Infierno y Edén
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Opinión

Infierno y Edén

 


Tradicionalmente, el inicio de año es considerado un momento de oportunidad, un nuevo comienzo en las temporalidades humanas que, a pesar de su arbitrariedad universal, sirven a muchos para fijar nuevas metas, nuevos deseos, nuevas esperanzas. El 2022, sin embargo, llegó rodeado por una carga de dudas y resignación ante el tercer año de una pandemia que muchos, ingenuamente, creímos que se desvanecería con las vacunas. Hoy, fatalistamente, es sensato creer que hay un largo trecho antes de que podamos recordar estos años aciagos como una mala jugada de la historia, una catástrofe a la que muchos, pero no todos, sobrevivirán.

Por si la enfermedad con sus múltiples variantes, mutaciones y olas no fueran suficiente para fomentar un sano escepticismo que nos prevenga de planear en demasía un año que pinta complicado desde sus albores, a la amenaza sanitaria se agrega el riesgo monetario de la inflación que, al igual que el virus, no será un fenómeno transitorio como se llegó a creer hace unos meses. Los precios de los recursos energéticos, diversos activos y propiedades se encuentran en altos niveles históricos.

Parecería pues imposible pensar que en medio de tales distorsiones sociales haya motivos para la celebración. Pero la famosa lista de Forbes publicada esta semana revela que para un pequeñísimo grupo de empresarios, 500 para ser exactos, los dos años de miedo y precariedad vividos por la inmensa mayoría de la población mundial han sido un “milagro” económico. Su riqueza ha llegado a niveles que, tomando en cuenta la desigualdad distributiva actual, sonrojaría a las más opulentas aristocracias del pasado. Los 8.4 billones de dólares ($8,400,000,000,000) que suman sus fortunas combinadas, hacen que estas 500 personas controlen una riqueza superior al PIB de naciones enteras, y no me refiero solamente a pequeños países pobres, sino a naciones desarrolladas como Japón o Alemania.

La desaforada y rampante concentración de la riqueza que estamos presenciando está lejos de ser tan sólo un problema ético –que lo es– ya que pone en entredicho uno de los mantras capitales del consenso económico todavía vigente: dejad que los ricos se enriquezcan, que de su prosperidad surgirá el mayor beneficio para todos. Otra vez la mano invisible. La situación actual invierte completamente la ya de por sí espuria armonía del mercado: el infierno de muchos puede ser el edén de pocos –la inflación mundial, por cierto, impulsada por el precio de los energéticos, ha sido una bendición para algunos magnates petroleros que, en su aburrimiento, han aprovechado para comprar hasta equipos de futbol europeos.

No se trata de un argumento ideológico contra los empresarios, pues en tan basta categoría caben desde Elon Musk –el empresario más beneficiado por la pandemia pasando del lugar 31 de las fortunas mundiales al primer puesto con una riqueza estimada en 290.7 miles de millones de dólares, 32 de los cuales ganó tan sólo el pasado martes– hasta cualquiera de los miles de pequeños propietarios que fueron orillados a la quiebra por la pandemia. La precariedad ya no es monopolio del proletariado, pero la conciencia de clase está en un periodo históricamente bajo y la revolución ha sido superada por la “superación personal”.  La salvación se ha privatizado.

De aquí la dificultad que enmarca a toda política económica, pues al igual que las coyunturas pueden ayudar a unos y afectar a muchos; las políticas económicas que impulsan a ciertos sectores pueden entorpecer el desarrollo de otros, la transformación engendra la destrucción de lo que era por lo que puede ser –o algo así quiso decir Joseph Schumpeter–. De aquí también la importancia de atender al llamado que uno de los más sobrios economistas mexicanos, el profesor David Ibarra Muñoz, ha repetido durante al menos 30 años: retomar el estudio de la economía como Economía Política. Esto significaría dejar de lado las recetas universalistas del crecimiento y las peroratas ideológicas que suscriben soluciones mágicas para problemas complejos. Significa, además, reconocer que la economía no es un ente separado del tejido social que se rige por sus propias reglas independientemente de los contextos sociales.

Por extraño que parezca, gran número de economistas se ha dedicado al estudio de su ciencia desde esta perspectiva abstracta, algunos por razones de interés académico y laboral, otros por un mal sano afecto a las matemáticas. Pero en pleno tiempo de incertidumbre, no solo parecería errado sino necio fomentar la estrechez de miras y mantener un rumbo rígido en un camino asolado por distorsiones pandémicas e inflacionarias. La tarea no es fácil y el panorama es sombrío, pero como gusta de repetir un gran amigo y filósofo, el maestro Leonardo da Jandra, en la adversidad se conoce la grandeza. Bienvenidos al año 2022.

 

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