Retrato de un País en Silencio
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Opinión

Retrato de un País en Silencio

 


Por Enrique R. Blanhir

 

En su Nocturno de Chile, en aquel escalofriante y demoledor monólogo, de esos que la gente dice cuando está a punto de morir, ese que Sebastián Urrutia Lacroix dijo cuando se vio preso por la agonía, ahí, Roberto Bolaño trazó magistralmente la importancia del silencio: “Hay que ser responsable. Eso lo he dicho toda mi vida. Uno tiene la obligación moral de ser responsable de sus actos y también de sus palabras e incluso de sus silencios, sí, de sus silencios, porque también los silencios ascienden al cielo y los oye Dios y sólo Dios los comprende y los juzga, así que mucho cuidado con los silencios.”

Intentando ser responsable, y respetuoso del sórdido momento que seguramente siguió a las palabras de Sebastián Urrutia, me permito hacer un recuento de “los silencios” que muy irresponsablemente hemos ignorado.

Hace un tiempo, en el Bolivia de los infanticidios, un niño de once años murió al proteger a su hermana de trece, intentaban violarla. El hecho se hizo noticia, se platicó en las esferas periodísticas, se discutió en casas, en cocinas, en escuelas, la conversación llegó a su punto más álgido y luego calló. Silencio.

A mediados de febrero de este año el Instituto Nacional Electoral a través de su nuevo Registro de Personas Sancionadas en Materia de Violencia Política en Razón de Género reportaba veintiún casos de Violencia Política contra las Mujeres. Seguramente todo se platicó en las esferas periodísticas, y se discutió en las mismas casas y cocinas y escuelas, la conversación habrá llegado a su punto más álgido y luego, también calló. Silencio.

Hoy por hoy, en Oaxaca, el número de muertes violentas de mujeres ha aumentado mientras que, irónicamente, las investigaciones por feminicidio disminuyen. Hoy por hoy, las mujeres de Juchitán marchan encabezadas por la familia de Carolina, la última víctima de nuestro México irresponsable. También, hoy, nuestro señor presidente resguarda su mítico palacio y atrinchera la muy pobre palabra de un país que prometía preocuparse por sus mujeres.

Así han transcurrido los últimos días, a la manera de la “calma que viene después de la tormenta”, solo que esta vez, en nuestra situación particular, el silencio no es sinónimo de paz, ni de tranquilidad, ni de sosiego. Sí, llega más tormenta. Ahí donde debería haber ruido y escándalo, hemos colocado irresponsablemente “nuestros silencios”, sin importar quien los oye o quien los juzga.

El problema principal de un “silencio” mal colocado, es la costumbre, sí, la costumbre. La sociedad se habitúa de tal forma que ya no quiere ruido, no quiere escándalo. Le incomoda escuchar una queja o un grito. Se nos acostumbra tanto y de tal forma, que creemos que el “silencio” de la denuncia es lo cotidiano, que el “silencio” de la almohada en la boca para ahogar un llanto es lo normal. Luego, el cinismo. Nos incomoda el sonido del aerosol que pinta las paredes ¿por qué?, por ruidoso, inquieta el rumor del cristal que se rompe ¿por qué?, por ruidoso, no queremos un canto ni una estrofa ¿por qué?, por ruidoso.

Por eso Camille Paglia tiene tanta razón cuando dice que en toda democracia “un discurso ofensivo debe combatirse con otro más ofensivo aún, no yendo a llorar al hombro del gobierno”. Ese es el discurso más fuerte, el que hace ruido, el que dice: véannos, aquí estamos. El discurso más fuerte es el que incomoda. ¿Cuándo se ha contestado a la agresión con dulzura y agradecimiento?

Que no extrañe pues la indiferencia de los mal-educados, o de los medianamente-educados o de los sin-educar, hemos vuelto, y me incluyo, vuelto a escuchar. Por eso nos tambalea, por crecer en un entorno ingenuo y tranquilo, en un ambiente donde nos interesan los chistes tontos, los comentarios inapropiados, los presidentes que rifan, los policías incapaces, las investigaciones que no funcionan, la educación precaria. Ese es “el silencio” irresponsable, y porque se juzga, molesta.

Habría que enseñar como pide Adichie a su Querida Ijeawele, “a agradar, a ser sincera, amable, valiente, a decir lo que se piensa, lo que se opina en realidad, a decir la verdad, que si algo incomoda, se quejen, griten”. Que no se venga entonces a reprimir. Ese sonido que entra en lo más profundo del oído para vulnerar es el de alguien que fue educada así, bien. Se sinceraron con las mujeres violadas, fueron amables hasta el hartazgo, son valientes por salir precisamente porque quieren salir, decir que no está bien que su trabajo se premie distinto, golpearnos una y otra vez con la realidad, porque esa es la realidad, la de Fátima, la de Ingrid, la de Jessica, la de Carolina, la de los casos encarpetados y los sin abrir.

Que se quejen. Que se grite.

Cuidado, hemos sido muy irresponsables, teníamos la obligación moral de vigilar nuestros actos, nuestras palabras, incluso “los silencios”, y fallamos. Cuidado, es ahora nuestro Nocturno, ese ruido es el escalofriante y demoledor monólogo de un país preso por la agonía. De esos que la gente dice cuando está a punto de morir. Que no nos espante el ser juzgado.

El silencio ha ascendido al cielo. Los escucharon, los comprendieron y ahora, se juzgan.

Ojalá que nos sigan juzgando.