El síndrome de la victimización
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Opinión

Editorial

El síndrome de la victimización

 


Existe entre los oaxaqueños, grupos y pequeños segmentos sociales, un síndrome u obsesión perniciosa para montarse sobre víctimas reales y ficticias y sacar provecho. Los dirigentes lucran con la memoria de los muertos y pretenden hacer creer que se trata de héroes, por lo que, la ciudadanía debe rendirles homenaje. Mientras los más de 4 millones de oaxaqueños buscan darle vuelta a la hoja, hay unos cuantos atolondrados, empeñados en reabrir heridas. Dos hechos se han dado en los últimos días. Uno. La pretensión de un membrete denominado “Comité de Víctimas”, que surgió a raíz de los trágicos hechos de Asunción Nochixtlán, el 19 de junio de 2016, en seguir tomando como bandera de una supuesta lucha social, a quienes perdieron ahí la vida. En ese afán, al cumplirse seis años, trajeron un monumento de cantera y, sin autorización alguna, lo instalaron en pleno zócalo de la capital.

Lo que muchos han llamado “el memorial de la ignominia”, se montó al lado de donde se instaló en 1987, la placa alusiva de la UNESCO, para reconocer a la ciudad de Oaxaca como Patrimonio Cultural de la Humanidad. Es decir, hay un protagonismo enfermizo para hacer de quienes perdieron la vida, en un exceso policial, llevados ahí, justamente por dirigentes sin escrúpulos, una bandera perpetua y un altar de mártires, que pongan contra la pared al Estado represor. Es obvio que la reglamentación del Centro Histórico y la buena imagen del mismo, de por sí tan entredicho por el comercio en la vía pública, competen al gobierno de la Ciudad. El edil y su Cabildo no deben permitir esta afrenta más a nuestra capital y actuar conforme a Derecho. Que no les tiemblen las corvas con la amenaza de la alerta máxima que decretaron estos grupos de violentos y vividores.

Un segundo hecho es el triste papel que han asumido nuestros diputados locales, de la bancada de Morena, al emplazar al gobierno a castigar a quienes ellos han calificado como responsables de la “represión” en el movimiento de 2006. Es decir, en lugar de legislar y no exhibir más su ignorancia legislativa, su torpeza e incapacidad, han encontrado en los hechos de hace 16 años, un argumento banal para justificar una supuesta justicia social. El estado padece los efectos de siniestros, con miles de damnificados, sin que nuestros flamantes legisladores emitan un susurro siquiera sobre estos flagelos. El oportunismo, la victimización y el protagonismo, a todo vapor.

 

Las fiestas de julio

 

Estamos ya en el mes de julio, en el inicio de lo que se ha llamado, en los últimos años, “Las fiestas de julio”, cuyo corolario es La Guelaguetza y celebraciones adicionales: la Feria del Mezcal y festivales gastronómicos, entre otras. Autoridades estatales y municipales, como ya es tradicional, echando la casa por la ventana con un sinfín de eventos culturales. Oaxaca, la capital, transpira en julio, alegría, folklore y cultura. Sin embargo, antes fueron los maestros, ahora son algunas organizaciones sociales las que esgrimen la amenaza del boicot. La fiesta de los ricos, les dicen algunos atolondrados. En 2006 fue incendiado el templete del Auditorio, con ese pueril argumento. En 2007 hubo intenciones de boicot de nuestra fiesta folklórica y hasta golpes y catorrazos con la Policía Estatal, que dejó heridos y luego jenízaros consignados.

Este año no faltarán aquellos que ven en dichos eventos culturales, el suculento platillo para extorsionar o presionar al gobierno estatal. Y el comercio en la vía pública, al tenor de la ambición de sus dirigentes, empecinado en copar el Centro Histórico con sus puestos, cubiertos de telarañas de mecates y cables. Es decir, es la parte contraria de la apoteosis oficial; del repique de campanas; de las calendas y las chirimías. En medio de todo este panorama nocivo y pernicioso, una ciudad que asemeja un paisaje lunar. Baches por aquí y por allá. Entradas y salidas de la capital convertidas en lagunas. Carreteras intransitables, no sólo por los efectos del huracán “Agatha”, que devastó decenas de comunidades de la Costa y la Sierra Sur, sino por el abandono en que han estado por años. Un sistema de semaforización colapsado.

Oaxaca, tierra de folklore y estado multiétnico y pluricultural, pero también territorio de la impunidad y temor para aplicar la ley. Con una capital –siempre lo decimos- orgulloso Patrimonio Cultural de la Humanidad, declarado por la UNESCO desde 1987, distinción que sólo sirve a las autoridades para pararse el cuello, pero en el fondo ni les interesa ni preocupa. Sólo hay que ver ese sitio emblemático llamado Centro Histórico, convertido en zahúrda o estercolero. Es la cara, lamentablemente, que habremos de dar a los oaxaqueños ausentes que vienen en busca de su identidad en julio, o del turismo nacional y extranjero, ávido de conocer una ciudad colonial, un sitio excepcional, calificada como una de las capitales más bellas de Latinoamérica.