TRANSPARENCIAS: Nuestra Fiesta de Muertos
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TRANSPARENCIAS: Nuestra Fiesta de Muertos

 


BRICIA YOLANDA ARAGÓN VALDIVIA

Han pasado ya las fiestas de muertos, Oaxaca quedó desierto cuando el último visitante de estas fiestas se fue. Desde siempre recuerdo que los oaxaqueños nos preparamos para estas fechas y lo hacemos con anticipación para poder tener a tiempo todo lo necesario. Antes, una celebración del pueblo, una celebración muy nuestra, casi íntima, pues cada uno recibe en su casa la visita de aquellos que se nos adelantaron llegando al final de su propio camino; hoy, una celebración que ha traspasado fronteras del estado de Oaxaca para convertirse en algo de todos.

No sé usted, querido lector, pero este año especialmente me pareció muy aparatoso el ir y venir no de propios, sino de extraños; cierto, Oaxaca es una entidad que vive del turismo, pero hoy día esta fiesta ya no la sentí de mi tierra solamente, sino que la percibí siendo apropiada por muchos que hasta hace poco no sabían nada de nuestras festividades.

En estos días me acerqué al libro de Don José María Bradomín que en la tercera edición de 1984 de su libro “Oaxaca en la tradición” nos cuenta que más allá del “día de finados” como se le llamaba antes a esta festividad, era noviembre el mes de finados, ya que se realizaban vivitas alternadas, cada lunes de noviembre, a los panteones de la ciudad, abriendo la temporada con la visita al Panteón General, luego al del Marquesado, le seguían San Juanito y San Martín (Mexicápam) y se finalizaba en el de Xochimilco y San Felipe del Agua.

En aquellos días de antaño, como ya he dicho, las personas preparaban la fiesta con anticipación; debo señalar que he hecho referencia aquí del texto de Don José María Bradomín que nos habla de los ayeres que yo no conocí, pero que coinciden en mucho con los ayeres de mis recuerdos, pues nuestras tradiciones y costumbres, si bien se mueven o se modifican por el sólo hecho de estar vivas, no lo han hecho de forma vertiginosa, sino despacio.

La de muertos es una fiesta que, por lo menos en el siglo XX ha sido motor de la economía, ya que la gente hace su “plaza de muertos” en los mercados que con anticipación lucen de manera especial la mercancía de la temporada, las frutas, los adornos, las velas y veladoras, las flores, las calaveritas de azúcar, de chocolate, de camote y de amaranto. También el mole en pasta, el pan, el chocolate, las hojas de totomoxtle y las de plátano para tamales.

Desde que me acuerdo, cada año, los compradores coinciden que cada vez está más caro todo lo que se adquiere para el día de muertos, pero la gente sigue comprando porque nuestros familiares difuntos no pueden quedarse sin su altar ni sin las distintas ofrendas que se colocan en él.

Los barrios de la ciudad, las escuelas, las oficinas públicas, privadas y las negociaciones también se organizan para festejar a los difuntos. Altares, tumbas, tapetes, comparsas, muerteadas se lucen en esos días que estaremos de acuerdo en que pasan muy rápido. Del 31 de octubre al 2 de noviembre un aire festivo que destila notas de contenida alegría, respeto por los que ya se fueron, tristeza por la ausencia del ser querido que se resiente en esas fechas, y esperanza de que todos ellos nos visitan se siente en el ambiente.

Hoy día, merced a la difusión de nuestra fiesta, compartimos con el turista nuestra costumbre y tradición, pero ellos que visitan Oaxaca, aunque estén aquí, nos miran desde fuera, como si estuviésemos en una pecera, se maravillan con lo que ven, los adornos, los atuendos (que no disfraces) el desfile de gente comprando, los mercados coloridos y llenos de olores y sabores insospechados; ellos desearían ser parte de todo esto, pero no lo son, aunque traten.

Considero que este sentido de pertenencia a nuestra fiesta nos lo da el estar y el vivir aquí en nuestra Oaxaca, nos lo da el estar imbuidos en la tradición de hacer pan de muerto en casa, de preparar tamales o mole, de hacer la molienda para el chocolate, de ir a hacer la plaza de muertos; todo ello con ese sentimiento tan especial que se nos mete en el cuerpo llegados los días. Nos lo da también el visitar los panteones como antaño, poner nuestro altar, llevar a los padrinos el pan, el chocolate, los tamales o el mole; asimismo, mantener las veladoras del altar encendidas y colocar en él imágenes de la Virgen María, de Jesús, al igual que las viandas de comida para los festejados del día.

Al final, ésta es una fiesta de origen pagano y judeo-cristiano y los elementos de ella se ponen de manifiesto más que en ninguna otra, en nuestras acciones de esos días; el sincretismo en su máxima expresión.

La fiesta de los muertos en Oaxaca seguirá siendo nuestra, más allá de desfiles en la CDMX derivados de la filmación de una película de James Bond hace algunos años; más allá del deseo de diseñadores de aprovechar las fechas para lanzar sus creaciones con la temática de muertos; más allá del turismo que abarrota las calles de la ciudad; más allá también de quienes siendo parte se declaran no participantes de estas costumbres que hoy, en pleno siglo XXI, a los oaxaqueños, nos llenan el corazón.