Péndulo Político
Oaxaca
La Capital Los Municipios
El Imparcial del Istmo El Imparcial de la Costa El Imparcial de la Cuenca
Nacional Internacional Súper Deportivo Especiales Economía Estilo Arte y Cultura En Escena Salud Ecología Ciencia Tecnología Viral Policiaca Opinión

Opinión

Péndulo Político

 


A más de 60 años de que el sociólogo Daniel Bell anunciara “el fin de las ideologías”, y poco más de 40 de que el filósofo Jean-Francois Lyotard definiera “la condición posmoderna” como una coyuntura histórica en la que han perdido vigencia las “grandes narrativas” de la modernidad, parece extraño que todavía tengan impacto político y económico dos palabras en apariencia tan simples como lo son “izquierda” y “derecha”.

La elección presidencial en Chile del pasado domingo es apenas una muestra más de esta trascendencia de los conceptos, un episodio más en un péndulo político en el que durante las últimas décadas se ha sumido nuestro continente, con una mayor fuerza oscilatoria en el cono Sur, pasando de un extremo a otro del concurso político: de Dilma Rousseff a Jair Bolsonaro, de Mauricio Macri a Alberto Fernández y, ahora, del derechista Sebastián Piñera al izquierdista Gabriel Boric.

La historia política de Chile es una de las más radicales de la región. Con una de las dictaduras más brutales y, al mismo tiempo, exitosa en términos económicos, la prudencia llama a evitar los juicios simplistas en este salto a la izquierda que ha despertado profundos temores y esperanzas desaforadas en un joven de 35 años que llegará al poder con un programa sustentado en el aumento de los impuestos a los más ricos y la renovación del sistema de pensiones hacia un modelo de seguridad universal financiada por el Estado sin distinción entre trabajadores y ciudadanos, tal como el que sin mucho ánimo se ha propuesto en fechas recientes para nuestro país.

Como era de esperarse, los siempre nerviosos mercados han reaccionado con alarma ante el “fantasma venezolano”, retórica recurrente en una región que ha encontrado en el rincón más oscuro de la “izquierda” el mejor aliciente para convencer a los votantes. La caída de los mercados chilenos es apenas una muestra de que los empresarios también hacen huelgas, “fugando” sus capitales hacia tierras más estables para su histeria anti-socialista.

Los ciudadanos “de a pie”, en cambio, la mayoría electoral que reunió a convencidos y muchos indecisos, no compran tan fácilmente un discurso que, simple y sencillamente, no encaja con su realidad cotidiana. No son las “grandes narrativas” ni los compromisos ideológicos los que movieron a Chile hacia la izquierda. La desigualdad creciente, los estragos de la pandemia agravados por la falta de acceso a la salud de grandes sectores sociales, el hartazgo generalizado contra formas anquilosadas de hacer política, el cinismo de la clase gobernante y empresarial encumbrada… son todos factores que explican mejor estas oscilaciones políticas que cualquier forma de adoctrinamiento o retórica, sea ésta populista o conservadora – o como lo demuestran los casos de Donald Trump y Jair Bolsonaro, ambas al mismo tiempo–. Lyotard y Bell tenían razón, las grandes ideologías han muerto, pero su fantasma sigue con nosotros.

Al igual que sus símiles latinoamericanos, la principal tarea política de Boric consistirá en no darle motivos a un electorado inestable –un electorado “líquido” diría Zygmunt Bauman– para dar un nuevo vuelco a la derecha en busca de soluciones que están más allá de estas antípodas políticas. A decir verdad, aun en sus más cruentos disentimientos, gran parte de la polarización y el desencanto ciudadano con la democracia se funda en la incapacidad de las alternativas políticas para hacer frente a problemas sociales en marcos de acción dominados por las relaciones económicas globales de un periodo neoliberal que, aunque en franco proceso de degradación, todavía tiene un futuro por delante.

Más trascendente que su postura política es, quizá, la transición generacional que Boric representa y con él la posibilidad de desterrar formas trasnochadas de hacer política. Pero tampoco la juventud es un remedio en sí misma, pues las inercias ideológicas pueden trascender fronteras temporales, como en el caso de Nayib Bukele en El Salvador; o puede su impulso transformador ser destruido por maquinarias políticas que se niegan a morir, como en el caso de Pablo Iglesias en España.

Las grandes narrativas que alimentaron los sueños totalitarios del fascismo y el comunismo han muerto, y qué bueno que así sea. Pero sus sombras trascienden la tumba para justificar la desigualdad o apuntalar sueños de utopía. El péndulo de la historia sigue su marcha y no me queda más que desear suerte a quienes están comprometidos con la justicia social, no porque pertenezcan a tal o cual partido político, sino por plantear una alternativa, nunca absoluta ni universal, a lo que se ha hecho mal en el pasado. Quizá es lo único que podamos esperar de un político: honradez moral e intelectual para reconocer los límites de sus poderes y la falibilidad de su humanidad. El resto, el verdadero cambio, es otra cosa que no cabe en palabras tan magulladas como lo son “izquierda y derecha”.

([email protected])

 

--------------------------------------
---------------------------------------