De víctima de trata a homicida de su hijo
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Opinión

De víctima de trata a homicida de su hijo

 


Me abordó mientras caminaba en el Reclusorio Femenil de Santa Martha Acatitla. “¿Puedo hablar con usted?”, me dijo con un bebé en brazos y sosteniendo la mirada hacia abajo como si estuviera avergonzada del acercamiento.
Nació en Coahuila y desde temprana edad prefirió salir de su casa que seguir viviendo el infierno en que se había convertido su hogar. En esas cuatro paredes, el consumo de drogas, la violencia y golpes eran el pan de cada día.
En la adolescencia y con la desesperación de empezar de nuevo, se enamoró de un militar; pensó que la vida la tendría hecha. Ante las largas jornadas de trabajo de él -semanas o meses en ocasiones-, el sentimiento de abandono se alimentó del alcoholismo y la violencia de la que ella era víctima, desde antes de cumplir un año de relación.
Carla buscó una alternativa para ella y sus dos hijos. “Pensé que era mi amiga, me ayudó a trabajar las calles y después me presentó a mi marido”, relata, mientras se le llenan los ojos de lágrimas.
En las calles y en la prostitución encontró el dinero para sacar adelante a su familia.
Carla está acusada por homicidio calificado en razón de parentesco por haber, supuestamente, matado a su hijo de cuatro años. “Yo no lo mate, yo estuve secuestrada y me enteré que había muerto ya que me agarraron los policías”, narra. “Mire, incluso me marcó”, dice categórica. ¿Quién?, pregunto. Estira su brazo y muestra la cicatriz de una quemadura en la que se lee: Lalo. “Como res me marcó”, remata.
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Me narra un típico caso de trata de personas. Historias como estas, por desgracia, hay montones.
Él la sedujo poco a poco. La llevó a vivir con su familia. “Con dos hijos, no tenía mucho que perder”, dice. El infierno que conoció en su anterior relación, se queda corto comparado con lo que estaba a punto de vivir.
“Me tenía amarrada a una cama y a mis hijos me los quito. Los escuchaba llorando y casi no podía convivir con ellos. Me usaba para transportar droga de un punto a otro. Me la amarraba a mi cuerpo. Si no regresaba me amenaza con matar a mis chiquitos. No había de otra, tenía que regresar”, describe mientras me enseña las distintas cicatrices que tiene en cara y cuerpo, producto de la violencia extrema que pasó durante cuatro meses de cautiverio.
“Un día escuché que le dijo a su hermano que ya me iban a soltar. Me subió al coche y vi que mis hijos iban adelante. Al ver a gente en la calle me puse a gritar que por favor me ayudaran, pero esto solo lo enojó más. Me hizo llave china hasta que desperté otra vez en la cama de donde me tenías durmiendo. Mis hijos ya no estaban”, cuenta.
Sin nada que perder y sin conocer el paradero de sus hijos emprendió la huida de Lalo y su familia. Prefería la muerte que seguir ahí. Su primera reacción fue buscar a su amiga que la apoyaba cuando se prostituía, sin saber que ella la llevaría a la cárcel.
“Cuando llego donde mi amiga no me doy cuenta que ella le habla a los judiciales”. Veo a los policías me doy cuenta que son gente del Lalo. Les empiezo a gritar que no me regresen con él. “Les suplico que no me lleven con el’”, sigue con su relato.
“Ya te cargo la chingada, ¿por qué te escapaste?” la cuestionan. “Me suben a una patrulla y me llevan al ministerio público. Ahí me entero que estaba siendo acusada del homicidio de mi hijo que había muerto por golpes a la cabeza”, dice soltando el llanto.
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La criminalidad fémina es algo relativamente nuevo en México. En los últimos 20 años, las cárceles se han poblado de mujeres volviendo necesario –y urgente- trazar políticas públicas que se traduzcan en un sistema de impartición de justicia -emitir sentencias, coordinar arrestos, investigar y procesar- y penitenciario con perspectiva de género.
Todos los días escucho historias donde el género juega un rol de abuso dentro de los procesos penales en nuestro país. Historias donde los hijos son usados como herramientas de tortura y la sexualidad se manipula como una herramienta de confesión.
Carla no pudo ser detectada como víctima de una situación de trata cuando fue detenida, no solo por la corrupción sino por la falta de conocimiento de todas aquellas personas involucradas en su proceso.
Su otro hijo declaró la situación en la cual estaban viviendo durante el cautiverio y su dicho fue descartado ya que el juez argumentó que pudo haberse manipulado al menor por que ayudara a su madre.
¿Tú que declaraste?, le pregunto a Carla. “La abogada oficio no me permitió hablar de nada que no fuera la muerte de mi hijo”, contesta. “Incluso un día que quise decir todo lo que había vivido, saliendo de juzgados, en los túneles, me agarro Lalo del cuello, me aventó contra la pared y me dijo que si yo declaraba me iba a matar al otro hijo que aún tenía vivo”, termina su relato.
¿Cómo puedo ayudarte? “Tengo miedo de que mi chiquita cumpla tres años y la tenga que sacar de aquí. ¡Ayúdame!”, clama. La historia de Carla es la de cientos de mujeres más.