—¡A Barrabás, suelta a Barrabás!
—Yo les pregunto de nuevo: ¿A quién de los dos quieren que deje en libertad? ¿A Barrabás o a Jesús?
La multitud, aquel pueblo judío que días antes lo había proclamado como su rey, decidía su destino en la cruz: ¡A Barrabás, suelta a Barrabás!
Poncio Pilatos había evadido toda responsabilidad con Jesús, pero Herodes tampoco quiso decidir sobre él. Ahora lo tenía de vuelta ante una muchedumbre que prefirió al ladrón.
—¡Hagan con él lo que se les dé la gana, pero no me molesten más!
—¡Crucifícalo, crucifícalo!
—¡Yo me lavo las manos de la sangre de este hombre!
Jesús era sentenciado a muerte y comenzaba su viacrucis. A cuestas llevaba una cruz de madera de más de 100 kilos. El rey del rostro desencajado portaba una corona de espinas, cadenas en los pies y una vestimenta que de nada lo protegía de los latigazos de los soldados.
Las crueles escenas volvían a representarse a más de 2 mil años de su muerte. La feligresía católica recordaba así la entrega de su salvador, el único hijo de Dios. En Tlalixtac de Cabrera esta representación de desarrollaba en la parroquia de San Miguel Arcángel, el parque y las calles de concreto y asfalto. Ahí, los integrantes del Grupo Pasión de Cristo revivían este viernes santo las 14 estaciones del camino de la cruz.
Las matracas no habían dejado de sonar desde la madrugada, pasada la escenificación de la Última Cena y la de la entrega de Jesús por unas monedas. La chirimía y la música de banda daban cuenta del dolor en esta comunidad de los Valles Centrales de Oaxaca, una de las varias con las representaciones vivientes.
Los ladrones Dimas y Gestas acompañaban el sufrimiento del rey judío, ambos también tenían como destino la cruz y recibían por igual los latigazos. Quizá como en aquellos tiempos, la gente se repartía este viernes entre quienes se compadecían del dolor de Jesús mientras otra parte parecía ajena a la situación e incluso se reía del momento que era tomado como un día de paseo.
Desde 1975, en Tlalixtac de Cabrera se ha realizado el viacrucis viviente, una tradición que cada año, con excepción de los de la pandemia de COVID-19 (2020, 2021 y 2022), atrae a miles de visitantes.

La conmemoración es un compromiso de fe, aunque en torno a ella también se desarrolla la venta de alimentos, bebidas y diversos artículos. “¡Alegrías, alegrías, palanquetas, alegrías! ¡Sombrillas de 100! ¡Paletas de agua y de leche! ¡Paletas, paletas!
Por momentos, la escenificación transportaba a los espectadores al pasado. Pero siempre los traía de vuelta a la realidad cotidiana, en medio del humo de los anafres, del olor de los dulces regionales y de la barbacoa junto al parque. Pasado y presente se fundían en la venta de frituras y de las indicaciones de las autoridades o de la coordinación del viacrucis viviente para respetar a los actores y no pasar entre ellos o los caballos.
El sol obligaba a protegerse con sombreros, gorras y sombrillas, aunque estas últimas limitaran la visión de muchas personas que no querían perderse de las actuaciones.
Mientras el viacrucis viviente avanzaba, de la iglesia salía otra procesión o viacrucis con la imagen de la Virgen María como protagonista.
En algún momento, aproximadamente a las 12:30 horas, los dos viacrucis se encontraban en la capilla del calvario. Era la sexta estación y María (personificada por Mayté Vázquez López) corría llorando hacia Jesús, interpretado por Franco Maximiliano Vázquez.
Para ese momento, el nazareno ya había caído y les esperaban dos ocasiones más. Aunque también tendría el apoyo de Simón de Cirene para cargar la pesada cruz. Más adelante, Verónica le limpiaría el rostro y este quedaría impreso en la manta.
Las horas pasaban y alrededor de las 13:00 el viacrucis rodeaba nuevamente el parque rumbo a la unidad deportiva. La muerte en la cruz era el destino de Jesús.