NUDO GORDIANO: Liz ¡traz!
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NUDO GORDIANO: Liz ¡traz!

 


YURIRIA SIERRA

La monarca de reinado más longevo, la que se mantuvo siete décadas, la que vivió junto a un mundo que, también con ella, vivió relativamente en paz. Y qué tragedia para ese legado que la última aparición pública de Isabel II haya sido en el nombramiento de la última de quince mandatarios. Liz Truss se convirtió en la última primera ministra, tercera mujer, que estrechó su mano y tomó el mando político del Reino Unido. La monarca del reinado más longevo que le tomó protesta a la primera ministra del gobierno más escueto.

El Daily Mail se burló incluso de la figura más importante del país que se mantuvo en tal posición apenas 45 días. Y es que 45 días fue lo que duró esta ministra, pero ¿qué otro futuro tenía una política que saltó de una contradicción a otra? Una política que cometió errores que sólo encontraron soluciones pasando al extremo opuesto.

Con razón una lechuga mantuvo por más tiempo su frescura, como lo quisieron ejemplificar en el diario británico. Liz Truss pasó de ser una joven demócrata entusiasta, liberal, lejana a la sombra que una Margaret Thatcher dejó historia en la política británica, y el mundo, por su dureza; para, después del guiño, dejarse seducir por la ideología conservadora, e instalarse en un papel forzado en rudeza y sin medias tintas en temas económicos. La política fiscal que impulsó en sus primeros, quién diría que pocos, días de mandato, topó con pared. Una figura política llena de inconsistencias, avalando el Brexit y luego oponiéndose a él, no tenía forma de alimentar la confianza entre quienes esperaban certezas y vías prontas para la estabilidad: consecuencias económicas pospandémicas y ríos en calma tras la muerte de la única monarca que ha conocido su pueblo desde mediados del siglo XX.

Liz Truss no supo cómo convencer a los opositores ni a sus gobernados, de inmediato abonó a su descrédito, que incluso alcanzó a integrantes de su propio partido, mismo que se sumió en una crisis no vista en treinta años. Impuestos bajos primero e impuestos máximos después, fue el mayor símbolo de su incongruencia política, imperdonable para quienes le ofrecieron apoyo en un primer momento y que después se sintieron traicionados.

El rostro de Truss mientras escuchaba las exigencias por su renuncia en la Cámara de los Lores, no alcanzó ni una décima de la firmeza que hizo a Margaret Thatcher un símbolo político de Reino Unido.

En seis semanas, Truss comprobó que ni el momento más vulnerable es terreno fértil para la política de contradicciones. Ojalá el resto del mundo aprendiera tan pronto, en apenas 45 días, la lección de las falsas y volátiles figuras de Estado.

 

 

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