Aprovechemos que estamos vivos, todavía
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Opinión

Aprovechemos que estamos vivos, todavía

 


Las cosas en México —en materia de la pandemia— son de tal gravedad, que haber llegado al lunes 28 de este diciembre sin contagiarnos y con vida es —para todo fin práctico—, casi un milagro. El manejo de aquélla ha sido, desde el mero principio —desde marzo de este año—, un verdadero y completo desastre.

Primero, la irresponsabilidad de un gobierno soberbio cuyo gobernante, lejos de poner el ejemplo y exigirle al funcionario designado objetividad en el manejo de lo que se veía como algo inédito en todos sentidos, se dedicó a gozar del incienso que aquél le quemaba el cual, pronto, al ser tanto y todos los días, lo cubrió con una pátina oscura — casi negra—, que lo hacía ver grotesco.

Ambos, jefe y siervo que no colaborador, se complementaron a tal grado que la labor del segundo fue, casi en su totalidad, aplaudida por el receptor de elogios y loas que en no pocas ocasiones rayaron en la más ofensiva abyección. El nuevo siervo, López-Gatell, lejos de ofrecer datos e información fidedigna y útil, se dedicó a justificar los desatinos del gobernante y la violación sistemática y permanente de toda medida de prevención y protección.

Hoy, las consecuencias están a la vista; el número de contagiados y de defunciones al alza sin control alguno nos coloca, sin poder ocultar o maquillar este hecho irrefutable, entre el grupo de países con el peor manejo de la pandemia en todos sentidos. Por más esfuerzos que hacen, tanto el gobernante como el que tiene la responsabilidad de todo lo relacionado con la pandemia, las cosas no mejoran y por el contrario, se agravan. Vamos, para todo fin práctico, de ridículo en ridículo; esto ya parece una película de Los tres chiflados, llegada de vacunas incluida.

Si a la fecha hemos derrotado —al estar vivos— esa incapacidad y el desprecio por la vida de decenas de millones de mexicanos que exhibe la dupla de los López, ¿qué hacer con esta oportunidad que la vida nos da? ¿Ver con una pasividad casi cristiana el proceso de destrucción sistemática y permanente, resultado natural de la incapacidad, la ignorancia y la soberbia y el desprecio de la vida de millones de gobernados?

En verdad, ¿eso es lo que nos tocaría hacer: ¡Nada!? ¿Ser cómplices silenciosos —mejor sería decir cobardes— ante el desastre causado por un grupo de envidiosos sociales y acomplejados, cuya motivación principal es gobernar guiados por el odio que tienen en contra de los exitosos, y solazarse con los insultos y ataques cobardes que lanzan desde el poder, urbi et orbi?

Hoy, frente a la única certidumbre —el desastre y la tragedia causados por una gobernación destructora—, el futuro no luce positivo para el país, menos para su economía. De ahí que los que todavía mantenemos la salud y la vida, estamos obligados a hacer algo. ¿Qué? Que cada uno decida lo que considera obligado y posible; lo único inaceptable sería, lo debemos aceptar y entender, el silencio cómplice y la pasividad que se traduciría, inevitablemente, en un apoyo tácito a la destrucción que padecemos.

Los casi 25 meses de este gobierno han producido una certeza la cual, únicamente un necio extremo podría suscribir: Seguir en la misma ruta sin la menor rectificación. Poco o nada importa ante la cerrazón producto de la soberbia y la ignorancia de quien se ve y se juzga perfecto, agravada por el servilismo de los cercanos y la adoración ciega de quienes producto de decenios de manipulación y cooptación se comportan —ante la destrucción de lo alcanzado, por más limitado que hubiese sido—, cual si sufrieren retraso mental.


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