La bandera: Símbolo Nacional
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Editorial

La bandera: Símbolo Nacional

 


La modernidad y la suspensión de la enseñanza del Civismo en los programas educativos oficiales, además de la excesiva politización del magisterio, han significado un daño irreversible al culto a los símbolos nacionales. Es más fácil hoy en día encontrar en algunas escuelas rurales oaxaqueñas libros o documentos sobre la revolución socialista que la historia de México. Hace algunos años se dio un escándalo mediático, cuando un maestro de primaria de la Sección 22 fue video-grabado en una comunidad del Valle de Tlacolula, ensayando con sus alumnos el “Venceremos”, en lugar de cantar algo relativo a nuestros héroes nacionales. Es decir, hemos copiado de manera burda y torpe estereotipos que nos son ajenos en todos los aspectos. Esto viene a cuento por la celebración hoy, el Día de la Bandera, uno de nuestros símbolos nacionales, con el que nos identificamos quienes hemos nacido orgullosamente, en este país llamado México. 

Según fuentes consultadas, el origen de nuestra bandera se remonta a 1821, cuando Agustín de Iturbe se inspiró para simbolizar el nuevo panorama como Nación que tenían los mexicanos tras lograr su independencia. Y eligió la bandera tricolor, también los colores y la disposición que tiene actualmente. Dos años después de la creación de Iturbide, su diseño fue enriquecido por el escudo que aprobó el soberano Congreso Constituyente Mexicano. Decretaron que la imagen sea un águila posada sobre un nopal, sosteniendo con su garra derecha una serpiente. Sin embargo, el 24 de febrero de 1934 se estableció ese día para conmemorar la bandera, pero fue hasta 1940 cuando se reconoció la fecha oficialmente por el presidente Lázaro Cárdenas del Río. 

En 1821, con Iturbide y el Ejército Trigarante, los colores de la bandera tuvieron un significado único: el blanco representaba la religión católica; el verde la independencia de México ante España y el rojo la igualdad y la unión de los mexicanos con los españoles y las castas. En 1823, cuando terminó el Imperio de Iturbide, el Congreso Constituyente instauró la Bandera Nacional. Pero con el devenir histórico, el significado de los colores tuvo otra connotación. Desde los tiempos de don Benito Juárez el color verde simboliza la esperanza, el blanco la unidad y el rojo la sangre de los héroes nacionales. Es el símbolo que nos une ante la adversidad, que nos hace comulgar con una historia y un pasado común, que nos da identidad como un país soberano en el concierto mundial.

Diálogo versus ley

En la teoría política, todo buen gobierno debe desplegar el diálogo para resolver situaciones críticas; para desactivar conflictos; para buscar la reconciliación cuando la unidad se ha roto y habrá que restañar heridas. Con diálogo se han resuelto los conflictos armados, que han devastado continentes y diezmado países. La política como instrumento de conciliación, de negociación, siempre tiene a las mesas de diálogo como un mecanismo de persuasión y disuasión. Grupos armados, guerrillas rurales y urbanas en países latinoamericanos, han entrado a la fase de civilidad gracias al diálogo y los buenos oficios. Sin embargo, la teoría también enseña que, cuando se han agotado los caminos del entendimiento y la razón; cuando una de las partes de manera reiterada se niega a adoptar la ruta de la legalidad y el orden, sólo queda una alternativa: el uso de la fuerza.

El gobernador Alejandro Murat ha reconocido ante propios y extraños que su gobierno jamás hará uso de la fuerza y que agotará las vías del diálogo. Empero, como lo señalamos hace unos días en este mismo espacio editorial, en algunas circunstancias, dicha medida deja de tener vigencia. El razonamiento es éste: estamos en una situación crítica debido a la pandemia de Covid-19, que sigue cobrando vidas. Los efectos de dicho mal no se han reflejado solamente en la muerte de más de 2 mil 700 oaxaqueños; en los contagios de cerca de 40 mil, sino también en el progresivo empobrecimiento de los sectores más desprotegidos de la sociedad; en la pérdida de empleos; de fuentes de sobrevivencia; de esperanzas e ilusiones. 

Vivimos pues una situación inédita, en donde los derechos humanos de la población ya no deben ser vulnerados por personas sin escrúpulos que, aprovechando esa indulgencia oficial, pisotean la dignidad de quienes tienen que ganarse la vida contra viento y marea. Es decir, no estamos en tiempos normales sino de emergencia, en donde no deben permitirse abusos y atropellos a la libre circulación y jugar con la vida de los demás. El tema del bloqueo carretero en la Transístmica, que se desmontó después de diez días, motivado por problemas internos de la comunidad, pero con graves repercusiones en la vida de miles y miles de habitantes de la zona de Matías Romero, debe ser tratado no con diálogo sino con la fuerza del Estado. Está visto que aquí el diálogo no sólo no ha funcionado, sino que ha empoderado a unos cuantos manipuladores de indígenas.