La ilusión viajó en el Metro
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Opinión

La ilusión viajó en el Metro

 


Esos tiempos ya no caben ni en la memoria. La dictadura perfecta se fue desvaneciendo y dio paso a la alternancia, respondiendo a un modelo más actualizado de arbitraje electoral. El viejo poder cedía ante el embate del pensamiento y de la rebeldía que comenzó en 1968.
Poco nos ha durado el gusto. Siete decenios de PRI fueron sustituidos y “alternados” hasta llegar a 2018, cuando 30 millones de votantes cometieron un error cuyas consecuencias estamos pagando. Una tragedia en el Sistema de Transporte Colectivo-Metro, de la Ciudad de México, es sólo una punta del gigantesco témpano de corrupción, de ineficiencias y de engaños gubernamentales. Parece no haber forma de contener la andanada de insultos de inexactitudes, de agravios, de división polarizante, de monólogos interminables, de dislexia, de garrafales errores de prosodia, de conjugaciones equivocadas de verbos, de pausas interminables, de agresión a periodistas, a medios de comunicación, a “conservadores” inventados, a “adversarios” imaginados, a “fifís” que se envidian, a intelectuales “orgánicos”, manipulación de hechos históricos. Lista interminable de vituperios, nadie se salva incluyendo diarios extranjeros de gran seriedad y prestigio; diarios nacionales, comentaristas, analistas políticos, candidatos de oposición, consejeros del INE, un odio desmedido a órganos desconcentrados; despojo a madres, a mujeres, a niños con cáncer, a enfermos. Todo un bagaje de resentimientos sociales, de complejos generados en la incompetencia, de una ferocidad vengativa que se expresa en el encono por la pequeñez de intelecto, la bajeza moral y la carencia de valores.

El gobierno tiene armas poderosas hoy en día: una entelequia en el legislativo que modifica leyes a gusto y contentillo: “allá van leyes, do quieren reyes” dice el refrán; una fiscalía adocenada y acorde con la línea del voluntarismo oficial; un poder judicial en camino de sumisión absoluta y cómplice de reformas para extender el mando a su titular, el mismo que debía tener el escudo infranqueable de la constitucionalidad. Ahí están unidades para amedrentar a quien ose oponerse a los dictados del poderoso; ahí, un secretario de Hacienda, minúsculo, sumiso, que asume una austeridad aterradora y que deja sin protección al empleo y a la inversión pública y privada; un gabinete de pequeñez insuperable, nunca visto, de ineptitud evidente, castrado e impedido de opinar, de actuar, de decidir, de aconsejar.

No se entiende a un consejero jurídico que no aconseja a su patrón el respeto a las leyes. No se entiende a un jefe de asesores, nieto de Lázaro Cárdenas, que no asesora en nada, ni su sombra aparece. Una ex ministra de la Suprema Corte que es un florero, de flores marchitas.
Ahí está una jefa de gobierno de la capital, con rimbombante doctorado pero sometida a caprichos de la ilegalidad y de la ignorancia. Un canciller “utílity” (término beisbolero) o “mil usos”, que proclama “misión cumplida” cuando se descarrila y se precipita un tren del Metro mal construido, mal financiado, sobrepagado. Complicidades de veleidosos de la política: hoy son de izquierda, ayer de derecha, antier de centro, mañana continuarán en la ignominia. Se construye un tren maya, sin futuro, pero se cae otro con negro pasado. Sembrando muerte: van 26 y decenas de heridos se juntan con miles de millones de pesos tirados en Texcoco y en Dos Bocas. La ilusión se bajó del Metro.