El cambio social y la ética del cuidado 
Oaxaca
La Capital Los Municipios
El Imparcial del Istmo El Imparcial de la Costa El Imparcial de la Cuenca
Nacional Internacional Súper Deportivo Especiales Economía Estilo Arte y Cultura En Escena Salud Ecología Ciencia Tecnología Viral Policiaca Opinión

Opinión

El cambio social y la ética del cuidado 

 


Escuchamos la advertencia de Bernardo Toro, investigador en tecnologías educativas: “Aprendemos a cuidar o perecemos” y hay quien piensa que exagera, sobre todo porque el sistema en el que vivimos pone tanto énfasis en el dinero y la creación de riqueza material que ignora la realidad de lo que el tema implica; no se reconoce ni se visibiliza la importancia de este trabajo que, en su mayoría es realizado (por mandato social no destino biológico) por las mujeres en medio de una doble y triple carga de trabajo, y casi siempre sin remuneración alguna, restando sus posibilidades de participar en el mercado laboral formal.

Encuestas sobre el uso del tiempo y el Estudio Nacional sobre Salud y Envejecimiento en México (ENASEM) muestran que, en Chile, Colombia, Costa Rica y México las mujeres constituyen del 63% al 84% de familiares que proveen cuidados de larga duración y asumen del 72% al 88% del total de horas de esos cuidados de crianza, personas enfermas, cuidados cotidianos de quienes integran la familia y tareas domésticas.

¿Pero por qué puede ser tan trascendente y vital este concepto? ¿Qué es cuidar? De acuerdo con Marie Francoise Colliére cuidar es “mantener la vida asegurando la satisfacción de un conjunto de necesidades indispensables para la vida, pero que son diversas en su manifestación”.

En este contexto el llamado es a reflexionar en qué cambiaría el panorama si TODAS las personas, sin importar nuestro sexo o género, tuviéramos en cuenta la responsabilidad ética y social de cuidar, de acuerdo con nuestras capacidades físicas y psicoemocionales. Por ejemplo, que hombres y mujeres incrementalmente desde la infancia fuéramos asumiendo en igualdad ese compromiso, partiendo de que somos parte de un entramado de relaciones con otras y otros. Es lo que diferentes autores/as han denominado la ÉTICA DEL CUIDADO que concibe el deber de ayudar a las demás personas partiendo de que, al ver una necesidad, nos sintamos con la obligación de buscar su resolución.

La ética del cuidado inicia con investigaciones de Jean Piaget durante 1932 y de Lawrence Kohlberg entre 1981-1984, que al describir el desarrollo moral excluyen en un inicio a las mujeres, atribuyéndoles menor desarrollo moral que los hombres, mayor sensibilidad hacia otras personas, en tanto a los hombres se dice poseen un juicio autónomo y decisiones claras, individualistas. En 1982, Carol Gilligan les refuta luego de hacer estudios con mujeres.

Y por qué resulta tan difícil como sociedad asumir este compromiso, si precisamente el cuidado es reconocido como el primer signo de civilización, es decir, ya nos cuidábamos mutuamente desde la prehistoria, refiere la antropóloga y poeta Margaret Mead al señalar que restos arqueológicos de un fémur fracturado de un homínido con muestras de haber sido cuidado y sanado por otro homínido “es el primer signo claro de civilización”. En el mundo silvestre cuando un animal se rompe una pata muere, pues por sí solo no sobrevive y es presa fácil para sus depredadores. “La colaboración y el cuidado mutuo están en el ADN de la civilización”, afirma Mead.

¿Y entonces? Pues llegó la hora de cuestionar esta construcción patriarcal de cada quien, identificar nuestros machismos, mujeres y hombres, hacer un esfuerzo enorme por desaprender los estereotipos de género y aprender nuevas formas de convivencia y de resolución de problemas en una cultura de paz, también pendiente y urgente de construir.

Coincido con mi amiga Martha Ferreira de, por ejemplo, politizar el festejo del 10 de mayo, Día de las Madres, y crear mejor el Día de los Cuidados que, de paso daría cabida a todas las personas que sin ser mamás cuidan, además de desromantizar el maternaje; sin mitos, los cuales existen para sostener la desigualdad y los privilegios de los hombres quienes en su mayoría se benefician de esa sobrecarga de trabajo.

Y a modo de sugerencia, solo referir los escenarios del cuidado que debiéramos aprender para no perecer. Cuando amamos cuidamos y cuando cuidamos amamos (…) dice Bernardo Toro, quien enfatiza en el saber cuidar de sí mismo: autocuidado corporal y espiritual. Saber cuidar de las y los otros: cercanos y lejanos, saber hacer vínculos emocionales. Saber cuidar del intelecto, de la fuerza cognitiva. Saber cuidar a las y los extraños: cuidar los bienes públicos que producen equidad y saber cuidar del planeta, la eco-conciencia, entender que somos parte de un planeta que no nos pertenece.