In Memoriam: Gustavo Esteva (1936 – 2022)
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Opinión

In Memoriam: Gustavo Esteva (1936 – 2022)

 


En medio de una oleada de crisis políticas, económicas y militares que barre el planeta sin oportunidad de aislamiento –todos estamos conectados con todos en la era de la globalización digital– parece imposible, pero necesario, buscar un asidero, un breve paréntesis para retomar el aliento y la fuerza para no perder la cordura.

Pareciera, pues, paradójico que hoy busque ese espacio de calma y reflexión en un evento que para muchos ha tomado la dimensión de una tragedia: el deceso del maestro Gustavo Esteva (1936 – 2022), acaecido el pasado jueves 17 de marzo. Debo insistir, sin embargo, en que si bien toda muerte abre un vacío tanto más difícil de consolar cuanto más grande fue el alma que ha partido, en muchos casos hablar de tragedia frente a la muerte no es más que una reacción defensiva de nuestra psique temerosa de lo inevitable. Pero es precisamente por su inevitabilidad que la muerte, como lo pensaba Jorge Luis Borges, es el menos trascendente de los actos de una vida: un paso al lado en el escenario de las verdaderas desgracias.

Mucho menos justificados para hablar de tragedia estamos cuando nos encontramos frente a una figura como la del maestro Esteva, cuya obra en vida, tanto la que quedó plasmada en el papel como la que infundió directamente en los espíritus de sus cientos o miles de quienes nos consideramos sus alumnos, trascenderá sin duda las rigurosas fronteras de eso que llamamos “el más allá”.

La muerte de Gustavo Esteva es pues un paso a un lado que un gran hombre ha dado en el escenario de las batallas por construir un mundo más habitable, un cambio de estafeta hacia quienes compartieron las tertulias, el café, el baile y las sonrisas en los múltiples convivios que presidió con paternal tutela y una lucidez crítica que lo acompañó hasta el último día. Es nuestro deber continuar, desde nuestras modestas trincheras comunitarias, una bella obra que se cimienta sobre la grandeza de lo mínimo.

Mi experiencia personal, que no es la más cercana ni la más emotiva, pero es sincera, me remite a las tardes de los miércoles que por espacio de poco más de dos años pasé en la Universidad de la Tierra, ese pequeño recinto de la convivialidad oculto a la sombra de espigados eucaliptos en la calle azucenas de la colonia Reforma, conversando con una siempre nutrida asamblea que no conocía de discriminación: jóvenes y adultos, nacionales y extranjeros, campesinos y abogados, mujeres y hombres de todos los colores y sabores que compartíamos la impronta de construir “un mundo en el que quepan muchos mundos” y el respeto por un maestro bajo cuya atenta mirada compartíamos el conocimiento.

Aunque el ambiente general de estos convites era de acuerdo y amistad, no faltaban, como es normal en toda reunión humana, los motivos para la discrepancia. Un día, debo confesarlo, con el sólo ánimo de dar un poco de calor a la mesa, traje a colación ideas de un personaje que para muchos de los asistentes era un heraldo del diablo: el economista Friedrich von Hayek, patriarca del neoliberalismo. Como era de esperarse, airadas replicas siguieron a mis comentarios, rozando algunas incluso el insulto, ante lo que el maestro Esteva intervino llamando a la cordialidad y el diálogo sustentado en ideas. Fue esa la única ocasión en la que, una vez terminado el coloquio, pude entablar un dialogo personal con Gustavo Esteva, en el que discutimos por dos horas sobre el neoliberalismo, el Estado global, la comunalidad, el zapatismo, etc.

Heredero intelectual del pensador austriaco Iván Illich, en la figura de Gustavo Esteva confluyeron las pasiones del libertarismo –el original, el de “izquierda”, no esa mala copia de “derechas” que se expande en nuestros días–, el respeto por la tradición comunitaria, la crítica pedagógica descolonizadora, la permacultura, el gusto por las jaranas y el reconocimiento de todos los pueblos del mundo. Había en él destellos de un globalismo humanista del que si acaso renegaba, lo hacía solamente para buscar por su propio camino, sin etiquetas occidentales, esa ruta hacía una convivencia más plena, menos individualista y más humana. No era un romántico soñador sino un realista de su entorno en quien las respuestas sencillas no tenían cabida, optando en cambio por la participación ardua en la construcción de pequeñas utopías, no todas exitosas, como la de una moneda autónoma para los pueblos indígenas y todo aquel que quisiera liberase de las cadenas de oro del comercio global.

Lamentablemente la noticia de su fallecimiento me llegó muy tarde y no he podido acompañarle en una última tertulia en la Universidad de la Tierra que fue, según me ha contado un asistente, una explosión de alegría festiva que sobre las lágrimas rindió tributo a su memoria como él mismo hubiera deseado: una última jarana y un último zapateado que lo acompañarán en la eternidad. En memoria del maestro Gustavo Esteva, descanse en eterna convivialidad.

([email protected])

 

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