En un ambiente de creciente tensión social y política, la Coordinadora Nacional de Trabajadores de la Educación (CNTE) decidió mantener el paro de labores y el plantón en la Ciudad de México, tras una nueva sesión de su Asamblea Estatal celebrada este sábado por la Sección 22 del SNTE.
Mientras tanto, la ciudad capital sigue siendo el escenario de una protesta que incomoda, polariza y plantea una pregunta de fondo: ¿estamos ante una lucha legítima o frente a una presión desmedida que toma a la ciudadanía como rehén?
Con más de 20 mil docentes oaxaqueños ya presentes en la capital, y la posibilidad de que se sumen hasta 60 mil más, el movimiento exige la abrogación de la Ley del ISSSTE 2007, el rechazo a la Unidad de Medida y Actualización (UMA), y el fin del sistema de Afores.
PROTESTA EN ESCALA: 20 MIL DOCENTES MOVILIZADOS, 60 MIL MÁS EN LISTA DE ESPERA
La asamblea estatal de la Sección 22 sesionó este sábado en la Ciudad de México y, tras un receso decretado a las 16:36 horas, ratificó su decisión de continuar la protesta. Yenny Aracely Pérez Martínez, secretaria general, llamó a reforzar el plantón y sumar más contingentes a la causa.
Con 20 mil docentes oaxaqueños ya presentes en la capital —de un total de 80 mil trabajadores de la educación—, la CNTE avanza con fuerza. Pero también crecen los cuestionamientos: ¿qué tan representativa es esta lucha? ¿Cuánto margen tiene el Estado para negociar sin ceder a presiones?
LO QUE PIDEN: ¿DERECHOS O PRIVILEGIOS?
Las demandas de la CNTE no son menores. Quieren echar abajo una de las reformas estructurales más profundas del sistema de pensiones: la Ley del ISSSTE 2007. Además, rechazan el uso de la UMA como referencia para jubilaciones y exigen desaparecer el sistema de Afores.
Para los docentes, se trata de recuperar derechos laborales que consideran perdidos. Pero para sectores económicos y políticos, el costo de revertir esa ley sería insostenible. ¿Es viable cumplir con sus demandas sin quebrar al sistema de pensiones?
LA OTRA CARA: HUMANIDAD Y SACRIFICIO EN MEDIO DEL PLANTÓN
En medio de pancartas y consignas, una imagen se volvió viral: una maestra de la CETEG bañando a su hijo en plena protesta. Más que una escena cotidiana, es un retrato profundo de lo que hay detrás del movimiento: sacrificio, pobreza, y una doble jornada de lucha por sobrevivir y exigir justicia.
Para algunos, es una muestra de compromiso y valentía. Para otros, una postal usada para sensibilizar a la opinión pública. Lo cierto es que, detrás del ruido político, hay vidas reales que ponen el cuerpo en la protesta.
EL GOBIERNO, ENTRE LA ESPERA Y LA OMISIÓN
Hasta el momento, la respuesta del gobierno federal ha sido limitada. No hay acuerdos concretos, y el conflicto parece estancado. ¿Hay voluntad de negociar o se está apostando al desgaste? En ambos casos, la ciudadanía es la principal afectada: tráfico, bloqueos y clases suspendidas, otra vez.
La CNTE, por su parte, ha demostrado que su capacidad de presión sigue intacta. La pregunta es si esa fuerza se traduce en representación o en un modelo de protesta que, con el paso del tiempo, pierde legitimidad ante los ojos de la sociedad.
ENTRE EL DERECHO A PROTESTAR Y LA OBLIGACIÓN DE EDUCAR
La protesta magisterial no es nueva, pero cada vez es más difícil ignorarla. Divide opiniones, sacude a la clase política y revela un sistema educativo que arrastra rezagos históricos. Pero también cuestiona los métodos de presión y la falta de alternativas para resolver conflictos sin paralizar al país.
La CNTE ha logrado mantener viva una protesta que, aunque legítima en sus raíces, despierta cada vez más críticas por sus formas. El Estado, por su parte, muestra una preocupante incapacidad de negociación.
La CNTE tiene demandas válidas. El Estado tiene límites presupuestales. Y la ciudadanía, atrapada en medio, merece respuestas.
Finalmente, la ciudadanía, como siempre, queda en el medio. Mientras unos luchan por lo que consideran derechos arrebatados, otros padecen una ciudad paralizada. En un país marcado por desigualdades históricas, la pregunta que flota es incómoda pero necesaria: ¿hasta dónde debe llegar una protesta sin convertirse en otro tipo de injusticia?