levantarse en armas se le ha llamado “El Grito de Independencia” que hoy, por la noche se escuchará en todas las plazas públicas del país, encabezadas por el presidente de México, los gobernadores de los estados y, en las pequeñas comunidades, por los presidentes municipales, para recordar este pasaje de nuestra historia patria.

 

Mala lectura

 

Más allá de que las nuevas leyes protegen a las comunidades indígenas y muchas que no lo son, de que sus recursos deben ser explotados por las mismas o, en su caso, ser lo que la asamblea comunitaria decida por cuenta propia el destino, utilización o usufructo de tierras aguas, riqueza del subsuelo y otras, algo irrebatible es que siempre habrá vivales que se aprovechen de la ignorancia de autoridades y comuneros. Es el caso de los vecinos de San Bartolo Coyotepec que, clausuraron los pozos que surtían a la empresa embotelladora de agua y refrescos, “Gugar”, propiedad del empresario Carlos Guzmán Gardeazábal. Pese a que puedan hablar del triunfo de la comunidad en torno al regreso de 10 hectáreas en donde se ubica la planta y los pozos que le surten de agua, cayeron en el juego de vivales, ampliamente identificados como “La Sosa Nostra”, es decir, los hermanos Flavio y Horacio Sosa Villavicencio.

Éstos jamás han operado de manera solidaria. Siempre han buscado el beneficio pecuniario o político. Desde que apareció la figura de Flavio, conocido como “El Demonio de Tasmania” en el conflicto político y social del 2006, se supo que operaba por encargo de ciertos personajes interesados en desestabilizar al régimen del entonces gobernador Ulises Ruiz. Llamado “Don Flavio”, por el entonces Secretario de Gobernación en el régimen del presidente Vicente Fox, Carlos Abascal Carranza, mantuvo conculcados los derechos del pueblo oaxaqueño, sobre todo el de la capital, a través de sus barricadas y hechos de violencia. Quien recibió los golpes no fue el gobierno ulisista, sino el pueblo y los más desprotegidos económicamente. Por ello, a famosa asonada de la tristemente célebre Asamblea Popular del Pueblo de Oaxaca (APPO), que dirigía Flavio Sosa, fracasó y jamás permeó a nivel nacional.

El problema que ha afectado a la empresa refresquera local, también dañará a 170 familias cuyos jefes laboran en la planta. Pero, además, sentará un pésimo precedente para la libre empresa. Oaxaca requiere con urgencia de inversiones que puedan traducirse en una explotación racional de los recursos, previos acuerdos de asambleas comunitarias, para generar riqueza, impuestos, empleos directos e indirectos. Pero mientras tengamos que seguir tolerando los excesos y atropellos de dirigentes sin escrúpulos, movidos por el dinero o el interés político, poco, muy poco podemos esperar como sociedad.