Con tres lecciones La Nevería se burla de la pobreza
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Con tres lecciones La Nevería se burla de la pobreza

Los invernaderos resultan rentables para la comunidad de La Nevería.


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Parte II de II

“Era normal que hubiera hielo antes”, dice don Saúl Cruz, poblador de La Nevería, exagente municipal, “ahora por los cambios climáticos ya no hay tanta helada”, agrega, antes, los hielos cristalizaban todo producto que trataba de sacarse de la tierra, hoy se cosechan berros, acelgas, lechuga, lilis.

“Antes, de niño, no era admirable, era normal que había blanco todas las mañanas, ‘no, pues heló, se helaron las papas’, no se daba el maíz porque el hielo se lo acababa, los hielos eran desde septiembre, octubre, noviembre, lo único que se daba era la papa”, nos cuenta don Saúl.

Las heladas menos frecuentes han dado paso a una tierra que pocos podrían atreverse a llamar marginada, hay en La Nevería gran diversidad de árboles frutales y productos cultivados bajo techo. Hay duraznos, manzanas, nuez, chilacayota, maíz, calabazas, berros. Aquí la muestra de que la pobreza es relativa.

1° lección, la lección del berro

En el mapa 2015 del Consejo Nacional de Población que muestra la marginación de los municipios de México, el ayuntamiento al que pertenece La Nevería, Santa Catarina Lachatao, así como la mayoría de la región, están pintados con la tonalidad clara del color naranja, que indica que sus carencias son medias. Los ingresos de la mayoría de la población, aproximadamente mil personas, son de dos salarios o menos, 2,650 pesos al mes, ¿insuficientes? Sí si se debe pagar una renta de más de 3 mil pesos y se requieren más de 420 pesos para gastos de transporte, dos mil o tres mil más para alimentación… suficientes si, por el contrario, cada familia del pueblo tiene un espacio para cultivar berro y arroyos que los riegan sin costo alguno.

Este vegetal sirve para ejemplificar cómo es la vida y la relación con los ingresos en La Nevería. Cada lunes y jueves pasan los intermediarios que recogen la producción de las familias para llevarla a la Central de Abastos. En el mercado un rollo vale 10 pesos, en la comunidad les pagan tres por cada uno.

“Parece que es muy poquito, así se ve, la gente dice ‘es muy poquito’, 100 o 200, 300 pesos, pero si lo vemos de otra manera son 300 pesos que están ingresando y que no estamos gastando, no se gasta porque hay comida, no son 300 pesos que vamos al mercado a traer la comida, aquí no hay necesidad, ese dinero es una buena entrada”, explica don Saúl.

2° lección, los invernaderos no son carísimos

El berro, sin embargo, no es el único cultivo. Su familia se ha especializado en diversificar, desde flores hasta lechugas, ambos bajo invernadero, que funcionan para ejemplificar la relatividad de la insuficiencia de ingresos.

La iniciativa comenzó “bajando proyectos”, gestionando ante dependencias de gobierno del sector agropecuario dinero para inversión, en grupo, “pero trabajar en grupo es difícil, en varias familias es difícil, ya lo experimentamos, unos querían chivos, otros querían borregos, no se pudo, nosotros bajamos recursos en grupo pero trabajamos en familia, así todo es para todos y nadie se echa la culpa”, subraya.

Otro invernadero lo obtuvo su hijo como premio por ganar un Premio Nacional de la Juventud. “De ahí empezamos a crecer”. Las gestiones y los premios se han convertido hoy en una decena de invernaderos. Con el cultivo de lilis su familia alcanzó un periodo de auge entre 2002 y 2008. Las flores que cultivaban en estas montañas, entre las más altas del estado, llegaban al mercado de Abastos, al de la colonia Reforma, al de Tlacolula. “Había producción y nos obligaba a venderlo, hoy le bajamos, el mismo trabajo nos enseña, una temporada nos heló y se acabó la cosecha. No nos rendimos, programamos cosechas, esta temporada, que es la más alta para las flores, queríamos aprovecharla, pero la inversión de calefacción, de luz, eleva los costos y al final era lo mismo, antes teníamos tres cosechas al año, ahora nada más dos. Apartamos un poco para diciembre, pero nada más”.

Los invernaderos son otro elemento con el que don Saúl se burla de la “pobreza”. La gente, dice, “piensa que se necesita mucho dinero”. Él ha aprendido que se pueden hacer con prácticamente cualquier material, del tamaño que requiere el cultivo. Esa lección la aprendió de un viaje que pensó que nunca haría al que lo empujo una señora a la que acusó de egoísta pese a que le compartió todo lo que sabía.

Esa señora en vez de permitirle ver su invernadero le dijo “si quieres ver invernaderos ve a Villa Guerrero, en el Estado de México, yo le pregunté qué cuándo iba a ir ahí, pensé que era egoísta, que no me lo quería enseñar. Un día me lo propuse y fui a Villa Guerrero, agradecido estaba con la señora, hay microtúneles hechos con varilla, con carrizo, dependiendo la planta.

“Yo me preguntaba cuándo iba a hacer un invernadero, siempre escuchaba que se requiere dinero, que se necesitan miles de pesos por metro cuadrado, ese es el concepto de la gente, ¿cuándo vamos a tener dinero?, pero si tienes una plantita chiquita como la lechuga no necesitas un invernadero que crezca hasta arriba. El invernadero no es tan caro, todo depende de qué vas a sembrar y que te guste”.

3° lección, convertir centavos en miles de pesos

80 pesos es el costo de media pizza, un boleto y medio para entrar al cine y de una bandeja con 200 hijos de lechuga. Cada hijo cuesta 4 centavos. Ese hijo, cultivado, cosechado, se convierte en una lechuga que se vende a la gente de Cuajimoloyas en 4 pesos, ellos la llevan a la ciudad. “Quién sabe cuánto vale en el mercado”, dice don Saúl, que en vez de preguntarse por qué no venderlas con su familia para ganar más expresa una lección más: “no se puede hacer todo, o siembras o vendes”.

Lee la parte I

La Nevería, el pueblo que forjó el hielo antes de La Revolución