En contingencia, ni ogros ni princesas
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Opinión

En contingencia, ni ogros ni princesas

 


Mucho se ha hablado de que, en este tiempo de confinamiento es importante que las escuelas replanteen el modelo educativo para no abrumar a las familias con demasiadas tareas académicas, y en cambio, tomar la oportunidad de fomentar que el alumnado desarrolle habilidades y tareas formativas, que definitivamente se aprenden mejor en casa, con la ayuda de madres y padres, como aprender a sembrar y cuidar una planta, perderle el miedo a la cocina y empezar a hacer recetas fáciles que todos puedan disfrutar, la importancia de mantener un espacio limpio y ordenado, etc.

En este sentido, también veo una gran oportunidad para develar roles de género en el hogar, particularmente en niñas y niños, a través de la asignación igualitaria de labores domésticas en la que todas y todos deben participar.

Recordemos que los roles de género son conductas estereotipadas aprendidas y transmitidas culturalmente, que se traducen en la cotidianeidad en tareas, actividades o responsabilidades aprendidas, que se asignan a las personas de manera arbitraria a partir de su sexo, haciendo que se perciban como “femeninas” o “masculinas”. Por ejemplo, “mi niña es una princesa”, “los hombrecitos deben proteger a la familia”, “las niñas son muy tranquilas y sensibles”, “los niños son traviesos y rebeldes”, “las niñas juegan a las muñecas, no se andan ensuciando”, “los niños son aventureros y necesitan explorar”, y la lista es larga.

Seguramente ustedes tienen sus propios ejemplos para ilustrar este absurdo que se sigue replicando hasta nuestros días. Sí, un tremendo absurdo porque no hay ninguna razón científica que les fundamente, tan sólo la tradición.

Hace unos días leí un artículo que hacía referencia al libro Sexo y Temperamento en tres sociedades primitivas, publicado en 1935por Margaret Mead, pionera norteamericana de la antropología de género, quien a partir de sus estudios etnográficos en comunidades africanas, llevó a efecto un análisis de la premisa dubitativa, cuestionando si las características definidas como masculinas o femeninas, en la civilización occidental son universales, que si los seres humanos las construyen con base en la percepción que tienen de su sexo, atribuyendo un conjunto de cualidades, valores y roles distintos en cada sociedad.

Una tradición que es la semilla de las desigualdades de género en la vida adulta, la división sexual del trabajo donde ellas deben llevar sobre sus hombros las labores de cuidados sin remuneración alguna, donde las mujeres ganan el 30% menos que los hombres por el mismo trabajo y donde seguimos luchando por el acceso a la toma de decisiones.

Afortunadamente, la lucha contra los roles de género, sin duda comienza en casa. Mi deseo es que esta contingencia nos sirva para concienciar que los roles de género no son niñerías, y aprovechando que el próximo 30 de abril es día de la niñez, asumamos el compromiso con nuestras hijas, sobrinas, hermanas y con todas las niñas, para ayudarles a alcanzar su máximo potencial, echando por la borda esas etiquetas estereotipadas que, lejos de servir, nos alejan de construir el mundo justo y en paz que queremos, porque los retos que nos está planteando el siglo XXI, no los vamos a superar con ogros ni princesas, sino con mujeres y hombres que trabajen codo a codo.