En casa de Trotsky
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Opinión

Carpe Diem

En casa de Trotsky

 


Domingo por la mañana, día soleado en las afueras del metro Miguel Ángel de Quevedo de la CDMX. Previo acuerdo, nos encontramos y nos fuimos de inmediato a desayunar y platicar tomando un café. Mi hijo tenía pocas semanas de haberse ido a México a estudiar su carrera universitaria, en 2010.

Quería saber cómo le iba y cómo se sentía, él apenas conocía la ciudad y tenía pocos amigos y, según yo, aún estaba vulnerable a la enorme metrópoli, sus hábitos, mañas y modos.

-¿Qué quieres hacer hoy?- pregunté imaginando que su respuesta sería ir a conocer algún centro comercial. -Quiero ir a la casa de Trostky-, me dijo tan tranquilo. Por su edad, 18 años, no imaginaba que estaba al tanto de la relación de su abuelo, Don Néstor Sánchez, con tan afamado bolchevique.

Un viejo taxista nos llevó muy rápido. Nos paramos los dos frente a la vieja casa a orillas del Río Churubusco que, más que una casa fue una pequeña fortaleza. La zona es muy fresca, hay muchos árboles y casi todas las bardas están decoradas con floreadas enredaderas. A pesar de las veces que escuché a mi padre hablar sobre el atentado en el que participó jamás había tenido ni la más mínima curiosidad por ir a esos rumbos.

La entrada sin costo, el salón es amplio, de doble altura, con fotos del ruso, posters de época, mapas y algunos textos explicativos. Esa no era la entrada principal en 1940. El salón por donde entramos es una obra reciente, una especie de salón de usos múltiples.

Nos pidieron que nos registráramos en un libro de entradas de visitantes. Lo hicimos ambos y quedó escrito que en esa fecha dos personas de nombre Néstor Sánchez habían estado ahí en mayo de 2010. Qué coincidencia, en mayo de 1940 otro Néstor Sánchez anduvo por ahí, pero como parte de un comando que tomó por asalto la fortaleza.

Muchas veces escuché la historia en labios de mi papá, así que de alguna forma conocía esa casa. Salimos de esa sala y nos dirigimos de inmediato a la entrada principal, la que está sobre la calle Viena. Y efectivamente, como la describió don Néstor, la puerta reforzada, la mirilla de control, el torreón de los guardias y las gruesas paredes.

No quisimos unirnos a ningún grupo ni tener una visita guiada, ellos no lo sabían, pero nosotros si sabíamos mucho de ese lugar. Entramos pausadamente a la casa y vimos que también era cierto, que las ventanas habían sido reforzadas por seguridad y parcialmente tapiadas con ladrillos para que nadie a pie en tierra pudiera disparar hacia adentro.

Pasamos por su baño, con su viejo boiler de leña, su tina y su regadera. Nos fuimos a la biblioteca, donde estaba su escritorio y en dónde Ramón Mercader lo asesinó con un golpe de piolet en la cabeza. Una biblioteca pequeña, sencilla, de gruesos muros y con entrada directa a su alcoba.

Las marcas de las balas en los muros todavía están ahí, fueron cientos de disparos que no pudieron traspasar las puertas blindadas, por lo que los disparos que llegaron al interior de la recámara debieron hacerse desde las ventanas. Ahí están las dos camas, una de Trotsky y la otra de Natalia, su esposa. Bajo una de esas camas se resguardó el nieto, Esteban Volkov, quién era apenas un niño.

Permanecimos algún tiempo observando la recámara y tratando de revivir en la mente lo que sucedió aquella noche, en algún sitio allá afuera estuvo Don Néstor, entonces un joven de apenas 21 años, pero con experiencia en combate al haber sido parte de las Brigadas Internacionales en la Guerra Civil Española durante tres años.

Salimos al patio y nos detuvimos frente al pequeño monumento que señala el sitio en dónde está enterrado, dentro de la propia casa, en medio del pequeño jardín. A un costado se encuentran las jaulas de los conejos que le gustaba criar al viejo comunista, están casi en el mismo estado en que las dejó.

Caminando de regreso nos encontramos a un grupo de turistas alemanes, unos treinta quizá, quienes estaban recibiendo una visita guiada por parte del mismo nieto de Trotsky. Nos unimos al grupo y escuchamos parte de lo que les explicaba mientras el grupo avanzaba. La conversación era toda en inglés y pudimos escuchar cuando alguien le preguntó si hablaba ruso. “No”, respondió de inmediato y se detuvo, -no simpatizo con lo ruso y el comunismo- afirmó.

¡Sorpresa! No dábamos crédito. Y les platicó lo que para él era una paradoja. Su hija Nora Volkov es una científica en el área de la química que tiene, tenía, un alto cargo dentro del gobierno de los Estados Unidos, en el sector salud. Y así es, una descendiente directa de Trotsky trabaja en beneficio del Tío Sam, el archienemigo del comunismo.

Estaban al final del recorrido y llevó al grupo a la puerta de su Museo mientras contaba el peregrinar de los Trotsky por Turquía, Suecia y, finalmente, México. Habló de su abuela, quién en ninguna circunstancia pensó jamás volver a la URSS. Él se siente mexicano y quiere a México como a su tierra natal.

Poco a poco empezó a despedirse de cada uno de los visitantes de aquel grupo, para todos hubo palabras de cortesía y la tradicional fotografía con el nieto y la bandera comunista.

Nos tocó el turno a nosotros, nos habló en inglés y cortésmente nos despidió. En ese momento, otra vez en el mes de mayo, un Trotsky y un Sánchez estaban frente a frente, pero ahora dándose las manos. Él no sabía a quién despedía, mi hijo si, y lo platicamos durante la larga caminata que realizamos al salir. Hoy hacen 80 años del atentado de 1940 y diez del simbólico saludo de manos de los dos nietos de antiguos enemigos.