El magisterio en el imaginario oaxaqueño
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El magisterio en el imaginario oaxaqueño

 


 

Parece una banalidad, pero los imaginarios colectivos son muy poderosos. Veamos.

Se trata de las creencias, mitos, valores y tradiciones que son comunes a una sociedad y le dan unidad e identidad. Nuestra sociedad, como cualquiera del mundo, está construida sobre esas creencias y mitos que derivan en la construcción de símbolos.

A través de esos imaginarios le damos sentido a nuestro mundo y de ahí nace nuestro orgullo de ser oaxaqueños, nos unimos en torno a nuestros símbolos y, al mismo tiempo, legitimamos nuestra propia cultura todos los días. Nada más escuchamos Flor de Piña, Pinotepa o La Sandunga y se nos enchina el cuero de la emoción. Eso es un ejemplo del poder del imaginario que, además, nos identifica ante el mundo.

La construcción del “movimiento magisterial” fue un proceso histórico que llevó años y se cimentó en los imaginarios del siglo pasado. Los imaginarios no son estáticos ni rígidos, el tiempo los cambia y moldea de acuerdo con la natural evolución social y las influencias que recibimos de culturas externas. Hoy el magisterio, convertido en un movimiento violento y mafioso, ya no tiene los imaginarios que lo sustentaban y su movimiento radica sólo en la fuerza y el control de la cúpula sindical sobre el salario, ascensos y prestaciones de sus afiliados.

El antiguo imaginario sobre el maestro lo construyó el régimen surgido de la Revolución Mexicana. Desde poemas, recitaciones, libros, música y, sobre todo, las películas de la época de oro que fueron una excelente máquina de propaganda para difundir los valores que al gobierno le interesaban: el maestro un mártir, la mujer una abnegada, los pobres, pero honrados, el odio al gringo y el presidente como un ser sagrado. Quienes las vimos no las olvidamos: “Simitrio”, protagonizada por José Elías Moreno, Carlos López Moctezuma, María Teresa Rivas o Irma Dorantes.

Otra que se volvió clásica fue “El Profe”, con Cantinflas, pero hay más, como “Río escondido” o “Maclovia”.

El viejo imaginario mexicano veía al profesor como una figura de autoridad, sabiduría y respeto que, aunque en la pobreza, gozaba de amplio prestigio entre las clases populares. Se veía en ellos la expresión de vocación y sacrificio ante sus escasos salarios. El maestro, en el imaginario colectivo, era innovador y motivador, con ideas de liberación y emancipación que chocaban con los caciques de entonces, que a más de un maestro mataron. Eran hábiles para la retórica y motivaban, con lo poco que tenía a la mano, a aquellas infancias. ¿Cuántos niños y jóvenes se inspiraron en sus viejos maestros para salir adelante, para tener un ideal? Esto es importante. El viejo imaginario aceptó que el maestro era una víctima del sistema político, educativo y sindical. Un sistema deficiente y corrupto, que le daba bajos salarios y jamás le otorgó ni a él ni a los niños, las condiciones y materiales necesario para su educación. Y así fue, pero hoy no. También fue un resguardo de los valores, tradiciones y sabiduría ancestral que se transmitía solo por vía oral y, su labor fue tan importante que se les consideró agentes del cambio social, con autoridad y disciplina, pero con mucho respeto a su labor y a la educación de la juventud en primer lugar.

Los tiempos cambian y los imaginarios también. Hoy la gente los juzga y califica con otra mirada y basta leer las redes sociales para conocer cual es el estado del imaginario colectivo. Podrán ignorarlo, pero ese imaginario ahora ya no les aportará ni legitimidad, ni base social; su “movimiento” solo cuenta con ellos y sus beneficiarios.

La gente los descalifica por su evidente falta de profesionalismo, su desinterés y apatía absoluta por el respeto a los derechos de los niños. Su paso por las escuelas normales es eso, solo pasaron porque la mayoría no estudió realmente para prepararse sino solo para tener derecho a una plaza vitalicia. Lo que antes fue vanguardia en su “lucha” hoy solo se trata de conservar canonjías obtenidas a costa del presupuesto. Son reacios a las nuevas tecnologías y, a muchos de ellos, para capacitarlos hay que enseñarles desde lo más básico en computación.

Pero lo peor de ellos es su sindicalismo a ultranza, hegemónico y opresor. Las tácticas de su Coordinadora son abiertamente paramilitares y, en 2006, fueron francamente una guerrilla urbana y ellos milicianos violentos. Su sindicalismo se ha transformado en corrupción, ausentismo y falta de compromiso. Dado su bajo rendimiento es natural que sus alumnos estén en las condiciones educativas en las que están. Se han vuelto conformistas y mediocres, solo les importa recibir sus quincenas y prestaciones puntualmente, como lo fue durante la pandemia, pero jamás han expresado solidaridad en tiempos difíciles y desastres. Todo lo que tocan lo politizan y asumen que su papel debe ser abiertamente político.

El nuevo imaginario oaxaqueño ya no los honra más, los señala y los condena.

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