Aplicar la ley a secas
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Opinión

Editorial

Aplicar la ley a secas

 


El pasado sábado abordamos el penoso tema del vandalismo, los excesos y los atropellos de grupos de pseudo normalistas movidos, sin duda alguna, por radicales del llamado Cártel 22. Dicha aseveración merece una breve reflexión. En 1920, posterior al inicio de la Revolución Rusa de 1917, Vladimir I. Lenin escribió una de sus mejores obras: “La enfermedad infantil del izquierdismo en el comunismo”. Su tesis principal se refiere a aquellos que, sin experiencia revolucionaria, sin teoría y convicción, arremetían de manera temeraria en contra de sus adversarios, adoptando posturas radicales. Desde entonces, a aquellos que en cualquier movimiento destruyen, vandalizan, roban, desafían al Ejército, policía o al Estado, sin estrategia, sin principios y sin ideología, se les llama “enfermos”. Contrarios a la teoría revolucionaria que propuso el mismo Lenin en su obra: “¿Qué hacer?”.

Durante el movimiento de 2006, los “enfermos” hicieron de las suyas, en la agresión con cohetones, petardos, barricadas, toma de estaciones de radio y televisión, entre otras. Por eso, dicho movimiento nunca permeó a nivel nacional. Uno de los impulsores del citado movimiento, fue la Unión de Trabajadores de la Educación (UTE), un grupo radical al interior del magisterio, cuyos miembros asumen la revolución de una forma irrisoria: son revolucionarios, pero con la quincena segura. Cuestionan al Estado, pero viven del mismo, o negociando detrás de la puerta o pidiendo canonjías y privilegios. Algunos de sus miembros abrevaron en las Normales Rurales y ahí han hecho su coto de poder. Sin embargo, se quedaron anclados en la prehistoria de los movimientos sociales y hoy enarbolan teorías rebasadas en el mundo global. Y siguen moviendo a jóvenes que se alquilan como mercenarios, los que ocasionaron daños graves a comercios y diversos negocios la semana pasada.

Ligados a un partido político buscan y se desgreñan para meter a Oaxaca en una dinámica similar al 2006. Ante la calma relativa que se ha vivido en materia educativa, pretenden desestabilizar sirviendo a intereses oscuros y con financiamientos sospechosos. “Su lucha” -así entrecomillada- no es fortuita: buscan posiciones, recursos, medirle el agua a los camotes en tiempos electorales y posicionarse en la elección de gobernador en 2022. Sin embargo, el pueblo oaxaqueño está ya cansado de tantos excesos y atropellos y exige que con estos vándalos no prevalezca ni la justicia ni la gracia, sino simplemente la ley.

Salvaguardar patrimonio

Desde que inició el llamado Movimiento Democrático de los Trabajadores de la Educación de Oaxaca (MDTEO), allá por los años 80 del Siglo XX, el patrimonio edificado y catalogado de la capital oaxaqueña empezó a deteriorarse. Las bajas pasiones y la forma más burda de protestar en contra del gobierno ha tenido a nuestra bella y única arquitectura novohispana, como depositaria de esos arrebatos. Sin importar que en 1987 la ciudad capital fuera calificada por la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (UNESCO), como Patrimonio Cultural de la Humanidad, el deterioro de nuestros edificios históricos continúa. Hace sólo unos años se hizo viral un video, en donde un maestro de la Sección 22 en plantón, incrustaba un clavo, armado de un martillo, en una de las canteras de la Catedral Metropolitana. Pero, ¿cuál era el propósito? Atar un mecate para sostener un pedazo de plástico que le serviría de sombra.

De ese tamaño es la ignorancia y la torpeza de quienes se presume, enseñan a nuestros hijos. Esto es, desconocen la historia, los antecedentes de nuestra ciudad colonial, su reconocimiento como ciudad de “Sitios y Monumentos”, desde los años 50 del siglo pasado, etc. Durante el movimiento político y social de 2006, hordas de mentores y organizaciones que soñaron hacer la primera revolución del Siglo XXI, rompían centenarias canteras con marros o barretas, para obtener proyectiles qué lanza a la policía. Hoy mismo se puede observar el daño tan grave que ocasionaron al patrimonio histórico. Sin embargo, eso no es todo. Cualquier marcha, manifestación, mecanismo de presión o chantaje del magisterio, los normalistas, sindicatos, transportistas o comuneros, han tomado nuestros edificios añejos, como lienzo para plasmar con graffiti, las peores bajezas.

De este vandalismo no escapan los grupos feministas, que han salido más violentos que los anteriores. Hace sólo unos meses dejaron el Centro Histórico convertido en una zahúrda de suciedad y pintas. Todo ello ha sido posible porque no existe un marco legal que proteja nuestro patrimonio cultural de la depredación y daño premeditado de sujetos sin escrúpulos. Y creemos que ello debe provenir de la sociedad civil, habida cuenta de que quienes hoy son los y las representantes populares en la LXIV Legislatura, provienen en su mayoría, justamente de esa cultura depredadora y de ignorancia.