¿Cuánto gana Loret?
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Carpe Diem

¿Cuánto gana Loret?

 


 

Mientras el país está convertido en un campo de batalla, los desaparecidos y los muertos aumentan día tras día y la tolerancia al crimen organizado ha entregado enormes extensiones del territorio a la delincuencia, desde el palacio nacional se alimenta un día sí y otro también, un discurso tóxico que polariza profundamente a los mexicanos.

No es un orador dotado para la retórica, pero sí es muy hábil en el insulto rápido y la descalificación a priori de todo aquel que piensa diferente. Acusa sin pruebas, descalifica a la ligera, su discurso es absolutamente burdo y sus ademanes torpes.

Sin embargo, es lo burdo de sus palabras lo que alimenta a quienes viven en el mundo artificialmente creado por su narrativa. No lo veo como un genio de la comunicación sino más bien como alguien que, sin pena ni vergüenza, miente, inventa, expone datos privados ajenos, amenaza o se auto victimiza de inmediato.

José López Portillo se quejaba de que México se estaba convirtiendo en un país de cínicos. Tal vez de ahí le dieron la idea de lo que debía ser.

El dueño del poder es el dueño del discurso. La presidencia imperial que está de vuelta tiene todas las maneras para dosificar la información y manipular a su conveniencia la realidad del país. Los fracasos son visibles y, conforme se acerque el ocaso de su sexenio, saldrán a la luz cada vez más noticias que parecerán increíbles, pero serán la realidad.

El control de la información es capaz de hacer invisibles graves problemas y basta un ejemplo de qué tanto y cómo se ejerce el poder desde la presidencia. En tiempos de José López Portillo, su gran amigo de la infancia, Arturo Durazo Moreno, nombrado general al gusto de su cuate el presidente y a quien le entregaron el manejo de la policía de la Ciudad de México, pudo robar tanto dinero y construir una mansión impresionante a la vista de todos, su famoso Partenón. Pudo ordenar masacres contra delincuentes que se le rebelaron, como los muertos aparecidos en el Río Tula, pero hubo un enorme silencio hasta que Portillo dejó el poder. A partir de ahí empezó a conocerse el nivel de cochinero de ese sexenio, quien, sin empacho, aquel se consideró a sí mismo la reencarnación de Quetzalcóatl, mientras el actual se compara con Jesucristo.

Hoy se magnifican los números y estadísticas que señalan un crecimiento económico, sin embargo, se oculta que, con todo y ese crecimiento, al concluir este año estaremos al mismo nivel de 2018, es decir, seis años perdidos. La promesa presidencial fue la de crecer al 6% anual. No se logró y no fue culpa absoluta de la pandemia sino del mal manejo del país durante ella. Países más pequeños que el nuestro sortearon mejor la crisis y sus economías han crecido mucho más que la nuestra.

La silla imperial tiene tanto poder que, sí el emperador romano Calígula nombró cónsul a su caballo Incitatus, nuestro presidente pudo nombrar a Lenia Batres como ministra de la Suprema Corte de Justicia de la Nación u ordenar la titulación y otorgamiento de cédula profesional a Ulises Lara en menos de 24 horas para poder ser fiscal de la CDMX. Este grado obsceno de ejercer el poder es una afrenta al país, y una absoluta falta de respeto a muchos mexicanos que murieron por crear un México de instituciones y no de caudillos que, aunque no le gusten, son pilares indispensables de la democracia y las libertades que tenemos.

Viene un baño de sangre porque quiera o no, el próximo gobierno deberá poner un alto a la criminalidad, la economía quedará prendida con alfileres por el exceso de endeudamiento del final de este gobierno, sus obras faraónicas no sirven y serán una carga permanente para el erario, quiere modificar el sistema de pensiones y sus ocurrencias como la rifa del avión presidencial o la creación de una mega farmacia son eso, ocurrencias de una persona enferma de poder. El país está mal y pronto hasta sus más fieles seguidores lo padecerán, pero al presidente le preocupa cuánto gana Carlos Loret de Mola.