La trascendencia de este asunto me recuerda una cita bíblica que dice que: “el que tenga oídos para oír, que oiga.” Entonces, el que tenga ojos para ver, que vea. A estas alturas solo los fanáticos no son capaces de ver el ya nada sutil cambio de régimen en que pasamos de una democracia liberal a un autoritarismo populista. Los cambios legales en las últimas semanas han colocado los clavos del ataúd de la democracia y solo falta uno más, el ajusticiamiento del INE.
El régimen ha alineado todas las herramientas legales, y extralegales, para eternizarse en el poder y silenciar a las voces críticas que se atrevan a disentir. Si bien esto pone felices a los fanáticos, también es cierto que en esta clase de regímenes es muy fácil transitar de Olimpo al infierno. Basta solo decir algo que contradiga al Supremo, para que el peso del Estado caiga sobre ti y tus bienes.
El uso del poder y las herramientas legales a modo nos mostraron el vergonzoso caso de Gerardo Fernández Noroña quien, usando las herramientas del Estado a su favor, humilló a un ciudadano obligándolo a disculparse públicamente y trasmitir la humillación por TV en vivo. Los únicos que alzaron la voz en contra fueron los periodistas críticos.
En Sonora, una ama de casa lanza una crítica en redes sociales por el nepotismo de Sergio Gutiérrez Luna y su esposa para obtener una diputación. Es condenada por ello al pago de una multa, a disculparse continuamente durante 30 días y a publicar en sus propias redes sociales la sentencia en su contra. Otra vez, solo la prensa crítica alzó la voz.
En Tamaulipas, una funcionara cercana al gobernador es criticada por el periodista Héctor de Mauleón y ésta lo demanda. Lo condenan a retirar la publicación y a disculparse.
En Puebla, con el pretexto del acoso digital, el aparato oficial lanza su ambigua ley de censura para poder sancionar a toda aquella voz que no hable de la felicidad de los poblanos. En Campeche, la gobernadora usando los recursos del gobierno logra condenar a un periodista y, como en los años de la inquisición, lo condenan a no ejercer su profesión por dos años, a disculparse y cargar un sambenito virtual que lo identifique como un transgresor. La gente de la calle respondió con su indiferencia habitual porque no es su problema. La prensa crítica fue la única que levantó la voz.
Hace unos días se aprobó una nueva ley para la Guardia Nacional en la que le otorgan poderes extraordinarios para investigarnos por una simple sospecha o denuncia anónima. Otra vez los métodos de la inquisición en el siglo XXI. Se aprueban una nueva ley de seguridad pública y se le otorgan facultades discrecionales a la autoridad para espiarnos y disponer de nuestra información.
La pinza se cierra con la extensión de la prisión preventiva oficiosa, esa herramienta que le permitirá al régimen encarcelarte por algunos años sin necesidad de llevarte a juicio y condenarte. Solo la prensa, la que el régimen moteja como comentócratas conservadores, se ha atrevido a cuestionarlo mientras la gente permanece en su habitual indiferencia y goza el linchamiento oficial contra la prensa.
Ante una sociedad indiferente y complaciente vale la pena ahora recordar la cita de Martin Niemöller, pastor luterano que en un principio fue un fiel simpatizante de los nazis hasta que se atrevió a criticarlos y ellos lo encarcelaron. Solo así abrió los ojos y escribió una cita que hoy es memorable: “Primero vinieron por los socialistas, y guardé silencio porque no era socialista. Luego vinieron por los sindicalistas, y no hablé porque no era sindicalista. Luego vinieron por los judíos, y no dije nada porque no era judío. Luego vinieron por mí, y para entonces ya no quedaba nadie que hablara en mi nombre.”
La erosión silenciosa de la libertad ya ni siquiera es discreta. La libertad de expresión, pilar fundamental de cualquier democracia está bajo asedio. No fue un ataque frontal, fue taimado como lo son la mayoría de los miembros de la 4T. La única que ha alzado la voz es la debilitada prensa independiente.
La estigmatización del periodismo crítico y la indiferencia una sociedad que afirma que el 80% de ella está de acuerdo con el régimen son el caldo de cultivo de la polarización. La hostilidad hacia los medios está legitimada desde el púlpito presidencial y desde el crimen organizado que, a veces, se comporta como el brazo armado de la transformación para sus trabajos sucios. Lo más lacerante es la indiferencia social generalizada.
Les tengo una mala noticia. Ahora vendrán por ustedes y no habrá una prensa libre para darles voz. El régimen los ahogará y el silencio será la respuesta cuando sean víctimas de algún abuso u omisión oficial.
El gobierno cruzó la línea; ya empezó a reprimir a quienes lo critican sin ser periodistas. El germen autoritario da sus primeras hojitas.